Amalia mueve sus manos
en el agua del supremo
profeta que no se esconde
al ver la tímida aurora.
Oculta queda su falda
en las rocas y soledad,
secreta es su pesadilla
mas se interpone al primero
de los hermanos del campo.
¡Qué triste! En su mirada
se distingue la esperanza,
en sus labios ya no alcanzan
verdad y belleza juntas.
Sueña, todo es una trampa,
con el sonido del grillo
y con un baile perdido
tres sapos, sin temor, saltan.
Las aves y los infantes
trituran nueces, ¿qué quieren
con su ritual de violetas
y girasoles?, tocada
queda la tierra en el acto
y Tomás llora al ver llorar
a la niña. luego Amalia,
río abajo, acaricia
un venado y ríe trece
veces, sellando un augurio
de los miradores de aves.
Así llega el atardecer
a los bosques del mundo,
los niños se duermen tarde
y su madre recuerda el cuento.