Esta historia encadena imágenes terribles.
Cada eslabón es una compostura de fuego.
Han amarrado los pulgares de la subversiva
y la levantan,
los pulgares se estiran y avioletan.
La historia pierde su continuidad
y se convierte en un espejo que refleja la misma e inmóvil imagen.
Han desnudado a la subversiva
y han vuelto a colgarla de los pulgares,
sus lamentos y exhalaciones
caen como esas palomas que destruye el huracán.
La imagen empapa con hiel y aguasangre
porque toda crueldad tiene esos líquidos
tan vibrantes
que no se borran
y se quedan en las pupilas para siempre.
Han flagelado los glúteos de la subversiva
hasta convertirlos en dos implorantes amapolas.
La imagen sale de la habitación
y se va por los tejados hacia las curvas del horizonte
y se desparrama en los ríos y en las siembras
buscando algún corazón que pueda tolerarla.
Arrastran a la subversiva hasta la celda
y la infamia, ave negra, se acurruca en un rincón.