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«Por dos caminos», por doña Susana Cordero de Espinosa

El reservorio de Cumbayá es un lugar ideal para caminar; lo es para la gente mayor, que íbamos por sus senderos sin interrupción de ciclistas, ni de perros, ni de heces de perros...

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El reservorio de Cumbayá es un lugar ideal para caminar; lo es para la gente mayor, que íbamos por sus senderos sin interrupción de ciclistas, ni de perros, ni de heces de perros. Para alegría de todos, se llenaba de jóvenes que, entre las seis y las ocho de la mañana, dirigidos por el amigo Guido Bustillos, corrían y hacían ejercicios, pues ya a las cinco y media se reunían cerca de las puertas del reservorio, todavía cerradas, para ejercitarse y prepararse para la carrera (nunca sabíamos para cuál de ellas, pues Quito abunda en pruebas pedestres de velocidad, —la carrera de EL COMERCIO, la ‘de las iglesias’, las del parque Bicentenario, las de cinco kilómetros, las de más, las de menos; y hasta la carrera de los migrantes, con familiares de quienes se fueron y con los extranjeros que están entre nosotros).

El reservorio contribuía con su espacio, su estanque, con las bellas montañas visibles desde cualquier punto, a que mantuviéramos nuestra vida con salud, alegría y comunicación. ¡Ah, nuestra sociedad ecuatoriana, pobre de solemnidad en cuanto a exteriorizar!: reservados, tímidos y apocados a veces, o torpemente presumidos (pues hay bobos que creen que saludar es una concesión de ‘arriba abajo’…). Y nos cayó el horror de la pandemia: todo se cerró durante un largo lapso. Para reabrirlo se colocaron letreros de advertencia que prevenían a favor del uso de la mascarilla y de mantener la distancia. Y volvimos a él para seguir caminando…, hasta que otra vez, inexplicablemente, nos topamos con el reservorio cerrado: a oídos del gerente de la Empresa Eléctrica, amable y servicial, me consta, llegó una queja de uno de los guardias: un médico conocido en Cumbayá paseaba al borde del estanque, donde varios anuncios seguidos señalan el peligro, pues la caída a lo hondo del agua helada puede ser mortal. Así se lo advirtió el guardia y su respuesta fue -¿Y a vos qué te importa?…

El gerente dio la orden de volver a cerrar… La grosería y la humillación a la persona que advertía del peligro mortal merecen, ciertamente, castigo, ¡pero no a todos nosotros!

Otra opción, menos cómoda y más distante es la del Chaquiñán, el sendero que antes llamaban del ‘Murciélago’ pues existían grandes colonias de estos oscuros y útiles mamíferos en los sucesivos túneles de la vía, que el alcalde Moncayo entregó bellamente adecuado a la zona que atraviesa Cumbayá, Tumbaco y Puembo, y recorre un antiguo tramo del ferrocarril que unía el norte de nuestra región andina con la Costa ecuatoriana. Dotado de mobiliario urbano, de senderos y árboles; de estaciones para bicicletas, ámbitos para el ejercicio, y del ‘milagro’ de un parque seco, el Parque de los Algarrobos, como dice uno de los bellos paneles que ilustra a los viandantes. Es un camino bello, con árboles y plantas, pero mucho menos adecuado para personas mayores. ¿Volverá a abrir sus puertas nuestro reservorio? ¿Cuándo, señor gerente, volveremos a la bella costumbre de caminar, mirar, saludar, sonreír?…

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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