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«Vaivén», fragmento (Filoteo Samaniego)

La amé, y sólo después de consumado el beso, me interrogué sobre el significado de la entrega. / Era el primer día y aún no conocía el color de sus ojos. Me equivoqué al alabarlos, porque fui directo al fondo de la mirada.

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La amé, y sólo después de consumado el beso, me interrogué sobre el significado de la entrega.
Era el primer día y aún no conocía el color de sus ojos. Me equivoqué al alabarlos, porque fui directo al fondo de la mirada.
De la misma manera que un día, el último, al caer de la noche y conociendo ya el sabor de sus ojos, me equivoqué asimismo
y para siempre por la última vez. Claro que para entonces había ya acostumbrado mis horas a ese error y amaba el error
que era Ella toda y que la hacía personal, incomparable, única.

No acierto a comprender cuál fue su última caricia: la de la noche primera o la que cronológicamente clausuró nuestro intento
de amor. Pues si fue un beso de partida el saludo de sus labios, partió lenta y difícilmente. Se despidió sin quererlo desde la entrega inicial y retardó el desenlace de su definitiva desaparición.
Presintió la imposibilidad de fusión de labios y salivas y sufrió de la certeza del fin que entreveía y al que no quería llegar
ni apresurarlo por haberse encariñado, aquerenciado súbitamente en la imposibilidad fatal. Y si el último lo fue en realidad
¿por qué lo acortó y se echó, llorando, a correr?

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