Estos convulsos años que hoy vivimos serán recordados por la Historia como una época de grandes conmociones migratorias. Oleadas de hombres y mujeres dejan su patria, huyen del hambre y el caos y con liviano equipaje al hombro emprenden largas caminatas en busca de otra tierra que los acoja y ofrezca oportunidades para reiniciar una nueva vida.
La tiranía instalada en Venezuela impulsa a su pueblo a emigrar a los países de América Latina. Hileras de caminantes trajinan sin cesar por nuestras carreteras bajo el crudo sol ecuatorial, huyen de la pobreza, la escasez y la ominosa sombra del dictador que hoy agobia su patria. La sed de un esquivo futuro los impulsa y sostiene. Venezuela, otrora tierra de promisión, ahora es símbolo de una colosal catástrofe humanitaria.
Y si observamos lo que está ocurriendo en Europa veremos que no cesa el flujo de africanos míseros que desde las ariscas costas de Libia se lanzan al Mediterráneo en precarias embarcaciones. Escapan de la miseria y la violencia de sus países, y si no naufragan en la arriesgada travesía sembrada de peligros, llegan como ilegales indeseados y famélicos a las costas de Italia o de Grecia donde, si son aceptados, podrán comenzar una existencia digna, segura y ordenada.
Aquel Mare Nostrum romano es hoy un cementerio de infortunados inmigrantes que salen de las ardientes y violentas tierras de África, es un mar de lágrimas en el que yace ahogada la conciencia de la Europa civilizada. Los campamentos de refugiados en la Europa de hoy, ha dicho Isabella Guanzini, son como agujeros negros en los que han sido engullidos siglos de civilización y humanidad
Esta dolida procesión de migrantes que hoy atraviesa nuestras ciudades es imagen elocuente de la vida en estado de excepción, un menoscabo de derechos, un extravío de dignidad. Es la consecuencia de los fracasos de aquellos gobernantes que extravían el camino de la democracia y, en su lugar, instauran dictaduras que suprimen las libertades e incentivan el odio entre clases sociales. Es la imagen de cómo impacta en la vida del ciudadano común las reiteradas equivocaciones de un pueblo cuando elige a falsos redentores que ofreciendo un engañoso bienestar implantan regímenes de oprobio en los que mandan camarillas corruptas. Tal es el trágico signo de la época que vivimos.
La respuesta de los países ricos a cuyas puertas pugnan por ingresar masas de indocumentados ha sido cerrar sus fronteras, elevar los muros de sus fortalezas. La fría indiferencia de las sociedades opulentas ahítas de bienestar y lujo se enfrenta ahora con el desamparo de los pueblos desfavorecidos que claman la oportunidad de un trabajo digno. Compartir lo poco o lo mucho que se tiene con aquel que nada tiene será siempre un principio de humana solidaridad y compasión samaritana.
Juan Valdano