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«Quito en el tiempo», por don Marco Antonio Rodríguez

La obra de autor anónimo “El fatal 12 de marzo de 1859” recrea la conmoción vivida en Quito por el terremoto de ese año. Grupos de mujeres y hombres suplicantes, arrodillados, de pie o inclinados, asistiendo...

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La obra de autor anónimo “El fatal 12 de marzo de 1859” recrea la conmoción vivida en Quito por el terremoto de ese año. Grupos de mujeres y hombres suplicantes, arrodillados, de pie o inclinados, asistiendo o consolando a otros, claman al cielo pidiendo ayuda. Fachada y torre de la iglesia de San Agustín se presentan con señas del neoclasicismo imperante; la cromática agitada y lívida da la sensación del pavor que sintieron los pobladores de la ciudad.

Quito quedó devastada por el infausto acontecimiento pero, según relata Pedro Fermín Cevallos, dos años después, lucía recuperada, guarnecida de los vientos por las colinas de El Panecillo, Itchimbía, Puengasí y la Chilena. Sus calles estrechas y tortuosas se deslizaban hacia las zonas rurales congregadas en su entorno: Iñaquito, Turubamba y Chillos; en ellas —como en esos viejos nacimientos caseros— rutilaban “villorrios de hermosas quintas”.

El historiador se regodea en la descripción de la Plaza Grande, ámbito de encuentro de un pueblo multidiverso. Allí, dice, se cruzan y entrecruzan “pisaverdes vestidos a lo parisiense, campesinos con zamarrones o chaquicaras, indígenas serranos con cuzma o capizayo, bolsiconas con zapatos de raso y en pernetas, orientales pintados con achiote”. Barroquismo humano y topográfico. Rostro de la fusión indígena e hispana imposible de ser borrada, amalgama histórica de la que deriva su riqueza humana y artística.

“Los lugares mueren como los hombres aunque parezca que subsisten”, ilustró Joseph Joubert. Quito, bella y breve, pasó a erigirse en una suerte de parodia de metrópoli. Norte y sur se extendieron hasta el espasmo. El centro norte soportó artificiosos rascacielos cimentados en trucajes publicitarios. Por los valles se fundaron ciudades elitarias que rinden culto al esnobismo y la estulticia. Su centro histórico semeja una postal ultrajada por la desmemoria, mientras en abismos y laderas braman legiones de los olvidados de los cielos y de la tierra.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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