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«Sócrates y Cristo», por don Juan Valdano

Desde el inicio del cristianismo surgió la mutua animadversión. Los “Hechos de los Apóstoles” narran la visita de Pablo de Tarso a la ciudad de Atenas. El apóstol “se llenaba de indignación al contemplar la ciudad llena de ídolos”...

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Acabo de publicar un libro que ha sido escrito en estos meses de obligado encierro por la pandemia que hoy azota a la humanidad entera; se titula “Tras las huellas de Odiseo”. Se trata de un ahondamiento en las fuentes griegas del humanismo clásico y, por ende, del pensamiento occidental. Mi libro es una singularidad literaria, un conjunto orgánico de “posas libres” en el que el ensayo se torna relato de viaje, autobiografía, novela, cuento, reflexión filosófica, mitología, en fin; todo esto visto y analizado desde el trasfondo de la vida contemporánea. El ensayo literario concebido así, como un ámbito de amplias fronteras y con un carácter híbrido, llegará a ser el género del siglo XXI, el que mejor interpreta la ambivalente cultura contemporánea.

En uno de los capítulos de mi libro vuelvo a la relación que hacía Jaeger sobre las figuras de Sócrates y Cristo. A estos dos personajes que están al inicio del pensamiento occidental les caracterizan circunstancias que los asemejan: los dos fueron maestros de una nueva doctrina de vida; los dos utilizaron la palabra oral para movilizar a sus discípulos y difundir sus mensajes; ninguno de ellos dejó un testimonio escrito de sus enseñanzas y sus vidas; todo lo que sabemos de ellos es a través de lo que escribieron sus discípulos; y algo más: los dos murieron por una injusta decisión del poder político. Y sin embargo, nunca fue fácil la conciliación entre las dos tradiciones, la socrática y la judeocristiana.

Desde el inicio del cristianismo surgió la mutua animadversión. Los “Hechos de los Apóstoles” narran la visita de Pablo de Tarso a la ciudad de Atenas. El apóstol “se llenaba de indignación al contemplar la ciudad llena de ídolos”. Discutía en la sinagoga y en el Areópago “con filósofos epicúreos y estoicos” quienes, al oír hablar de la resurrección de los muertos, se burlaban de él. (Hechos: 17, 32). Pablo no logró convencer sino a dos o tres atenienses.

Siempre será difícil un entendimiento entre las posiciones de la razón filosófica-científica, el gran legado griego, y el mandato de la fe, fundamentos de la herencia judeocristiana. Por más intentos que se han hecho para congeniar estos dos patrimonios nunca ha sido posible llegar a una armonización entre ellos. De hecho, la historia de la idea europea ha sido la historia de dos ciudades: Atenas y Jerusalén (Steiner).

Las grandes fuentes del pensamiento occidental parten de una “dualidad primordial”, la doble herencia proveniente tanto de la ciudad de Sócrates como de la ciudad de Cristo e Isaías, una relación conflictiva y sincrética, a la vez. A partir del Renacimiento hasta la edad moderna, desde Erasmo hasta Hegel, varias corrientes humanistas buscaron caminos de conciliación entre los ideales áticos y los judeocristianos, búsquedas que nunca llegaron a prosperar.

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