El templo
El templo era de cedro i oro puro
con góticas vidrieras de amatista,
extrañas esmeraldas en el muro
bordaban los caprichos de un artista.
Se alzaban bellos, sobre el mármol duro,
antiguos lampadarios de idealista
i rara forma en el recinto oscuro
fingiendo estrellas de una luz no vista.
Allí los incensarios burilados
ardían junto a los vasos consagrados
i humilde alzaba mi devota voz.
Las plegarias subían cual palomas
i entre espiras de místicos aromas
se erguía divino e indiferente el dios!
El dios
En pálido marfil fue cincelado
el dios por un artífice exquisito
que el brazo de Eros modelara armado
como aparece en el celeste mito.
Sus ojos eran de rubí dorado,
dos ojos ciegos, copas de Infinito,
en cuyo fondo hallábase encerrado
el germen de la gloria i del delito.
A sus divinos pies mi alma caída
como una débil flor desfallecida
desnuda i blanca eternamente oraba.
I era tanto mi amor, tal mi quebranto,
—en leve copa le ofrendaba el llanto—
que a mi dolor la estatua se animaba.
Eros vivo
Era su cuerpo macerado en rosas,
la sirena del vértigo en sus ojos
cantaba, i de sus manos amorosas
brotaban dalias i jazmines rojos.
Tenía un cortejo fiel de mariposas
celestes que cubrieron los despojos
de mis mustias corolas dolorosas
i florecieron de alas mis abrojos.
El Ensueño dormía en sus ojeras,
como en lagos de sombra las quimeras.
Era rey i señor el Eros vivo.
¡En el altar en que mi dios se alzaba
mi alma como un perfume se exhalaba i
era mi cuerpo ante él vaso votivo!