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«Unidad y variedad», por doña Susana Cordero de Espinosa

¡Qué gran suerte es leer, contar con tiempo y medios para hacerlo! Leer libros tan ricos que sobrepasan lo que pide nuestra curiosidad y nos abren infinitos caminos. Todo libro bello y profundo abre caminos...

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Leo. ¡Qué gran suerte es leer, contar con tiempo y medios para hacerlo! Leer libros tan ricos que sobrepasan lo que pide nuestra curiosidad y nos abren infinitos caminos. Todo libro bello y profundo abre caminos, “caminos sobre la mar”, poetizaba Machado: “Caminante, son tus huellas / el camino y nada más / caminante, no hay camino / se hace camino al andar. / Al andar se hace camino / y al volver la vista atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a cruzar / Caminante, no hay camino / sino estelas en la mar”.

Leía esta mañana, para un trabajo exigente, la introducción a El español en el Ecuador, de Humberto Toscano; pensaba en el mínimo tiempo con que cuento hoy sábado para escribir mi artículo para el Diario. Y, a fuerza de la gracia de ciertas revelaciones que me va dejando la lectura, de esa sensación de nueva riqueza, ¡ay, penosamente, tan olvidable!, pensé que escribir es compartir y qué mejor que compartir espontáneamente lo que hoy me ocupa. Así que van para ustedes, adaptadas al artículo, algunas de las observaciones de Toscano, sobre la influencia del quichua en el español del Ecuador. Hace algunos días también, enviamos a Madrid, para su publicación, un estudio titulado “El estado del español en el Ecuador contemporáneo”, a base del aporte de académicos cuyos nombres no puedo dejar de señalar aquí, alfabéticamente: Fausto Aguirre, desde Loja; Oswaldo Encalada, desde Cuenca; Ana Estrella, Marleen Haboud y Fernando Miño, desde Quito. Compiló estos aportes la lingüista Marleen Haboud, que estrenaba con este trabajo su pertenencia ‘ad aeternum’, a la Academia Ecuatoriana.

Van para ustedes algunas de las que Toscano llama ‘seudomorfosis quichuas’, que empleamos en el español serrano, es decir, ‘formaciones falsas de palabras’, lo que conlleva obviamente, una interpretación falsa, pero evidente para nosotros. Lo entenderemos mejor con los ejemplos: ‘hablar’, en el significado de ‘reprender’, ‘reñir’ o ‘regañar’ (usamos muy poco este último verbo), corresponde a la palabra quichua ‘rimana’. ‘Hablar atrás’ es ‘murmurar’. ¿Y ‘llevar’? ¿Nos hemos dado cuenta de que en nuestro español significa ‘llevar’ y también ‘traer’, como ‘apamuna’ en quichua? Para el ocioso, tenemos el ‘come de balde’: ‘yanga micuc’. El abuelo era —creo que ya no lo es más— el ‘papá grande’ o ‘jatun yaya’. Cuando se ha engañado a una persona, en quichua se dice que ‘se le ha dado en la cabeza’: ‘umapi huactana’. Al dedo pulgar se lo llama ‘dedo mama’ y la cuchara grande de madera que usamos en la cocina es la ‘mama cuchara’ o la ‘cuchara mama’. ‘Llorar’, ‘huacana’ en quichua, se aplica a cualquier ave por ‘graznar’ o ‘cantar’ y por ‘relinchar’, ‘gruñir’ o ‘aullar’ a cualquier animal.

La grafía del quichua que he empleado es la que usa Toscano, nuestro gran lingüista, en 1953. Confío en que se llegue pronto a acuerdos definitivos sobre la normalización o tipificación de la ortografía quichua, lengua bella y fructífera, que tanto nos revela y nos ayuda a ser.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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