Circunscribo mi cuerpo / con el signo terrible de la cruz: / de la frente, en el nombre del Padre, a las rodillas, / en la memoria del Hijo, / desde el corazón hasta mi hombro derecho, / en nombre del Espíritu...

Circunscribo mi cuerpo
con el signo terrible de la cruz:
de la frente, en el nombre del Padre, a las rodillas,
en la memoria del Hijo,
desde el corazón hasta mi hombro derecho,
en nombre del Espíritu.

Caminamos la inmensidad del viernes,
subimos la pendiente
del sábado; una distancia larga abierta entre Emaús y la ciudad
del templo.

Llegamos al domingo.
(Te acercabas. ¿No oían el rumor de las palmas, el paso del asnillo?
Cuando hiciste ademán de seguir adelante, se aferraron a ti. Te
sentaste a su mesa).

“¿Abraham fue como el siervo al amparo del amo?
La hacienda, bien guardada; la cabra, tras la barda.
¿O se asemeja al hombre que ha comprado una hijuela de piedras o
de arena?
Ha de alargar los años arrancándole el fruto.
Nadie
quiere tomar la carga de absolverlo,
a la hora de las cuentas
al cobrador de impuestos. Israel pudo ser, en medio de los pueblos,
la voz en el desierto o el rebaño disperso.
Pronuncia la Palabra:
no hay losa, no hay mordaza capaz de silenciarla más allá de tres
días”.

Las mujeres corrieron a la tumba y la hallaron vacía.
¿Llamas a Jesús vivo a la fúnebre junta?
No habita con los muertos. No puede estar aquí.

La partición del pan nos reveló tu Gracia.
Hemos visto al Señor.

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