Reproducimos el artículo de Fernando Larenas que publica la revista Primicias, en el que trata la novela Las secretas formas del tiempo, de don Diego Araujo Sánchez, miembro numerario de nuestra Academia.
Una lectura diferente acerca de Gabriel García Moreno
En el ámbito de la política ecuatoriana y latinoamericana suelen aparecer personajes que son escudriñados y sin posibilidad de que algo se escape al criterio de los historiadores.
La bibliografía del expresidente conservador Gabriel García Moreno (1821-1875) es extensa y parecería que se escribió todo.
O casi todo, por eso comencé a leer Las secretas formas del tiempo, una historia bien documentada y narrada, que disipa por completo la idea de que no queda nada más que decir del personaje.
Lo valioso es que el narrador, Diego Araujo Sánchez detalla con rigor histórico las peripecias del personaje asesinado cuando tenía 53 años. A esa edad quería repetir un tercer período en el poder, una idea temeraria que a veces deriva en tragedia.
Otro hecho interesante del libro editado por Rayuela es que el narrador reivindica al periodismo serio; evita adjetivos innecesarios o apasionados en la descripción de un personaje que era odiado por unos y admirado por otros.
Araujo es periodista, el periodismo siempre estorba al poder y, durante el largo período conservador, no fue la excepción. Dos comunicadores de la época sufrieron la humillación del destierro.
Miguel Valverde y Federico Proaño fueron desterrados a Perú por la vía del Napo, “era el castigo por no revelar el nombre del autor de un escrito en el diario La Nueva Era que criticaba la reelección de García Moreno para un tercer período”.
La narración de los hechos, es decir el magnicidio ocurrido en las primeras horas de la tarde del 6 de agosto de 1875 es una crónica que detalla el recorrido desde que sale de su casa, en la plaza de Santo Domingo, hasta el Palacio de Gobierno.
Entre las columnas del edificio estaban los complotados, de atrás salió el autor material del magnicidio: Faustino Lemos Rayo, colombiano, más conocido por su apellido materno.
En la historia se menciona a Juana Terrazas, al edecán sin armas del presidente que pedía auxilio tras los primeros machetazos; después vendrían los balazos, y un hombre alto vestido de negro que luego desapareció de la escena.
Nada se escapa a los ojos o a la redacción del periodista que, en 2016, ya había incursionado en la novela histórica con Los nombres ocultos, que indaga la muerte de Antonio Leiva, el chofer presidencial durante el primer período de Velasco Ibarra.
Por lo general la historia recurre a leyendas y en torno a García Moreno se han escrito truculentos episodios. El más conocido es que uno de los motivos para el magnicidio fue que Rayo estaba celoso por un supuesto romance de su esposa con el presidente.
Sin embargo, el autor del libro prefiere documentar el momento político y todos los detalles de la planificación del asesinato, los juicios que siguieron, las condenas y la publicación de los testimonios de los testigos del crimen.
En uno de los diálogos se afirma que durante el juicio nunca se mencionó palabra alguna sobre una supuesta infidelidad de Mercedes Carpio, la esposa de Rayo, y precisamente en una sociedad como la quiteña de entonces “tan inclinada al chisme y a la murmuración”.
La ira de Rayo se explica en un libro publicado 20 años después del asesinato por Roberto Andrade, uno de los conjurados. Según la versión, el enojo de Rayo fue por las pérdidas económicas que sufrió cuando García Moreno ordenó que se le quite un negocio mediante el cual explotaba a los indios en la región amazónica.
No faltan anécdotas, como aquella de que el cuerpo de García Moreno fue embalsamado y luego, con uniforme militar fue colocado sentado en una silla, desde donde el cadáver presenció la misa fúnebre en su honor, en la catedral de Quito.
“Los médicos habían cosido las enormes aberturas (causadas por el machete) en la cabeza para que no repugnara a la vista (…) y lo pusieron vestido de general en jefe”. Los 15 años de ejercicio del poder habían generado un odio incontenible y profundizado la eterna disputa entre conservadores y liberales.