I
Te hablo
sin ver el iris de tus ojos
fuera de tus elipses, continentes,
desde la playa agreste de mi envoltura humana.
Sin campanas ni salmos
Bajo un cielo desnudo de arcángeles.
Te hablo
como si fueras un amigo lejano
que guarda la sorpresa de mi horóscopo
el primer día del año.
Pero cómo decirte
si yaces impalpable en el nido del átomo,
en el chispazo súbito del rayo,
más allá de los huracanes,
en el centro salino de las lágrimas.
Afanoso te busco
en el espiral del sueño y la vigilia.
Asecho tu llegada
en las pisadas del viento,
en el simple milagro cotidiano,
pero lúdico y grácil, apenas te columbro,
retornas a tus fuentes que generan
los ríos y los mares.
Acaso nos observas desde la altura
donde los niños alzan sus cometas,
azotado por vientos y huracanes
en el centro de todas las galaxias.
Quizás vienes fundido en teologías
entre el humo de antorchas milenarias.
Quizás tus ojos tristes se humedecen
con el humo que aflora de los sirios
en las noches pascuales.
¿En qué aire se detuvo tu palabra?
¿Que cábalas que absorben?
¿En qué Deuteronomio se te alcanza?
Inconsútil
tu cuerpo se recuesta
a lo largo de la línea que forma
bajo el cielo plomizo el mar inalterable.
Conservas tu misterio
en el cero infinito del Nirvana;
Buda que nos espera
piedra inmóvil
éxtasis del Samadhi.
¿Habrá un Corán que hilvane tus designios
una plegaria
un cántico
una alabanza
que tricen la distancia y desmadejen
el hilo que nos lleva al Arca de tu Alianza?
Dios ubicuo e inasible
como un soplo, una luz, un sortilegio,
dinos los comités de tu ágora
Si te hallan tus creyentes en los templos,
en las escalinatas de tus ríos,
bajo la oblicua luz de las pagodas.
Dinos si ellos encontraran tu olor de trigo verde,
tus celestes misterios y la paz de tus mares
en la osamenta abtrusa de dogmas, silogismos y rituales.
II
Al buscar tus reliquias
se me pierden certezas
y la duda
oxida los metales de una fe que se me escapa
mientras en un rescoldo de memoria
la esperanza
es manzana podrida de mis alforjas.
Por eso en este valle
enturbiado de lágrimas
voy en busca del eco
la nube
la calandria
del misterio que traza la luz en el boscaje
para hallar
la primera de tus causas.
De las cruces cristalinas
te descuelgo y
entro en mis catacumbas
pobre de sacramentos
buscando soluciones
al judaico teorema
de los diez mandamientos.
Dinos dios el lugar de tu morada
la luz que te encandila
setenta veces siete
el nombre que te nombra
para llamarte
cuando la higuera se consuma
en algún Sinaí de tentaciones.
Voy en pos de los ritos:
cábalas, abluciones, ramadanes,
me humedecen las aguas de todos los bautismos,
pero sigues oculto
cual sombra desvalida en los carismas
de todos los altares.
¿Habrá un rastro secreto que nos lleve
hasta el centro de tus lunas ingrávidas?
Al recodo en que alumbras tus fogatas,
a la playa de arena incandescente
donde Tú nos reservas inmóvil la llegada?
Cuáles son tus arcángeles
los labios que humedeces
los ojos que dilatas
las manos que te palpan.
¿Tras qué misterios rondas
en que pesebres naces
dónde están tus auroras?
Por las babeles altas de tus torres asciende tu anagrama
pero ninguna lengua te delata.
En algún Himalaya congelas tu palabra
y subes por las nieves unido al Dalai Lama.
Señalános la torre de tus sueños,
el hogar que calientas a la diestra del Padre,
la paloma que encarna tu tercera persona,
el garito en que juegas nuestra suerte o desgracia.
¿Habrá una danza
un loco frenesí
que nos transporte el piélago de tu paz insondable?
Espasmos de macumba
derviches giratorios
pues que en noche incansable
de monótonos sones
bailan hasta la muerte las mil danzas sagradas.
III
El Dios de Israel, arena prometida,
terrible en tu venganza y en tus cóleras
tus semillas se pierden entre becerros de oro.
Prisionero de biblias
una nube te lleva agobiado de historias y patriarcas
mientras tu rostro emerge en las batallas
frente al pueblo escogido
porque eres
¡Oh misterio de misterios!
El Dios de los ejércitos.
Al final de un antiguo testamento
vienes desde Samaria
entre espigas de paz y miel silvestre
multiplicando panes de bondad
en el nombre del padre
y del espíritu.
Son doce pescadores
prendidos en la red de tu palabra
que nos anuncia un reino que se viene
en cada Padre Nuestro.
El amor es batalla
y empiezas a ganarla con el verbo
y basta tu saliva
para que el ciego vea.
Milagros y parábolas
no hacen más grande el ojo de la aguja.
En la sombra
acuñan los denarios
para el beso de Judas.
Te convierten en pan y vino dulce
porque una cruz te espera
sobre el Getsemaní de las tradiciones.
En el Gólgota exprimes
la esponja del martirio.
Envías un ladrón al paraíso
y cumplidos los últimos misterios
retornas a tu padre.
No hay dioses en las tumbas, Jesús de Galilea,
la espiga de tu cuerpo venció la enorme piedra.
IV
Vinieron catacumbas, persecuciones, mártires,
pero a la orilla santa de tu nombre
tu iglesia se volvió cardenalicia.
Por eso, sin la pompa de las tierras
de pulso más liviano
en la hogaza de pan que se reparte,
en la sed que se sacia
en las manos que cubren al desnudo
en los niños que juegan con tus barbas.
