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«Taco bajo: La precisión de un tiro que hiere», por Valeria Guzmán

El 5 de febrero de 2020, en el auditorio de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, se presentó la novela «Taco bajo» de Santiago Vizcaíno. A continuación reproducimos el texto de la intervención de Valeria Guzmán, nuestra becaria de cooperación y lexicógrafa.

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El 5 de febrero de 2020, en el auditorio de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, se presentó la novela «Taco bajo» de Santiago Vizcaíno. A continuación reproducimos el texto de la intervención de Valeria Guzmán, nuestra lexicógrafa.

Bola 9 o el turno del acierto

En la sala de billar del palacio de Fontainebleau, el rey Luis XII acaba de dar un tiro de lleno. En un teatro inglés, Cleopatra exige una partida de billar, dirigida por Shakespeare.  En la Escuela Central de París, Gaspard-Gustave de Coriolis publica su Teoría matemática del juego del billar. En el The Hustler (El buscavidas) se filma un espectacular massé. ¡Todo el pasado vuelve como una carambola!

En un sucio y paupérrimo bar de la Calle Quito, en Crucita la bella, algo del polvo azul de Prusia de la tiza se eleva en el aire, Willy coloca el taco, toca la bola con inteligencia, la impulsa con la fuerza exacta para que alcance el ángulo, como quien retorna, si acaso es posible.

En la segunda novela de Santiago Vizcaíno, Taco bajo, Willy retorna de Europa a Ecuador, después de su deportación. En un escenario donde se siente más confiado, pero que no deja de ser el de la marginalidad, Willy emprende una nueva serie de fechorías. Como si se tratara de unos nuevos Caprichos grabados por Goya, pero pintados con los estridentes colores de América Latina, el narrador nos muestra con gran ironía la situación decadente de las instituciones reales y simbólicas, de todo aquello que la sociedad preconiza como digno de respeto. Empieza por la patria: “Willy no quería volver, a Willy le valía un carajo su país. Por qué joden tanto con el puto país”. Para ensañarse con la educación: “Gente práctica que había reproducido gente práctica por camadas. Dar clases a almas muertas, esa era nuestra tarea. El sistema educativo forma ciudadanos útiles. Ciudadanos a quienes el Estado o el mercado puede explotar. Me niego a ser parte de la educación mediocre de este país.” Y luego mofarse de la adoración religiosa: “Se habían robado un Cristo y no sabían qué hacer con él. Francamente yo tampoco. Quién mierda va a comprar un Cristo robado. A menos que no sepa que es robado. Quise llevar al Cristo, lo saqué de su caja. Al final no era tan grande. Cuando llegué donde el tipo que alquilaba las motos, me dijo: ¿Qué va a hacer? Voy a darle una vuelta, que le dé el aire del mar, respondí. El tipo se santiguó.” Además de mostrar abiertamente su molestia sobre el transporte público: “No tenía la más mínima gana de ir en bus hasta el aeropuerto. Apestan. Los buses intercantonales son de lo peor. Con suerte consigues un asiento, con suerte, no llevan niños, con suerte tienen aire acondicionado, con suerte no te mueres de un infarto”. O sobre los hospitales: “¿No tendrás una sábana limpia?, pregunté. No moleste, señor, dijo, este es un hospital público, si quiere vaya a una clínica.”

Sin embargo, esto palpable que vivimos a diario, fanatismos patrióticos o religiosos, una educación que no apunta a formar seres humanos, sino esbirros que tengan la prontitud de la aceptación y la obediencia, la degeneración de los hospitales, la policía, el transporte público y hasta el porno, no se queda allí. A Willy le gusta la decadencia hasta el resquebrajamiento extremo. Por eso, también cuestiona la infancia que, tal como nos enseñó Freud, es sexuada y no un castillo de pureza. Cuestiona la reproducción: “Los hijos son una obligación social innecesaria. El que no tenga sentido en su vida, el que quiera trabajar como un burro, que tenga hijos.” Cuestiona la figura del padre: “La velación de un padre se convierte en la reivindicación de un simbolismo fálico tan horrendamente sexual que dan ganas de esconderte, de ocupar el espacio de la incapacidad mental, de la transexualidad”. Y hasta se mofa de la muerte a la que “le hemos dado demasiada importancia”: “En este país muere más gente por accidentes de tránsito que por el cáncer. Punto para el cáncer.”

En esta novela, Willy es mucho más sagaz, puede reírse abiertamente de sí mismo y hasta poner en duda su propia sexualidad a través de su relación amorosa, la más genuina de la novela, con una transexual: “Ella viene con nosotros, les digo. No responden. Sharon sube a la cabina de la Datsun y nos damos un beso. Un beso que me sabe a agua salada, a arena recién bañada por el mar.”

