No se conoce con exactitud el origen de esta bella palabra que ya ha sido incorporada al español, pero que en lengua portuguesa tiene un significado especial que la reconoce como añoranza o como la nostalgia por algo o alguien...

No se conoce con exactitud el origen de esta bella palabra que ya ha sido incorporada al español, pero que en lengua portuguesa tiene un significado especial que la reconoce como añoranza o como la nostalgia por algo o alguien del pasado que ya no existe o no se repetirá jamás.

Quienes han podido visitar o conocen Portugal ya sea de forma presencial o a través de su literatura, cine o su música, comprenderán mejor las diversas connotaciones que tiene esta curiosa palabra. De hecho, basta tan solo pisar Lisboa, por ejemplo, para saber que los portugueses encierran la saudade en el fondo de su alma, y que esa naturaleza amable, pacífica y contemplativa, seguramente se origina allí, en aquella nostalgia que se siente, se ve y se escucha en su tierra.

El fado, su música tradicional, es la muestra más tangible del espíritu de esa tierra que se manifiesta en poesía acompañada de la viola y de la guitarra portuguesa. Sus letras tristes, dolorosas, sentidas, muy cercanas a las de nuestros pasillos, le cantan al amor, pero sobre todo al desamor, a la distancia, a la ausencia y, cómo no, a la añoranza de lo que fue y ya no será nunca.

Caminar por las calles quebradas de la elegante Lisboa, por sus veredas empedradas en diseños artísticos de caliza o basalto, contemplar la inmensa desembocadura del Tajo, o recorrer la perla del Duero, Oporto, una ciudad de ensueño dominada por sus magníficos puentes y por sus palacios artesonados, es sumergirse de forma temporal en la saudade.

Y, por supuesto, es en su literatura donde quizá reconocemos con mayor claridad la esencia íntima del portugués, en Eca de Queirós, en Camilo Pessanha, en Antonio Lobo Antunez, en Fernando Pessoa, el gran poeta Lisboeta que se manifiesta como un espectro omniciente en cada rincón de su patria amada.

Pessoa, que decía: “Nada queda de nada. Nada somos / Al sol y al aire libre, un poco, nos atrasamos / Por lo irrespirable de la tiniebla que pesa sobre nosotros, / Por lo húmedo de esta tierra impuesta. Cadáveres aplazados que procrean. / Leyes decretadas, estatuas vistas, odas ya escritas. / Todo tiene su color. Si nosotros, carne / Al que un íntimo sol brinda sangre, tendremos / Un ocaso,¿por qué no ellas? / Somos cuentos contando cuentos, nada”.

O en el caballero de Azinhaga, de Lanzarote, de portugal entera y también de esa balsa de piedra que es la península ibérica, el enorme José Saramago que ha retratado a su pueblo y su historia en obras sobresalientes como ‘El cerco de Lisboa’, ‘Memorial del convento’ o ‘El año de la muerte de Ricardo Reis’, en la que trae de vuelta a la vida al propio Pessoa (Ricardo Reis fue uno de sus seudónimos).

Escribe Saramago en su poema Laberinto: “En mí te pierdo, aparición nocturna, / En este bosque de engaños, en esta ausencia, / En la neblina gris de la distancia, En el largo pasillo de puertas falsas. / De todo se hace nada, y esa nada / De un cuerpo vivo enseguida se puebla, / Como islas del sueño que entre la bruma / Flotan, en la memoria que regresa. / En mí te pierdo, digo, cuando la noche / Sobre la boca viene a colocar el sello / Del enigma que, dicho, resucita / Y se envuelve en los humos del secreto”.

Como confesó alguna vez Pablo Neruda: “Saudade —¿Qué será?… yo no sé… lo he buscado en unos diccionarios empolvados y antiguos y en otros libros que no me han dado el significado de esta dulce palabra de perfiles ambiguos. / Dicen que azules son las montañas como ella, que en ella se oscurecen los amores lejanos, y un noble y buen amigo mío (y de las estrellas) la nombra en un temblor de trenzas y de manos. / Y hoy en Eca de Queirés sin mirar la adivino, su secreto se evade, su dulzura me obsede como una mariposa de cuerpo extraño y fino siempre lejos —¡tan lejos!— de mis tranquilas redes”.

Saudade, ¿qué será?…

Este artículo apareció en la revista Forbes.

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