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Poema del día: «Weimar» (Bruno Sáenz Andrade)

Arrebato la villa al mapa y a la historia. Borro de la calzada la huella del viajero. / Mi conciencia no atiende al rumor de la crónica. No aprende a quebrantar la sutil cerradura. / Mis pies visten pantuflas...

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Arrebato la villa al mapa y a la historia. Borro de la calzada la huella del viajero.
Mi conciencia no atiende al rumor de la crónica. No aprende a quebrantar la sutil cerradura.
Mis pies visten pantuflas. Se quitan las sandalias del peregrino hambriento de andenes y distancias.
Acudo con la vista a un volumen escrito por el viejo pagano, el Fausto o el Diván de oriente y occidente;
al cuaderno de música. Guarda digno silencio. Más alta inteligencia ha de animar con arte las notas y los signos de Juan Sebastián Bach o de Francisco Liszt o de Ricardo Strauss.
Oigo como se cierran con un crujido acerbo las hojas de una puerta. Cesan la voz magnánima, la fiel caligrafía, los transportes del alma.
La mano del poeta interrumpe la frase, deja a un lado la pluma.
Adivina, muy lejos, el humo, la blasfemia. No laten ya en el seno del hombre las dos almas del mago alucinado.
La mueca del demonio carece de eficacia. ¿Quién puede parodiar un rostro inexistente?
Wolfgang von Goethe mira por la ventana abierta. Nada ha cambiado. Nada altera el paso lánguido ni la chismografía de la ciudad burguesa.
Vuelve a sus fantasías, a sus meditaciones. Tal vez, a los quehaceres del funcionario público.
Un poco más de cerca, improvisa sus cantos de inefable dolor o de delectación el kapellmeister húngaro.
¿No va a inventar mañana las más extrañas voces? ¿A escuchar el abismo que desciende en la forma tenaz de la llovizna, la quietud de las aguas del lago de la muerte?
Desgrana con los dedos las cuentas de un rosario de rara transparencia.
Una gota de un tiempo (aún no ha transcurrido) mancha su partitura.

(Poema sin publicar, gentileza del autor)

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