A los seis ya veía bajar por los potreros
prietas pantorrillas arriando la madrugada
alguien lloraba y se le saltaban los mocos
a través de los dedos de rosa
quien traía cada día más tiznadas sus mejillas.
Al amanecer tiritando y siempre cuchicheando
alguien servía un café insípido mas
humeante. Frugales fueron aquellos
banquetes en las afueras del palacio.
Los grandes grasosos señores grandes
bailes ofrecían y en uno que otro daban
las sobras por las puertas traseras
de las puertas de servicio.
Entre lágrimas algunos pedos y demás
fluidos de la plebe la ciudad irreal
otra vez despertaba y el canto de los gallos
mandarines de Vésper encendían las calles.
Todo saluda al día nuevo; un nido de abejas
eran sus bocas, hijueputascarevergas
maricones tam cabrones tam viracochas tam.
Eran las potencias del hablar materno.
Vírgenes de formas plenas presidían los altares
y apenas recogida la estera preparaban el carbón:
gentil ídolo del bruno lugar natal ¡escucha!
crepitaba tragando su descendencia.
Súbito viene eso por lo cual la tierra espera
hacer aderezos con nuestro seso; en el
trovar de la cantina era sabio decir:
«aguarda la alta costumbre de procurarte frutos»,
«quiebra maqui de guagua». Ara vos prec,
no vaya a ser cosa que atine a columpiarse
en ese país «irreal limitado por sí mismo».