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«Apuntes sobre el estilo de ‘Pedro Páramo’ de Juan Rulfo», por Julio Pazos Barrera

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Julio Pazos Barrera

Miembro de Número de la Academia Ecuatoriana de Lengua

 

El 1970, la novela Pedro Páramo tenía 15 años de asombrar a los lectores, pero en mi caso, la novela y los cuentos de El Llano en llamas (1953), el asombro redundó en perplejidad.  Las obras de Rulfo fueron parte de un curso sobre la novela contemporánea hispanoamericana, dictado por el profesor Ignacio Chaves, en el Instituto Cuero y Cuervo de Bogotá, curso al que asistí y que me obligó a penetrar en los vericuetos de la teoría literaria, es decir, al uso y aplicación de conceptos que se proponían explicar algunas características de la literatura rulfiana. De hecho, la lectura dirigida acrecentó mi percepción, positivamente; sin embargo, el análisis literario nunca fue ni será suficiente para agotar los efectos emocionales que produce la lectura de los relatos de El Llano en llamas y de Pedro Páramo.

                El apunte personal antedicho me sirve para informar sobre el punto de partida de mi lectura. Uso el término estilo con un significado muy general y sin la disciplina que exige la severidad académica. Porque la definición de estilo tiene larga historia y no voy a redundar. Quizá la más oportuna es la que se lee en el Diccionario  enciclopédico de las ciencias del lenguaje, de Ducrot-Todorov, cito: “Para discernir de manera rigurosa los rasgos estilísticos de un texto, puede intentarse un doble acercamiento: por un lado, hacia el plano del enunciado, es decir, el plano de sus aspectos verbal, sintáctico y semántico […] ; por otro lado, hacia el plano de la enunciación, es decir, el plano de la relación definida entre los protagonistas del discurso (locutor/ receptor/ referente)”  A la vista de estos conceptos intentaré un acercamiento a los enunciados de las novela de Rulfo.

                Con el fin de situar el intento mencionaré de modo somero el argumento de Pedro Páramo. Dos conjuntos de acciones se desarrollan, a saber, el primero que ocurre en torno al personaje Juan Preciado, quien busca a su padre, y el segundo que se articula en el protagonista Pedro Páramo. Muchos personajes aparecen en los fragmentos, tales como Abundio Martínez, Fulgor Sedano, padre Rentería, Bartolomé San Juan, Susana San Juan, Miguel Páramo, Damiana Cisneros, el Tilcuate, Gerardo Trujillo, Dorotea, Dolores, etc. Todos dialogan y  reconstruyen la figura principal, la del hacendado y caudillo Pedro Páramo. Se puede decir que todos aparecen en acciones subordinadas o como teselas de un mosaico flotante. El lector llena los vacíos y reconstruye el argumento. El tiempo del relato y su espacio son imprecisos, aspecto que corresponde a las voces de los personajes que como interlocutores o como monólogos interiores son solo espectros, puesto que todos han muerto y subyacen en un cementerio denominado Comala.

                Los enunciados

                La ambigüedad se manifiesta desde el comienzo. Cuando la madre pide a su hijo que busque al  padre dice: “Se llama de este modo y de este otro”.  El hijo, que no piensa cumplir con la promesa de buscar al padre, cambia de actitud. Su decisión se expresa así: “Hasta ahora pronto que comencé a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones”. No se sabe cuándo cambió su parecer y los motivos son ambiguos: sueños, ilusiones. El camino que transita el hijo en la búsqueda se describe de este modo: “El camino subía y bajaba; ‘sube o baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para el que viene, baja’. La descripción por sí misma es ambigua.

                El pueblo al que se dirige Juan Preciado es Comala, pero no se sabe cómo es. Hay tres versiones: la de Dolores, la madre de Juan, que dice: “Hay allí, pasando el puerto de Los Colimotes, la vista muy hermosa de una llanura verde, algo amarilla por el maíz maduro. Desde ese lugar se ve Comala, blanqueando la tierra, iluminándola durante la noche”. La otra versión se da mediante un diálogo entre el viajero Preciado y su acompañante. Ocurre de esta manera: “-¿Cómo dice usted que se llama el pueblo que se ve allá abajo? –Comala, señor. -¿Está seguro que ya es Comala? –Seguro, señor. -¿Y por qué se ve esto tan triste? –Son los tiempos, señor”. Y la tercera versión se da cuando el viajero se queja del mucho calor, el acompañante responde: “Sí, y esto no es nada […]. Cálmese. Ya lo sentirá más fuerte cuando lleguemos a Comala. Aquello está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno. Con decirle que muchos de los que allí se mueren, al llegar al infierno regresan por su cobija”. ¿Cómo es Comala? En la primera versión, es la región más transparente del aire, en palabras de Bernal Díaz del Castillo y que sirvieron para titular la novela de Carlos Fuentes. En la segunda versión es un pueblo abandonado en medio de un erial. Y por último es la boca infierno, caracterizada por el insufrible calor.

