Aquellas blancas flores que regaban
para cubrir su cuerpo,
cuán frescas, cuán olientes esparcían
su aroma de jazmines sobre el muerto.
Y en su prisión dorada, cuál soltaba
bullicioso el jilguero
el raudal armonioso de su canto
por despertar tal vez al pobre muerto.
A poco, por la abierta celosía
llegó vivo y travieso,
amplio rayo de luz, en ansia loca
de calentar los párpados del muerto.
Brillan luego los astros, a su lumbre,
un tenor callejero,
cuenta su amor en notas que revuelan
como una nueva vida sobre el muerto.
Y pude ver que es vanidad el hombre
y plenitud de vida el universo,
océano que cubre con sus aguas
aquella pompa efímera de un muerto.