«A mi madre» (Quintiliano Sánchez)

Yo soy el hijo que en modesta cuna / arrullaste con cánticos de amor, / mientras mi frente la apacible luna / bañaba con su tibio resplandor. / Ayer, feliz en apacible infancia / jugueteaba en tu seno con afán... / ¡Cuán dulce entonces en la paterna...

Enviándole mi retrato

Yo soy el hijo que en modesta cuna
arrullaste con cánticos de amor,
mientras mi frente la apacible luna
bañaba con su tibio resplandor.

Ayer, feliz en apacible infancia
jugueteaba en tu seno con afán…
¡Cuán dulce entonces en la paterna estancia
era pedirte con sonrisa el pan!

Hoy, desgraciado, en apartada orilla,
herida el alma de incurable mal,
pido sólo la lágrima que brilla
en el puro semblante maternal.

Del placer en mi faz no hay un destello,
que la desgracia mi sonrisa heló;
la cana ya platea mi cabello,
y el negro rizo lánguido cayó.

Niño, cantaba al susurrar del viento
por las selvas vagando y el vergel;
joven, exhalo gemebundo acento,
me inspiro sólo en el dolor cruël.

Placeres de una infancia venturosa,
madre, delicias de risueño hogar…
¡pasasteis como sombra vaporosa
y un recuerdo dejasteis al pasar!

Recuerdo melancólico que hiere
doquiera el alma con arpón tenaz;
breve meteoro que al brillar se muere,
dicha que vuela en ilusión fugaz.

¡Y vivo solo y de tu vista lejos
es mi vida un acérrimo penar!
¡En ti, del sol muriente a los reflejos,
cuántas veces me place meditar!

Y súbito apareces a mis ojos
pura, risueña y ángel de un edén;
póstrome entonces a llorar de hinojos,
mi labio exclama con dulzura: ven.

Oh, si vinieras a calmar de tu hijo
la pena que le roe el corazón,
cual viene al alma en blando regocijo
de acorde lira inesperado son.

Mas, si la ausencia nos separa, ingrato
no creas, madre, al hijo de tu amor;
te envío allí mi pálido retrato
y con él un suspiro de dolor.

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