Intervención de doña Susana Cordero de Espinosa en el acto de presentación del libro Todos mis cuentos, de don Marco Antonio Rodríguez, el miércoles 18 de diciembre de 2019 en el Salón Olmedo de la Universidad Andina Simón Bolívar.
Maritain hablaba del ‘hábito del arte’. Si el arte compromete la personalidad entera del artista y su desarrollo no admite descanso, ha de cultivarse con tenacidad.M. A. Rodríguez trabajó sus cuatro libros: Cuentos del rincón. Historia de un intruso. Un delfín y la luna y Jaula, entre 1972 y 1991. Fueron veinte años de ejercitar el don de crear vidas con la palabra. He experimentado en la relectura que me trae aquí, el singular eco de cada uno de sus cuentos. Hoy, ante la necesidad de dedicar unas palabras a su escritura, insuperable en muchas de sus narraciones, confieso lo difícil de mi presentación, dado el tiempo y el espacio de que dispongo, así que elegí al azar solo uno de sus cuentos ‘Un delfín y la luna’, cuyo universo es, de alguna manera, todos los demás.
Nunca he hablado con Marco Antonio acerca de la creación, ni de su creación, y esto, que constituye un límite respecto de mi propia comprensión de su literatura y su personalidad, es, a la vez, garantía de que entro en sus textos sin otro compromiso que el que la lectura teje en mí, a manera de una ardua tela de araña espesa, gris. En tiempos en que los premios de concursos se deciden por amistad o enemistad, es positivo sentirse emocionalmente libre de juzgar.
¿Contar con su obra ha bastado para captar el sentido que el escritor da a su vida, las ideas-base que le acosan, los sueños que persigue o que desecha, su forma de mirar ‘nuestro’ mundo? ¿Es legítimo exigir a un escritor que transparente, en la ficción, lo real, y, en nuestra calidad de lector, lo es esperar que el texto traduzca con fidelidad el misterio interior del fracaso de cada ser humano? Se decía, se siente que toda literatura está, per se, destinada al fracaso y convengo en que la vida misma, cuya desembocadura es la muerte, es fallida. Un texto es finito, contras las infinitas posibilidades de interpretarlo, pues nunca lo captaremos desde las motivaciones que incitaron a escribir al escritor. ¿Sabe, él mismo, adónde le llevarán sus creaturas? Por esto, el lector llega al cuento preñado de humildad; dispuesto a llenar sus intersticios en los que lo ‘no dicho’ le corresponde actualizar. Si el texto está para desafiar al lector, pues nunca entrega cuanto el artista desea, el ámbito de humanidad o inhumanidad que despliega duele, nos revela, nos refleja. La genialidad del escritor radica en decir menos, no más; entre el respeto al texto escrito y la interpretación del lector concreto se establece el diálogo… En mi calidad de lectora, trataré de entregarles, en palabras breves, el resultado frágil, impreciso, quizá inadecuado de ese diálogo.
Contarexige partir de lo que creemos verdadero o de lo que tiene posibilidad de serlo. Y pide intuición de lo real. En esta súbita luz de la razón que enfoca un ámbito de lo existente y le dota de palabra, radica la poesía de lo creado, y se cumple nuestra exigencia lectora de verosimilitud.
En la página 43 del inteligente libro de ensayos de Josué Durán, El abandono de la experiencia, reciente Premio Aurelio Espinosa Pólit, leí unas palabras relativas al tiempo virtual en que, consciente o inconscientemente vivimos, o creemos vivir. Gloso sus palabras:
El ámbito virtual en que vivimos exige que el escritor, el lector, piensen lo más frecuentemente posible, en el fin de la literatura. Que se lo representen a cada instante en su imaginación, y en todos sus aspectos (…) Todos vivimos hoy, desde lo virtual, a tal velocidad que, para seguir el paso, debemos acelerar tenazmente. ‘Infatigables, sigue el escritor, encontramos los medios: el plagio, la transformación, el contagio. Entonces, la aceleraciónmuestra su reverso: nuestros esfuerzos no la vencen, sino que la amplifican; ¿deberemos rendirnos?’ Y sugiere que ‘no tomemos al mundo entero por su complemento virtual, ahora que lo ‘real’ nos parece tan pequeño’. deslumbrar.
Pero aun una molécula de realidad es inmensa. Estamos en otro tiempo, lo están, los cuentos de Marco Antonio en el tiempo del que surgieron, y mi primera constancia, aciaga, aunque deslumbrante, me muestra que aun en este tiempo otro, sus cuentos permanecen, siguen provocándonos, diciéndonos, reflejándonos. Siguen y están héroes o antihéroes; la familia, los prejuicios, los complejos, los egoísmos; la ternura, la desidia, la soledad, el desamparo…
… En Un delfín y la luna he hallado estos temas centrales de la cuentística de M. Antonio; su protagonista narra en primera persona y, por momentos despliega sus recuerdos en un vasto monólogo interior. Es lo suyo manera de ejercicio de memoria de una clase desclasada, familia con título condal y dinero, título doble, que autoriza a sus miembros al desprecio de cuanto no constituye su propio, inmediato entorno.
