La palabra, cuando es creación, desnuda. La conciencia de las palabras lleva a la conciencia de uno mismo: a reconocerse. Y ese lenguaje induce a convertirse en conciencia de su pueblo. Esa la palabra de Simón Espinosa Cordero (Cuenca, 1928). Palabra látigo para déspotas, lámpara de minero cuando es del alma, taladro contra la roca, relámpago para la oscuridad.
Su palabra emerge de su cultura universal pero se maleabiliza para llegar a todos. Retoza e ironiza. Instiga, aguijonea, acribilla. Alto, bizarro, magnánimo, libertario; suelo recordarlo cuando aún vestía sotana y era director espiritual del Colegio Máximo San Gregorio.
Todo es grande en él: su sabiduría, su sencillez. No basta tener ingenio, dice el aforismo, lo excepcional es aplicarlo bien, Simón pone el suyo en las causas más humanas. Y si un hombre es humilde siempre está presto a ser pequeño: Simón es paradigma de humildad. Risueño, efusivo, íntegro, solidario, va y viene defendiendo libertades; combatiendo a saqueadores y sanguijuelas; dándose abasto para que sean escuchados los ‘sin voz’.
Algunas disciplinas que Simón domina: sintaxis, historia, filosofía, teología, bioquímica, psicología, literatura, política, lenguas ‘muertas’ y vivas. Acusado de turbar la fe en sus discípulos, pidió que lo enviaran al suburbio de Guayaquil. La respuesta: ir al Colegio Javier pero trabajar solo una hora en el suburbio. Entonces fue a la residencia de la Compañía de Jesús y ejerció la cátedra en la PUCE. En 1971 abandonó el sacerdocio y fundó su familia con Ana María Jalil, su luz cenital.
Denuncias y acciones contra abusos del poder abonaron su fama de contestatario. Ha recibido vejámenes de propios y extraños con anchura de espíritu. Simón, el grande. Los seres humanos que honran su estirpe como él son quienes cruzan mares, los demás nos conformamos con las orillas. “Mercaderes de avispas:/ Soy hombre de los trópicos azules./ Os espío por cuenta de la luna./ Soy agente secreto de las nubes”.
Este artículo apareció en el diario El Comercio.