Después de la larga noche correista cabe repensar en los caminos que el país debe recorrer para recuperar la dignidad de la política y reconstruir los espacios de una efectiva participación ciudadana. En definitiva, establecer un ámbito de libertad y diálogo en el que converjan el discurso bien intencionado y la acción encaminada al fortalecimiento de la democracia. Esta es la tarea histórica en la que hoy estamos abocados. Tarea nada fácil cuando vemos que nuestra vida política se halla carcomida hasta el tuétano por la corrupción de sus principales actores, prostituida por el toma y daca de la componenda olvidando la ética y el interés de la patria. Si en épocas de crisis hay que contribuir para una causa humanitaria, el político que lucra del Estado dice: “que todos contribuyan menos yo”. Tal es el nivel de su compromiso con la sociedad a la que dice servir.
En Ecuador no existen verdaderos partidos políticos que obedezcan a una particular ideología; los que existen con tal membrete son meras cofradías de amigos, miembros de un clan familiar, dueños de una bandera y una inscripción en el registro electoral. El arribismo, la ambición de poder y la habilidad para el contubernio es lo que les une; la defensa de sus intereses privados y el engorde de sus bolsillos son las metas. Para ellos, salvo pocas excepciones, la política activa no es más que un lucrativo modus vivendi como cualquier otro. Han perdido prestigio así como todo contacto con los desvelos del ciudadano común. ¿Dignidad, honradez, patriotismo, sapiencia, grandeza de miras?, nada, no hay nada de eso.
Para Ortega y Gasset las élites gobernantes de antaño fueron siempre minorías selectas que encarnaban, en lo privado y en lo público, los valores éticos que ennoblecen una vida digna y decorosa, cualidades que avalan una conducta impecable y una existencia egregia. El hombre-masa, en cambio, no es consciente de las grandes causas que conmueven a su patria, imbuido de resentimiento defiende la libertad total, el derecho a lo trivial y un descarado individualismo.
Las élites políticas que hoy nos gobiernan piensan y actúan según los esquemas mentales de las masas de ayer. A la actual clase gobernante le caracteriza la mediocridad, la autosuficiencia y el narcisismo. Y no faltan aquellos con mentalidad de rebaño que corren tras un pastor o un mastín que los conduzca. Apoyada en la “meritocracia” y el palanqueo esta generación es fruto de una educación sin valores y la vulgaridad difundida por los medios de comunicación.
Nuestro error ha sido tolerar su corrupción y su torpeza, aguantar su insolencia, su demagogia y sus mentiras. Y son estas élites gobernantes que siempre nos han traicionado las que mañana buscarán, una vez más, nuestros votos. ¡Qué descaro! Los ecuatorianos estamos hartos de su engaño, hartos de la impunidad de la que han disfrutado siempre. Mientras no expíen por sus errores y sus crímenes nuestro país seguirá a la deriva.