En Taco bajo queda claro que lo único que Willy respeta es el billar, al que encumbra como una ciencia, como un asunto de dominio de las emociones, de equilibrio del cuerpo y como un trabajo que quizá pueda enriquecerlo. Asunto sumamente paradójico, cuando desde inicios del siglo XX a las billas se les empezó a llamar tugurios y aún ahora se tiene la idea de que el billar es un vicio de maleantes.

Nada de esto está exento de una profunda reflexión, de una insatisfacción frente a un entorno que puede ser aceptable o prometedor para otros, pero no para alguien que asume éticamente su existencia hasta las últimas consecuencias. Quiero decir, Willy es un bribón, un solitario desastroso, migrante de sí mismo, es cierto. Es el antihéroe que todos podemos amar y odiar al unísono, como solo sucede con los personajes literarios que se nos vuelven entrañables y entrañantes. Justamente porque él nos pone frente a lo siniestro, eso que nos horroriza por ser terrible y al mismo tiempo familiar, que secretamente reconocemos en notros mismos. Willy se involucra en robos, en una violación y en un asesinato. No obstante, tiene sus propios códigos, tiene su congruencia y sus reivindicaciones. Con Willy, no sirve de nada preguntarnos por qué. ¿Por qué Willy hizo esto o hizo aquello? Es un hilo absurdo como la vida misma, como el juego de billar, como “la ciencia de salir vivo, de sobrevivir”. Con Willy la única pregunta válida es: ¿y por qué no? Si como decía Cernuda, “el deseo es una pregunta cuya respuesta no existe, el deseo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe”. Si la literatura nos da la oportunidad de cometer cualquier clase de improperios sin tener que tomar un revolver y matar a alguien en la realidad. Si la literatura nos permite sublimar. Si la literatura nos permite vengarnos. Si la literatura puede llevar hasta el fondo de los huesos el fuego y la rabia. Entonces… ¿por qué no?

Leo Taco bajo y me recuerda inevitablemente el mestizaje profundo desde el que ha sido narrado. Una mezcla de la picaresca española, quizá de El buscón de Quevedo con Don Catrín de la Fachenda de Fernández de Lizardi y el Chulla Romero y Flores de Icaza, con la filosofía existencial de El extranjero de Camus. Lo leo y pienso que Willy es un personaje profundamente sadiano. A Sade le hubiera encantado esa manera en la que el deseo es el revés de la ley. Para Sade, se está siempre del mismo lado, pues el triunfo de la virtud no hace más que coincidir con la ridiculez propia. En Taco bajo la ley hace aguas por todas partes. La ley se viola, la ley se asesina. Solo es válida la ética del sujeto frente a la falla de las instituciones.

Bola 10. En movimiento

Además de todos los decibeles de esta intensidad, Taco bajo está escrita desde un altísimo dominio del lenguaje.  Es muy reconfortante poder leer en nuestra variante de español de Ecuador y hacerlo de la mano de alguien con mucha maestría: currinchos, tombos, pacos, conchaetumadre. Los lectores podemos estar solazados y tranquilos, sabiendo que nuestro léxico y nuestra sintaxis es parte de la literatura ecuatoriana actual y que podrá pervivir en la documentación escrita.

Algo hay de poético en las buenas novelas. En este caso, y me parece que, de forma inconsciente, Santiago Vizcaíno ha construido un ritmo decasilábico. Uso como pretexto el número de páginas, que tiene que ver con el aliento, no con la edición, por supuesto. Es llamativo este patrón, 6/10/4/ páginas, que se repite a lo largo de casi toda la novela en distintas combinaciones. Los capítulos son breves, sin embargo, alternan en su dimensión, al igual que las oraciones. Hay oraciones compuestas que son largas y luego se quiebran por una oración muy breve. Es una narración ágil, limpia, libre de intentos intelectualoides o barrocos. Es un texto que toma riesgos, pero fuera de las pretensiones de la relevancia. Es una herida abierta de quien escribe desde la sinceridad y la furia, donde los temas trágicos o demasiado profundos se quiebran con el humor que hace soportable lo que de otro modo sería una estocada mortal. Y tiene esos movimientos emocionantes y vertiginosos del billar. Las palabras se alargan a tres bandas. Chocan. Caen en las troneras.

Bola 8. Antes de medir fuerzas con la suerte, quizá no sea inútil el débil talismán de lo vivido

Aparentemente esta novela podría verse como una confrontación con el padre, a través del quebrantamiento de su figura. No obstante, se trata de una manera de tejer el duelo, de cerrar el chorro libidinal de la pérdida. Es una última partida donde gana el silencio. Willy sabe que sostiene el taco exactamente igual que su padre. Willy sabe que su padre le hubiera ganado al héroe de ambos, un tal Efrén Reyes. Por otro lado, Vizcaíno si no lo sabe, quizá lo intuye, quien le está dando un nombre a su padre es él, quien lo hace aparecer, es él, quien lo inscribe en la posteridad, es él como autor. Quien lo instaura como significante, es él al dedicarle y sostener 112 páginas sobra esa pasión compartida con su padre, quien “murió en la víspera de tenerlo todo”.

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