Ven conmigo, desnuda, a la fiesta de la tristeza.
Iremos sordamente, por caminos descalzos
buscando hondas fisuras donde broten las lágrimas saladas,
cantando una canción sin voces a la estrella lejana,
llevando bruscamente despierto el corazón desnudo,
el corazón que gime durante el día difícil,
el corazón que canta en la noche sin límites,
el corazón amargo de los días oscuros
en que brotan sangrando las lágrimas saladas.
Ven conmigo, serena, a la fiesta de la tristeza.
Ven con tus ojos turbios y encendidos,
esos tus ojos pálidos con que aguardas la llegada de la noche profunda,
esos tus ojos cárdenos donde el llanto se incuba,
esos tus ojos lúcidos donde mora la ira de delgadas palabras,
esos tus ojos desolados con que atraviesas el cristal de los sueños,
la puerta alta y secreta que se abre ante los ojos de la verdad desnuda
Ven con tus ojos puros, amada mía, a la fiesta de la tristeza.
Yo traeré mi corazón oscuro,
mi corazón donde la ira afila sus pálidos cuchillos,
mi corazón que deja que lo invada la noche,
mi corazón que vive angostos días sin luz donde la lluvia canta,
en los que un alto álamo se dobla hacia un agua oscura sin declive,
en los que un agua densa se desliza hacia un mar sin orillas
y donde un cementerio espera en altanoche a un perro enloquecido.
Ven, sí, amada mía, ven conmigo a la fiesta de la tristeza.
Estarán allí todos los que tienen el corazón oscuro,
las lágrimas saladas,
y en medios-ojos muerta la luz de la alegría,
y en medios-labios viva una sonrisa herida,
rotas las alas débiles,
apagada la luz verdadera, ardiendo en falsa llama la luz sucia,
la luz de la tristeza.
Estarán todos y habrá árboles a oscuras,
y grandes búhos volando con ojos encendidos,
y aullará el gran can y la bestia sorberá lágrimas de sangre,
y el mar rugirá olas con uñas, persistentes y altas
como la negra noche, como la aguda sed, como la hiel amarga.
Ven esta noche a alcanzarme la esponja empapada, que tengo sed.
Ven conmigo mi amada a la fiesta de la tristeza.
Extiende el arco y dispara la tercera flecha, la de punta de piedra.
Perfora mi corazón oscuro.
Rompe la red, deja saltar la sangre.
Rompe la negra rosa de piel de terciopelo,
la que florece en la herida del costado del gran sapo nocturno.
Ven a hundir tus manos en el agujero, a meter tus ojos en la sombra,
y grita, y juégate mi túnica a los dados,
y húndeme la espina que se aguza en la noche,
y desgárrame con el látigo de las nueve colas, atado a la columna,
mientras brotan de mis labios, por tres veces, las siete palabras
y un gran viento se tiende sobre el mundo.
Ven conmigo en la noche a la fiesta de la tristeza.
Te esperará ya el ríe de espinas coronado
y la rosa en cenizas ardida,
y una canción sin labios, por dientes sin encías destrozada
te dará la bienvenida a la oscura fiesta donde el sol nada en sangre,
donde se extiende, pútrida, la luna sobre la llaga verde,
donde San Sebastián chupa la punta de las flechas en su sangre mojadas,
donde lloran los senos de Olalla sus lágrimas de leche,
donde los niños piden a gritos que Gil de Rais regrese,
donde tu voz destroza en mi garganta los besos de mostaza
que la muerte me entrega.
Ven, amada mía, ciega y sorda, a la fiesta de la tristeza.
Tengo en ella mi copa llena para ti hasta los bordes.
Tengo en ella mi copa de espinas, hiel y sangre
y podre y herrumbre y gritos coagulados.
Ven, brindemos con la copa de la tristeza
por la luz del mundo, por la rosa, por la madrugada verde,
por la sed de la espiga, por la sed de la lluvia.
Ven, que te está esperando la vida en la fiesta de la tristeza.
Ven, que hay para ti una copa de hiel llena de rosas y de espinas.
Ven, que en el cuerpo desnudo de la Virgen las estrellas vacilan
Ven, que el gran can ladra y gime.
Ven, que la hora se angustia y el sol está desnudo.
Ven, que ya es la hora de entonar la canción qué el oído no espera.
Ven, que un sordo rumor nos muestra el camino seguro
y una gran hornacina reclama hambriento mi corazón oscuro.
Ven, amada mía, tierna y dulce, a la fiesta de la tristeza.
Sobre la pura sal de mi lágrima diurna
está, dura y brillante, morada y agria, mi lágrima nocturna.
Ven, que es la hora de hundir tus ojos en mi lágrima de medianoche.
Ven, alcanza a mis labios la copa, la gran copa, en cuyo torno danzan,
por cuyo borde, de agujas coronado, de espinas guarnecido,
danzan, desnudos y delirantes, sedientos y morados, todos,
todos los que llegaron puntuales a la fiesta de la tristeza.
Ven, amada mía, suave y alta, a la fiesta de la tristeza.
Ven, que allá un río de miel morada espera,
y nuestros dulces cuerpos, en sus ondas nocturnas,
nadando suavemente, en lágrimas bañados, en espinas mecidos,
viajarán, sin que nadie detenerlos consiga,
tristemente enlazados,
a la madrugada agría, a la gris alba que precede al día, al día terrible y hosco, al día desnudo y agrio,
al día que sucede en el tiempo a la noche sagrada,
la gran noche en que fuimos a la fiesta de la tristeza.
(De La noche oscura, 1954)