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«Sontag», por doña Cecilia Ansaldo

Susan Sontag vivió en lucha constante consigo misma y con su tiempo. Construyó un pensamiento que primero desde las más icónicas revistas y luego desde los libros, nutrió vanguardias artísticas y políticas...

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Foto: Eddie Hausner, The New York Times.

Los libros largos arredran, pero mi grupo de lectoras no se acobardó frente a las 700 páginas de la biografía que ganó el Pulitzer de 2020, dedicado a, según algunos, la mujer más inteligente del siglo pasado, la escritora norteamericana Susan Sontag. El totalizador rastreamiento que emprende el autor nos deja con la extraña sensación de haber mirado a un ser humano tanto a través de un telescopio como por el ojo de una cerradura. La brillante intelectual que conquistó la fama internacional analizando su momento histórico —la guerra de Vietnam, la revolución cultural china, los gobiernos de Reagan y Bush—, puertas adentro fue una mujer insegura, contradictoria y egoísta, según Ben Moser.

Todo es posible. Muerta en 2004, los testimonios directos recogidos son numerosos y, más que nada, contar con los cien cuadernos de diario íntimo entregados por su hijo al biógrafo solidifican la múltiple perspectiva. Durante su paso por importantes universidades fue diseñando una visión multifocal hasta desprenderse de la academia: la alta cultura, pese a que la dominaba, no fue lo suyo sino las expresiones de la cultura popular que se gestaba en las calles de Los Ángeles, en las discotecas de Nueva York y en el taller de Andy Warhol. Por eso, nos donó el concepto de “lo camp” para calificar los productos que se salían de la norma. Por eso, también, nos liberó de las voces canónicas que entregan a su comunidad lo que hay que entender y comprender de las obras de arte.

Susan Sontag vivió en lucha constante consigo misma y con su tiempo. Construyó un pensamiento que primero desde las más icónicas revistas y luego desde los libros, nutrió vanguardias artísticas y políticas. Con Sobre la fotografía nos previno de los efectos desvinculadores de la realidad que tienen las imágenes por su capacidad de falsear. Cuando escribió La enfermedad y sus metáforas recogió la conspiración del silencio que pesaba sobre los cuerpos enfermos (primero la tuberculosis, luego el cáncer que ella padeció), experiencia que la condujo a empoderarse del tema que ratificó con la plaga del VIH en el libro El sida y sus metáforas.

Una temprana maternidad la convirtió en la madre-hermana de su hijo en complejas relaciones de imposiciones forzadas y coincidencias apasionantes —él también es escritor—. Se dilapidó en toda clase de vínculos amorosos, sociales y de amistad, pero tuvo temporadas de soledad y descuidos supremos con los que la amaron y admiraron. Era capaz de escribir durante días enteros, cerrada a su alrededor, pero también tomaba aviones para desplazarse a núcleos de riesgo extremo como Hanói y Sarajevo, en momentos álgidos.

Como dije antes, hay biografías que se narran como novelas y exigen del lector una atención dinámica que puede naufragar en el aluvión de giros temporales y nombres. Así es el trabajo de Moser, que apabulla con su ansia de fidelidad a las fuentes, nombrando a cada paso a quienes le proporcionaron datos, los libros de los que brota una cita o de qué hecho emerge la conciencia estricta de Susan en el espejo de su diario.

Marcuse y Salman Rushdie le fueron cercanos; se querelló con García Márquez; leyó a Rulfo y a Bolaño; todo le interesó y se entregó con valor a causas justas. Una visión tan lúcida hoy estaría luchando por Ucrania. Grande Susan.

Este artículo apareció en el diario El Universo.

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