Quisiera atrapar con mis manos la China del Norte
sus restos fragmentados por la memoria
que no sabe cómo volver al portal
donde una joven asiática vendía bebidas frente a los sumideros de la ciudad.
La ciudad que detuve en fotografías
sin la locura de su realidad descomunal
sin el olor de sus esquinas inundadas de basura
sin el concierto de sus plazas y veredas.
Me entrego al velo de la nostalgia.
Una caricia de copos blancos me roza
como una nieve de fantasía cubriéndome los ojos.
Me dejo besar por las flores que caen.
Soy una flor estropeada por las lágrimas.
Llevo un anillo de bodas en la mano izquierda
pero me siento más sola que nunca.
Pedaleo entre los autobuses y miro mi sombra reflejada en el asfalto.
La veo fragmentarse sobre los bordes de las alcantarillas
y me pregunto quién se la traga.
Jamás podré ser como antes.
No escribiré ya las mismas palabras.
No leeré los mismos poemas en un libro
se me habrán extraviado entre las páginas
y otros ocuparán su lugar
como hay otra que ocupa mi cuerpo.
Debajo de la tierra descansa la intensidad que un día se me desbordó.
La busco entre los transeúntes del Asia Lejana.
La sigo buscando este instante
acaso perdida en la línea final de la noche.
Pero amanece.
Y estoy de regreso.
(Tomado de 13 poetas ecuatorianos, El perro y la rana, 2008)