“Cruzan el desierto de mi nombre/ beben de mi sed/ los pájaros tardíos/ mi casa es un enjambre de alas que se fueron”.
Pequeña, menuda, desmañada en su vestir, frontal y letal: dice lo que piensa y hace lo que dice; abomina felonías, embustes, zalamerías; de modales desapacibles, espontánea y noble, viajera empedernida, de ‘ánima transparente’ como dijera Unamuno, Sara Vanegas (Cuenca, 1950) es, sobre todo, poeta, sin disminuir sus sesudos ensayos sobre variadas disciplinas. Detrás de sus lentes bullen dos ojos ávidos que han absorbido vastos saberes: filosofía, historia, literatura, música, artes visuales, idiomas… Pocos seres humanos son lo que parecen ser, Sara es uno de ellos.
Sara ha acumulado títulos que nunca usa, los elude o se refiere a ellos con desdén: doctora en Filología Germánica, Literatura Universal, Docencia Universitaria; profesora de lengua y literatura española en Madrid, cultura alemana en Múnich, literatura en la Universidad de Cuenca; embajadora Universal de la Paz (Ginebra); antropóloga, traductora.
Al departir con ella, encontramos a una mujer sobria y seria, introvertida, solitaria, y, a la par, alegre y ocurrente; nos hace pensar que la realización humana es un asunto de opinión y no un asunto de verdad. Sara escribe cuando halla su “estado de gracia” (inspiración), confesando, al mismo tiempo, su carencia de aptitudes para ‘improvisar’.
En la modernidad se desvaneció la inspiración para dar paso al ‘oficio’. Como quiera que fuere, apertura al mundo, salirse de sí para visualizar y asir elementos extraordinarios en su sentido etimológico; un entorno mágico o, al menos, intensamente diferente, es lo que esta poeta requiere para su oficio. Pero lo que añade es que su escritura es para ella, nunca se ocupa de quienes la comentan. El desafío del poeta es con él mismo, no con los demás.
Aquello que está fuera del artista está constituido por lo existente, no es un ordenamiento supremo, solo ‘intelectivo’, al modo hegeliano: “Los cristales de la luna/ hecha pedazos/ tus lágrimas exiliadas/ y un poema/ escrito en la ceniza blanca/ madrugada”. En su ensayo ‘Escribir poesía’, 2007, Sara cuenta que su poema ‘Púrpura’, fue inspirado en ‘La memoria’ de Magritte.
Y, más allá, escuchando a Beethoven, Chopin, Orff, Mozart o Debussy, o, melómana consumada como es, oyendo música celta, china, hindú, asiática. Sara es lo que en España se llama poeta ‘culturalista’, en su doble significado: fruto del acervo cultural y en el de ‘glosador’ de otros poetas. Sus poemarios ‘Luciérnaga y otros textos’, ‘Entrelíneas’, ‘Indicios’, ‘Poemar’, ‘Más allá del agua’, ‘Al andar’, ‘Versos trashumantes’, ‘De la muerte y otros amores’ dan fe de mi aserción.
Poesía lacónica y musicalizada, mistérica y poderosa, magia y vuelo: “el tiempo:/ esa herida angustiosa/ siembra de cadáveres mi piel”. Y porque todo instante es el último por ser el único, Sara sigue a la zaga de la palabra en cuyo corazón palpite su realidad soñada.
Este artículo apareció en el diario El Comercio.