Enrique vuelve de su estancia de estudios en los EE UU y nos habla en una lengua que es, genialmente, la forma misma del cuento y la de su personalidad, sus vuelos y caídas; recuerda a su hermana, su hermano, su cuñada, en un habla que acude al inglés para ser digna, y al francés del abuelo parkinsoniano, porque el viejo adora esa lengua, como en retorno quiteño a la belle époque… e impone su Henri al querido Enrique. Así, con su mom en lugar de mamá, su cuñada Armanda, revolucionaria a su modo que ‘grazna insignificancias sobre la guman’s libereishon’, su hermano Nico que mira su entorno desde un superior pero momentáneamente auténtico izquierdismo, todo resulta ridículo, si no fuera esencial: Casa en el Tenis, piscina; la última maravilla, el Mercedes deportivo que le entrega su padre; madre cosificada con su belleza de eterna juventud de opereta y un brillo de pecado en los ojos. Mediocridad, presunción, dudas, oposiciones, obsesiones y preguntas. Su palabra define sus mundos interiores.
Nada trasciende en esta historia, ni siquiera el hermano, Nico, revolucionario a su manera, a la manera de los tzáncicos vistos desde nuestro hoy, con su mujer, Armanda, igualmente vuelta hacia Cuba y Nicaragua. Y los hippis, los yupis, ‘que onda, mi dios, después querrán sostener que llevan con dignidad sus ilustres apellidos, ya que si nosotros somos Barba, el papá de Armanda es Jijón’. Armanda y el hermano que hoy son también pasado, pero que fueron, que buscaron, que sin saber bien para qué, quisieron transformar algo y se rebelaron contra su familia, contra su propia vida. No queda esperanza de cambios profundos. Todos, ricos con buena conciencia, de los que fácilmente violan a la sirvienta joven, que bien podría ser nieta del propio abuelo, pero ‘le dan propinas los domingos y dinero extra cuando sale de vacaciones’.
El protagonista es lúcido respecto de lo que su situación de rico en los EE UU puede y no puede dar: ‘Lo que es del César. Allá haces buenas amistades, pero únicamente entre las mujeres, ellos te ven como a pordiosero, así alcances honores en los estudios y superes todos los pénsums”. Y la presencia irremediable de la droga: “y subí a mi habitación donde debí zamparme una roja y otra amarilla de golpe, para poder escuchar tranquilo –como debe ser, a la diosa”.
Las tradiciones de la familia son las de los EE UU, el Halloween y las reinas de carnaval, las gymkanas, prácticas importadas porque nunca conocieron las propias. Vida de mentira, de riesgos juveniles, de deportes violentos convertidos en brutales que, por momentos, dan sabor a la vida de zanahorio del protagonista… Entre ellos no hay preguntas. Satisfechos en su condición, frívolos hasta el cansancio, su vida se da, aparentemente, por encima de todos y de todo, pero es herida sangrante en el protagonista: ‘Todo lo veo rojo y amarillo. Todo lo que toco, pienso, siento, vivo, es del color de la sangre y de la muerte. Porque la muerte es amarilla, Mrs. Prefier… Esta casa, mis padres, usted, su país son amarillos’.
Porque esta especie de íntimo monólogo crítico, irónico, no escribe el protagonista para sí mismo: es resultado de un desafío impuesto por la profesora Mrs. Prefier, a su alumno que redacta bien, a manera de proyecto de tesis:
‘Usted me animó a que escribiera este proyecto de tesis que supuestamente iba a ser una revolución en lo académico y la invalidación de frecuentes puntos de vista tradicionales, y sobre todo, usted pensó que sería una buena manera de integrarme de reintegrarme a la familia, dice en su conclusión, ya listo el texto de su ‘proyecto de tesis’ para enviarlo a su maestra. Su escritura le ha permitido la toma de conciencia de su propio vacío, la repulsa de una vida improvisada cada día, como también de negación propia e imitación y fantasía respecto de universos que jamás le pertenecerán.
Como metáfora del sentido de la literatura, la forma de narrar a ese personaje que se dice a sí mismo y dicen de los otros y a los otros, constituye un aporte que el lector, ante el final vacío, comprende como el desafío del protagonista para encontrarse a sí mismo y, quizá, para lograr una forma de salvación. Escrita con enorme autenticidad y con el deseo ferviente de que la toma de conciencia no sea solo suya…, pero, su tiempo se agota, rojo, amarillo, rojo, amarillo, y él, víctima propiciatoria, cuando el autor sugiere que una sobredosis ayudará a romper esa vida-ilusión-rebelión- soledad-pesadilla. Antes del fin, asoma subrepticio el recuerdo de la infancia inocente y gozosa entre los hermanos. Personajes verosímiles envuelven al lector: su verosimilitud es una de las mayores virtudes de esta obra de creación de Marco Antonio Rodríguez y es desafío cruel, para nosotros, sus lectores…
Enrique anhela saber más, ‘pero no desde esta casa Mrs. Prefier, desde esta casa amarilla, roja, amarill…’ Como la casa es el destino que le envuelve, le es imposible escapar; en ella está la razón de su vida y de su muerte.
Y, al compartir con nosotros la misma condición, desde su situación específica e individual, esta vida narrada compromete dramáticamente el misterio de la personalidad humana. Escritura espejo de una esperanza frustrada en el tiempo, nos resistimos a aceptar que cuentos como estos puedan ser anulados por la información incesante de un universo virtual y su tiempo presuroso, vaciado, vacío.
Susana Cordero de Espinosa.