Tu novela soy yo preparándote la cena con la torpeza de la mano
que empuña un cuchillo a la luz blanda de las seis de la tarde,
yo sirviéndote carne dorada en aceite de olivo,
tú diciendo que mis manos blancas enardecidas como nardos
sobre el fuego poco importan.
Eso es tu novelita, agarrarte a mis pechos con la boca entreabierta
y copiar hábilmente lo que digo en tanto la violencia cadenciosa de
vivir nos atraviesa la carne con un palillo de madera.
La ansiedad agazapada de tus manos solo me deja pensar
que mi vientre es humo
y mis ojos no son más que el espejo cóncavo
donde los huesos de la espalda se arquean para sodomizarse.
Quizá, tu imagen rompiéndome una y otra vez hasta el hartazgo
sea la isla de luces que muestro aquí.