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«Sangre derramada», por doña Cecilia Ansaldo

Entre la hematofobia y la atracción por la sangre vagamos los humanos. Vampíricos a costa del cine gore o sensibles hasta la escapatoria. Caminando por esa cuerda floja me salió al paso un libro...

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Entre la hematofobia y la atracción por la sangre vagamos los humanos. Vampíricos a costa del cine gore o sensibles hasta la escapatoria. Caminando por esa cuerda floja me salió al paso un libro que hoy me obliga a poner orden en mi cabeza abarrotada de información y de imágenes crueles. Me pasa con Ivan Jablonka lo que me ocurre con cada autor que me impacta: quiero leer todo lo que ha publicado. Él es un maestro de historia de la Universidad de París XIII, investigador del Holocausto que eliminó a sus abuelos.

Leyendo Laëtitia o el fin de los hombres (2016) constato la veta que dejó abierta Truman Capote y que hoy cultiva el llamado Nuevo Periodismo con un vigor y una contundencia tomados del arte literario. Que un crimen que conmocionó a Francia en 2011 y enfrentó a los poderes políticos del gobierno de Sarkozy sea la carne de una novela corrobora la elección de una manera de contar que está en la preferencia de los lectores: la dosificación de unos hechos, la precisión para pintar personajes, la reconstrucción —muchas veces imaginada— de unos diálogos, la estructura en capítulos pares e impares para mover la trama en el tiempo.

La intención del autor que también escribió La historia es una literatura contemporánea (2016) queda muy clara: leerlo con pasión y adherirnos a la causa de la justicia, indagando todo lo que tuvo que ver con un par de mellizas, víctimas desde su nacimiento de la inseguridad por causa de un padre violento y una madre deprimida. Crecidas en instituciones de reeducación y casas de acogida, las dos chiquillas son muestra fiel de la pobreza, el alcoholismo y la inadecuada familia. Cuando todo parece salir bien, las chicas han llegado a la mayoría de edad preparándose en escuelas de oficios y parecen armonizar en su familia estatal, dos sombras emergen del sistema político social: a Laëtitia le sale al paso un delincuente aparentemente reinsertado; se conoce que a Jessica la viene abusando hace algunos años su padre de acogida (sistema que le paga al hogar que abre sus puertas a un niño sin techo firme).

Al asesino le bastó un día para seducir a una muchacha insegura, reconcentrada e insatisfecha, que estaba sacando la cabeza del círculo de asfixia que era su vida. El pseudopadre tocaba y manipulaba a la otra hermana en el seno de una aparente convivencia armónica. El sexo está en el núcleo de ambos procederes, aunque a Laëtitia un exconvicto de trece ocasiones, drogadicto y vago la arrasó en una noche con secuestro, violación, muerte y descuartizamiento. El asesinato más inútil y gratuito. El punto más alto en la escala del mal.

La sangre derramada de una criatura de 18 años. Su cuerpo cortado en pedazos y esparcido en dos sitios distintos. Un criminal que desafía, a la cadena del sistema judicial implicado, con un silencio que solo es derrotado por la habilidad investigadora de un sistema, impugnado en su eficiencia por el presidente de la República. Un país roto desde dentro por sus poderes en pugna. Todo eso se derrama como una lava en el libro de Jablonka.

Algún lector dirá que es repetitivo. Otro que basta recodar la prensa del año 2011 para rememorar los acontecimientos que el libro “solo” pone en orden, pero no es cierto. En esta novela-crónica, en este “relato real”, Jessica se salva y se construye como ser independiente, y Laëtitia se queda entre nosotros.

Este artículo apareció en el diario El Universo.

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