«Y Susanita no era mala», por doña Susana Cordero de Espinosa

Fue ella, Susanita, quien nos entregó una respuesta genial, cuando la profesora pidió a los niños el futuro perfecto del verbo amar. Lejos de la verdad gramatical, entregó la de su corazón: —¡Hijitos!… (Ninguna de las ‘cinco, diez o veinte frases...

Quino se fue, pero, como la patria, ‘vive en nuestros corazones’. Su arte incomparable radicó en crear y entregarnos —como un padre se entrega cada día, él, en cada viñeta— a esos niños distintos, siempre niños. A Mafalda, portento de inteligente bondad, no nos la volvió pedante ni odiosa de tanto saber; resumió su personalidad inquieta de sueños buenos, de comprensión para todos, en ese abrazo a la bola del mundo cuyo contorno amarró con un pañuelo para que ‘le doliera menos la vida’. Nos dejó a sus respectivos padres y madres, que merecen capítulo aparte.

Ninguno de sus personajes era ‘de una sola pieza’, como no lo es nadie, ninguno de nosotros. Ni Mafalda solo perfecta, ¡líbrenos Dios!, ni Manolito solo egoísta y ansioso de dinero, —valoraba la amistad y alguna vez cedió a su favor algún chupete—; ni Felipe solo soñador —¡cómo le remordía no haber terminado sus deberes del día!—; ni Miguelito, solo asombrado, ni Libertad pensando solamente en el pueblo por salvar, ni Guille solo travieso: en su media lengua cabía su filosofía. Pero el personaje que más me inquieta —será por ser mi tocaya, aunque no solamente— es Susanita. La defiendo, porque en uno de los muchos obituarios escritos en honor de Quino, se asegura que el inolvidable dibujante se refirió a ella como ‘esa hija de p’. ¡No, por favor! Ni ‘Susana’ ni ‘esa hija de p.’. Era Susanita, de principio a fin. Me atrevo a creer, incluso, que sus defectos hacían que Quino, como buen padre, la quisiera más. ¿Acaso no tenemos todos algo de Susanita? ¿No quisimos en nuestra vida ser amadas, casarnos con alguien guapo, rico y bueno; tener hijitos, una bonita casa decorada con gusto, lo necesario para vivir decentemente y quizá algo más…? Tener amigos y amigas, jugar naipes una tarde por semana y alguna vez ir a un café de caridad para los niños pobres, con nuestra buena conciencia a cuestas… ¡Y su triste racismo, ¿acaso no asoma en nosotros?!

¡Me ha dolido mucho que se atribuya a Quino ese pobre comentario! Si lo hizo, fue, quizá, harto de tanta pregunta de tanto indiscreto entrevistador. Fue ella, Susanita, quien nos entregó una respuesta genial, cuando la profesora pidió a los niños el futuro perfecto del verbo amar. Lejos de la verdad gramatical, entregó la de su corazón: —¡Hijitos!… (Ninguna de las ‘cinco, diez o veinte frases inolvidables’ que ofrecen los que todo antologizan, merecen recordarse tanto como esta).

Quino, como nadie, sabía que la perfección es imposible; que dentro de cada uno se halla, no solo la tendencia al bien, sino al egoísmo y la mentira. No creó una Mafalda perfecta, gracias a Dios, sino humana. Y Susanita está para contrarrestarla; Felipe, para volverla más soñadora; Guille, más traviesa y Manolito, más realista respecto del dinero, que todos necesitamos (esta frasecita me sabe a Susanita, no hay duda).

Estoy segura de que si hubiera que elegir al ‘culpable’ que andamos buscando siempre, Mafalda no lanzaría contra Susanita la primera piedra.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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