pie-749-blanco

«Velasco Mackenzie, en la lucha», por doña Cecilia Ansaldo

Sí, el señero escritor guayaquileño lucha por su vida. Desde el feriado de julio está hospitalizado, víctima de un derrame cerebral. Los sinsabores iniciales...

Artículos recientes

Foto: El Universo

Sí, el señero escritor guayaquileño lucha por su vida. Desde el feriado de julio está hospitalizado, víctima de un derrame cerebral. Los sinsabores iniciales fueron múltiples en medio de los clásicos apuros frente a una institución de salud pública: escasez de médicos en fecha clave, carencia de medicamentos, lentitud en los procesos. Sus hijos se han visto asaltados por la preocupación, las gestiones y los gastos. Pero la solidaridad de amigos y lectores ha brotado y ya estamos en días de respiro y esperanza.

No puedo precisar cuándo conocí a Jorge, pero lo tengo en mi memoria desde finales de los setenta. Quizás fue en la entraña de lo que se llamó el grupo Sicoseo, acaso en los pasillos de la Casa de la Cultura. Ya circulaban sus dos primeros cuentarios publicados en la puntual colección Letras del Ecuador, del núcleo del Guayas, cuando me pidió que le presentara su novela El rincón de los justos, en 1983. La noche de la presentación la sala mayor de la Casa estaba abarrotada, y yo me sorprendí de que el escritor fuera tan popular. Tal vez ya era profesor y sus alumnos —gente siempre fiel al buen maestro— estaban allí. Yo me apliqué en un análisis que tengo entre mis trabajos más queridos, saludando en esa novela el ímpetu cervantino de ser “escritura desatada”. Atesoro el ejemplar autografiado donde me incita a beber una cerveza en la cantina imaginaria que da título a su novela.

Desde entonces, nuestra amistad se afianzó y estuve cerca cada vez que daba a conocer un libro nuevo, varios de los cuales seguí presentando en ese acto bautismal que es la ceremonia que pone las primeras palabras sobre una pieza literaria. Nos gustaba conversar sobre literatura y pese a su timidez, nuestro diálogo fue caudaloso, humorístico. Me contaba de sus riñas con colegas, de sus largos trayectos hacia la ciudad de Babahoyo donde era profesor universitario y de las notitas que iba tomando en el camino. Así supe de la ruptura de su matrimonio, de sus nuevos amores, de sus viajes y sus talleres literarios.

Con su intervención inauguré en 1986, un programa cultural que tuve, bajo el auspicio de la Alianza Francesa: Diálogos con un escritor. Fue otra noche espléndida porque Jorge estuvo revelador y comunicativo. Mientras los años pasaban a veces nos perdíamos la pista. En una época me llamaba por teléfono —siempre en domingo— y nos poníamos al día. Fue impactante oírlo abordar su problema con el alcohol, en el podio, cuando agradecía las palabras que Solange Rodríguez le dedicó a la novela La casa del fabulante (2014), donde, precisamente, exorcizaba ese demonio que lo tuvo sujeto por años.

En estos tiempos restringidos tuve tres encuentros felices con Jorge: el primero por Zoom —él, tan reacio a la tecnología— con un grupo de lectoras que le había extraído el jugo a esa belleza que es Tatuaje de náufragos (2008), y los otros presenciales, bebiendo el café de la amistad que se derrama en palabras contentas. Se explayó sobre sus libros inéditos —listos para la publicación, esperando esa oportunidad esquiva de la pobre realidad editorial ecuatoriana— y sobre las lecturas que hacía para avanzar en su tarea actual, una ficción sobre nuestro preclaro Chúzig, que se llama El búho en el espejo, y espera para ser retomada. Este es el Velasco Mackenzie que está en pausa y que tiene que levantarse para continuar escribiendo.

Este artículo apareció en el diario El Universo.

5 1 vote
Article Rating
0
Would love your thoughts, please comment.x