Las líneas se enlazan una tras otra pero es la misma: vena de vida rebosante, de amor fluyendo, de soledad rehusándose, de tiempo yéndose, de muerte desertando. En los dibujos de Pilar Bustos (Quito, 1945) la linealidad se suspende el instante menos pensado, al igual que la vida, al igual que el amor, al igual que la muerte. Pero vuelve a aparecer, retoma sus pasos, viborea, reclama su sitio, su aire: las líneas verticales traman una humanidad erguida, las horizontales una yacente, en reposo; nunca la muerte, siempre la vida.
Hay momentos en que la línea deja de deslizarse sobre el blanco insondable de la cartulina, para luego alzarse y palpitar en el vacío: soledumbres, orfandades, clausuras, quietudes, júbilos; otros en los que deja de correr y se transforma en amor, inexpresable. ¿Quién ha dicho la última palabra sobre el amor? Allí está, en cada ser, parece decirnos Pilar, y los profanos vemos y creemos en él arrebujado en sus dibujos. Fusión de ver y creer, balbuceó Rimbaud, el niño viejo y sabio: en la conjunción de estos dos verbos se aloja el secreto de todo amor, de todo arte.
En otros dibujos de Pilar asoma la ternura: sean él y ella resueltos en la prolongación del éxtasis; sea solo él, portentoso, devenido en horizonte; sea solo ella elevando un canto a sus hijos, como una plegaria, o un escorzo de alguno de los dos o un rostro irrumpiendo como proa al viento. En otros dibujos aparecen grupúsculos de seres andariegos, ¿adónde van?, en el arte de Pilar hay una sola respuesta: a la vida, de ella emergieron, a ella retornan.
No hay en las figuras de esta artista ojos, bocas, manos, pies, pero allí estamos los humanos, absortos, silenciosos o susurrantes, por allí hay uno en actitud de grito, no es el ‘Grito’ de Munch (la angustia de ser y estar en la tierra), porque un aire de gozoso aliento lo envuelve. Imágenes arquetípicas. Anunciación de la morbidez humana. El prototipo es símbolo de lo cabal, la integralidad, el reposo del hombre y de la mujer cuando se buscaban en el seno de Abraham.
Tránsito intermitente de sus interioridades hacia las afueras, que se torna en esencia, núcleo de una realidad revelado por el arte de una dibujante consumada.
Pilar ha llevado al dibujo a sus cotas más encumbradas, razón por la que lo respetan y admiran igual que todo ‘arte mayor’ donde ha expuesto. De los maestros chinos aprendió el oficio extenuante en el cual se rinde al tiempo. Todo resuena en la dibujística de Pilar, lo que es y lo que no es, y en medio de todo, sus líneas ascéticas: hebras de un espíritu creador. Vida que se lleva el río pero que retorna siempre a nuestras manos hasta contenerse en un solo golpe de tiempo.
¿Somos ‘el olvido que seremos’? Pilar nos responde que no y una luz magnífica —la de su dibujo— cae de bruces sobre nosotros. ‘No se conocen las penas/ ni se aprende el amor/ ni se sabe que en la muerte/ nos separa./ Solo el canto sobre la tierra/ celebra y vivifica’.
Este artículo apareció en el diario El Comercio.