Recordar el ayer, es
otra de las habituales bromas
que el tiempo
suele ofertar
en la sala de los espejos. Recordar,
la juventud compartida
entre grandes males
que ignorábamos entonces. La certeza
de que algún día
llovería fuego, pero había tiempo.
Tiempo para reír,
tiempo para el amor, ¿y por qué no?
Para el mismísimo dolor
que en ese entonces,
era otra forma de ser felices.