Nápoles es una ciudad llena de contrastes. La belleza de su enclave natural, de un golfo luminoso y de las aguas azul cristalinas del mar Tirreno, se enfrentan a una urbe desordenada, escarpada, fea, sucia, ruidosa, pero que a pesar de todos sus defectos, no pierde el encanto que ofrece el sur de la bota itálica, esa zona de la caña baja donde reside la gente más pobre y quizás la más representativa de la población italiana de clase media baja.
Nápoles es la tierra de Virgilio, Víctor Manuel III, Enrico Caruso, Sophia Loren y del director Paolo Sorrentino, entre muchos otros personajes. Allí se ha venerado desde hace varios siglos a San Gennaro, el obispo y mártir que fue decapitado en el año 305 por orden del emperador Dioclesiano después de varios intentos infructuosos por quemarlo en un horno del que salió ileso, y de echarlo a las fieras que, según la leyenda, se postraron ante él sin hacerle el menor daño.
Hoy, además de venerar a San Gennaro, los napolitanos adoran y viven aún de la figura de Diego Armando Maradona, que pasó por el club insigne de la ciudad el S.S. C. Napoli entre 1984 y 1991.
Quien no haya estado en Nápoles y no lo haya visto con sus propios ojos, podría pensar que esta última afirmación es exagerada o que se trata de una alucinación fanática cuando no una verdadera blasfemia, pero es tan cierto este fenómeno que todos los visitantes de la ciudad se impresionan con el culto y la idolatría que se vive en cada calle, en cada esquina, casi diría en cada casa de la ciudad vieja, que lo mismo tiene una estampita de San Gennaro siempre acompañada por la foto de Maradona con la camiseta del Napoli o por una bandera mitad argentina y mitad napolitana con el emblemático número diez en su centro.
Paolo Sorrentino, el genial director italiano nacido en esta ciudad, en su película ‘Y fue la mano de Dios’ (Netflix, 2021), mostró como nadie lo ha hecho antes la conmoción y el furor que causó en Nápoles la llegada de Maradona, la estrella del fútbol mundial de esos años, que arribaba de forma impensable a una ciudad pobre y a un equipo pequeño que hasta entonces no soñaba con ninguna gesta deportiva como las que habían alcanzado los grandes clubes de Italia y de Europa.
A partir de una tragedia personal que constituye el argumento central de la película de Sorrentino, el afamado director construye una verdadera obra de arte cinematográfico que oscila entre el surrealismo, el realismo mágico y el drama de una familia, la suya, pero también la vida de un edificio de apartamentos de clase media baja, de un barrio deprimido, de una ciudad convulsionada por la noticia de que Diego Maradona podría jugar en su equipo. Lo que al principio parece ser una suerte de broma macabra que desata la burla nacional y la ironía del norte del país y de Europa entera, de pronto, como en un cuento fantástico, la ficción imposible se hace realidad el día en que las radios de toda Italia, de toda Nápoles y del mundo entero, confirman la contratación de Diego Maradona.
De ahí en adelante todo será conmoción, locura, desenfreno, glorias, títulos, idolatría y una veneración que por esas sinrazones que tiene el fútbol para los que somos aficionados, perdura en Nápoles más de treinta años después de que Maradona dejara el equipo, sancionado por la Federación italiana de Fútbol por dar positivo en un control antidoping.
Hoy casi todas las calles de Nápoles tienen el rostro de Maradona pintarrajeado en sus paredes, y no hay bar o restaurante en el centro de la ciudad que no exhiba al menos alguna referencia al 10. Las tiendas, los vendedores ambulantes, los comerciantes a mediana y pequeña escala venden cada día miles de sellos, escarapelas, camisetas, llaveros y todo tipo de chucherías con la imagen del Diego.
‘Y fue la mano de Dios’, que alude evidentemente al gol de Maradona a los ingleses en el mundial de 1986, y que le valió a Sorrentino una amenaza de demanda por parte de los abogados del futbolista, es magia pura, fotografía que estremece, música, nostalgia, y es, sobre todo, una pieza magistral de arte para intentar explicar eso que resulta incomprensible para alguien que no sigue el deporte, el fútbol en este caso, y es esa pasión delirante de los fanáticos que, como en el caso de Diego Maradona y de Nápoles, no muere jamás.
Este artículo apareció en le revista Forbes.