Tu doctrina: El Sermón de la Montaña,
la mejilla dispuesta a una nueva bofetada,
ser último en la mesa del banquete
para llegar primero a tu morada.
Huir del poderoso
de la piedra del escándalo
del rezo que se reza para que otros lo oigan,
de que forniquen en vano
y no perdona
del que mata
y atesora
monedas que se deben al César.
Así, oh Dios,
pasó tu faz cristiana
y volvieron las turbas
los verdugos,
la manzana envuelta en serpiente,
el trasiego del odio en nuevos odres
el aliento del Malo en las tinieblas.
Pasó tu eres cristiana
con el rezo del ángelus
en el hambre de las fieras
se quedó sin los mártires.
Desprovisto de aureolas y cortejos de santos
quedaste de arquitecto, de Dios de los Filósofos,
de motor y primera de las causas.
En el círculo interno de tu ciencia
el hombre que creaste en mal presagio
olfateó como lobo tus apriscos.
No hay velos desgarrados en el templo
ni vírgenes que esperan con sus lámparas.
Levantamos más cruces
en el alba
el agua es de Pilatos
y no basta
para las manos largas del pecado.
En nuevos Sanedrines comparece
esa voz que clama en el desierto.
El hombre no se fía de milagros:
le sobran las probetas y los ácidos
para negar tus puntos cardinales.
A la dorada sombra del altar
vuelven los mercaderes porque no los expulsa
el látigo de tu ira.
Mientras tanto, los hijos de este mundo
refocilan y gimen en tristes lupanares
gestando en las tinieblas l
as últimas monedas de Satán.
V
Quiero arrojarte un lazo corredizo
para pegarte en mi álbum y canjear tus estampas.
Entonces, desearía preguntarte:
¿cuáles son tus metáforas, silogismos y números sagrados,
si está tu ley en tablas, en círculos o triángulos,
qué haces
en los espejos que se trizan
en los mágicos filtros
en las lenguas que suben de la llama?
Debe existir un soplo,
una brizna
un círculo cuadrado que te lleve y te traiga.
Afina tu palabra
por escucharla absorto
en todos los calvarios,
retumbando en las grutas
de los siete pecados
o a la sombra de un árbol.
¿Será tu voz monólogo de paja que crepita?
¿El estampido súbito del trueno?
¿Los pasos que se escucha con los duendes del alba?
Será que hacer silencio de una mirada larga?
Habrá que oírte siempre en estado de gracia
o se filtra tu voz
en los turbios riachuelos del llanto
cuando agudos puñales
se clavan en el alma?
Oigo
tu caminar por mis tejados
bajo luna impúdicas que violan astronautas.
Presiento
tu llegada cuando miro
la ecuación que resuelven las hormigas,
cuando escucho en la noche
el rugido del viento en las rendijas
y el aullido de algún perro noctámbulo.
Oh, Dios del universo
y del rectángulo
permaneces geométrico en tu ciencia
cuando yo necesito algún milagro
que yo te cueste nada
y me lleve a tus naves.
Necesito
las líneas de tus manos
un silbido
una nota
un astrolabio
una mujer adúltera
para dejar el móvil la pedrada.
Quizá puedas enviarme
un logaritmo
un ábaco
una línea imaginaria,
el cielo convertido en lapislázuli.
Oh Dios, autodidacta,
sorpréndeme de noche en el dintel del pecado
extinguiendo luceros, modelando cariátides.
Quiero verte
traslúcido bajo el ala de un ángel
en el último grano del espiga,
en la trémula esfera del rocío,
dibujando arco iris, contando golondrinas,
esfumando mañanas.
Descúbrenos tu juego
para buscar el aire que nos falta,
ese juego es que somos
el sueño que nos sueñas,
la lumbre que mantienes encendida
hasta el día secreto que la apagas.
En qué lunas descansas
la fatiga del sábado,
tras qué constelación escondes tus teoremas
y el secreto del alma.
Remóntanos al cáliz de la nada
a tu tibio regazo de magnolia
para encontrar la lengua de tu verbo.
Quiero mirar tus ojos y sentir tu respiro
en las dunas estériles de mi búsqueda interna
cuando no hay un „ahora” sino un „siempre”
y el mundo es de obsidiana.
VI
Quizás vienes de incógnito
en el río fondo afanoso de mi sangre
y te advierto
en el débil palpitar de las sienes
en la sed que me abraza
en el sexo que me urge
en una arteria que estalla.
Quisiera que en tu eterna duermevela
me tuvieras atado
como un remordimiento
un antojo,
una lágrima.
De tus mil rostros debe haber uno
que al menos reconozca,
que se expanda anulando mi conciencia
para formar el mismo centro de todo círculo,
la planicie, la estepa,
el mar abierto.
Pero estoy en tus redes casi sin advertirlo,
uncido, capturado y busco tu silueta
cuando en vano la tengo
en la sombra que sigue mis pisadas
en el viento que agita los manglares del alma.
VII
Cuando
el día adelgaza su estertor de crepúsculo
y las sombras avanzan,
cuando
recuerdo todo lo vivido en un segundo intenso,
inacabable,
cuando
se despedazan las certezas
y cae
sin sentido este aire,
esta ventana
este suspiro
—polvo de realidad en el abismo—
te encuentro metafísico, fácil, iluminado, transparente,
como si antes de último y final cataclismo
un elixir me diera
sabiduría al fin,
tu santo y seña al fin
para el viaje de vuelta
que es morir
al fin.
(De Voces que vinieron del alba, 1988)
Transcrito por Jorge Luis Pérez Armijos. Tomado de Compilación de poemas de ecuatorianos.