Méteme, Dios, en la celada celda.
Insaciable, celoso,
muerde la entraña, Dios,
bebe, mi pozo
olvidado y profundo, te estremezca
la vasta sed de gozo.
Reclúyeme, Señor,
cuida el postigo,
suelta el lebrel furioso de tu amor
y quédate conmigo.
(De Nada más el verbo, 1969)