¿Qué es el racismo? Una desmesura mental, una visión extremista, una posición unilateral frente a la realidad: imágenes propias enaltecidas e ignominiosas del “otro”, juego de espejos que redunda en demenciales operaciones de aniquilación mediante una proterva infamación del “otro”. En el siglo XVIII criollos y mestizos se despojaron de la cosmovisión colonialista y empezaron a tramar su propio destino histórico.
En los tres siglos posteriores a la conquista se leudó nuestro mestizaje. La impronta de toda conquista se vertebra mediante la coerción y la imposición de la cultura dominante. En América se redujo a entender las culturas originarias bajo la concepción sociocéntrica de la alteridad (reconocer a los indios como los ‘otros’), alojada en un esquema de ‘superiores’ e ‘inferiores’. La concepción aristotélica de la esclavitud se aplicó rigurosamente.
Pensadores europeos y latinoamericanos mantuvieron una suerte de pugna para teorizar y sustentar el racismo. Sin embargo, los pueblos indios han accedido a la llamada historia ‘total’ gracias a sus valores y resistencia. Hasta los sesenta del siglo XX se vendían ‘haciendas con indios y todo’, semejante aberración fue suprimida, aunque el racismo sigue en auge. Tragedia y comedia urden el disfraz del mestizo. El mestizo no asume su origen indígena y su vacío labrado por el repudio de su ‘madre patria’ que jamás le aceptó como hijo. ¿Cómo escapar de este pecado original? En los países andinos el péndulo histórico se ha movido entre el pastiche europeo y el norteamericano, más el relativo acarreo del material autóctono.
Por herencia o legitimación, las familias ‘nobles’ del país se disputaban a dentelladas supuestos linajes; tal extravagante tendencia ha menguado. Ahora se rinde culto al ‘sueño americano’, no son pocos los ecuatorianos que tienen mansiones en Miami y yacen postrados ante el ‘estilo de vida’ norteamericano.
Estas reflexiones no implican exaltación de nacionalismos obtusos —el socialismo siglo XXI en nuestra coyuntura histórica— o volver a ideologías incineradas preconizadas por los tardomarxistas, solo pretenden develizar lo que en esencia somos: un país racista. El mestizo, más que despectivizar al ‘otro’, lo usa e ignora. Pueblo clasista, insolidario y ‘mitómano’, añadiría Juan Valdano.
En las recientes elecciones emergió una figura indígena presidenciable de inocultables cualidades. Apenas los ‘blancos’ lo vieron capaz de derrotar el fascismo instaurado por el orate que gobernó Ecuador, se volcaron a su favor; el momento que lo vieron asediado por el fraude electoral, se ahuyentaron. En el proceso, insultadores asalariados por el capitoste de la extinta ‘revolución ciudadana’ anegaron las redes con vilezas y oprobios en su contra. Nunca se refirieron a su lúcido discurso, sí a sus raíces: (la sustancia que encarna) y a su honra.
¿Asumiremos alguna vez que el nuestro es un país plurinacional y multiétnico? ¡Tiempo de pensarnos y asimilarnos!
Este artículo apareció en el diario El Comercio.