                La ambigüedad manifestada en este primer fragmento  se encuentra presente en toda la novela. El resultado de este rasgo estilístico es la diversidad de interpretaciones propuestas por parte de los lectores, algunos de ellos muy suspicaces. Interpretaciones que se inscriben en el plano de la enunciación. Así, por ejemplo,  Carlos Fuentes, en su libro de ensayos La nueva novela hispanoamericana, señaló que en Pedro Páramo se encuentra el mito del descenso al infierno tal como ocurre en La Eneida de Virgilio y en La divina comedia de Dante. Se  refrenda esta idea con las frecuentes alusiones al calor insoportable que arrecia en Comala.

                Otro elemento que se reitera en esta atmósfera de muertos que hablan es la paradójica presencia de los sentidos. El tacto, los sonidos y la vista comportan la apariencia de realidad. Además del calor y los murmullos, la vista es quizás el medio más importante para establecer las relaciones en este mundo de recuerdos almacenados en una memoria evasiva.  Los ojos son aludidos emotivamente; los ejemplos abundan, Juan Preciado, con respecto a Comala, dice: “Yo imaginaba ver aquello a través de los recuerdos de mi madre; de su nostalgia, entre retazos de suspiros. Siempre vivió ella suspirando por Comala, por el retorno; pero jamás volvió. Ahora yo vengo en su lugar. Traigo los ojos con que ella miró estas cosas, porque me dio sus ojos para ver:”.

                Cuando Juan Preciado llega a Comala, expresa : “Al cruzar una bocacalle vi una señora envuelta en su rebozo que desapareció como si no existiera. Después volvieron a moverse mis pasos y mis ojos siguieron asomándose al agujero de las puertas”. En otro momento, Preciado  describe al personaje Eduviges, de este modo: “Sin dejar de oírla, me puse a mirar a la mujer que tenía frente a mí. Pensé que debía haber pasado por años difíciles. Su cara se transparentaba como si no tuviera sangre, y sus manos estaban marchitas; marchitas y apretadas de arrugas. No se le veían los ojos”. En otro fragmento, Preciado dialoga con la hermana de Donis – ella y su hermano tienen relaciones incestuosas- La mujer dice: “- ¡Míreme la cara! Era una cara común y corriente.- ¿Qué es lo que quiere que le mire? – ¿No ve el pecado? ¿No me ve esas manchas moradas como de jiote que me llenan de arriba abajo? Y eso es solo por fuera; por dentro estoy hecha un mar de lodo”.

                Todos los personajes de la novela pretenden manifestarse como reales. Rulfo consigue este efecto mediante la descripción de alguna región del cuerpo de cada uno, por ejemplo de los ojos. Pedro Páramo al evocar a Susana San Juan, comenta: “De ti me acordaba. Cuando tú estabas  allí mirándome con tus ojos de agua marina”. Cuando se habla de la abuela de Pedro Páramo, se lo hace de este modo: “La abuela lo miró con aquellos ojos medio grises, medio amarillos, que ella tenía ya que parecían adivinar lo que había dentro de uno”. Otro personaje, Ana, la sobrina del cura, confiesa que: “Lo supe cuando abrí los ojos y vi la luz de la mañana que entraba por la ventana abierta. Antes de esa hora sentí que había dejado de existir”. El padre Rentería comenta: “- Todavía tengo frente a mis ojos la mirada de María Dyada que vino a pedirme salvara a su hermana Eduviges”. Pedro Páramo manda un recado a Dolores con Fulgor Sedano: “Le dirás a Lola esto y lo otro y que la quiero. Eso es importante. De cierto, Sedano, la quiero. Por sus ojos, ¿sabes?”  Y por último, Dorotea, la mujer que conversa con Preciado dentro de la tierra, se expresa así: “El cielo está tan alto, y mis ojos tan sin mirada”.

                Un elemento estructural de la novela es la noción de espacio. No es la descripción realista. La percepción de los sentidos es el medio para evocar el ámbito. Un personaje, el padre Rentería, se expresa de este modo: “Salió fuera y miró el cielo. Llovía estrellas. Lamentó aquello porque hubiera querido ver un cielo quieto. Oyó el canto de los gallos. Sintió la envoltura de la noche cubriendo la tierra. La tierra, ‘ese valle de lágrimas’. Otro personaje, Damiana, se manifiesta de esta manera: “este pueblo está lleno de ecos. Yo ya no me espanto. Oigo el aullido de los perros y dejo que aúllen. Y en días de aire se ve el viento arrastrando hojas de árboles, cuando aquí como tú ves, no hay árboles. Los hubo en algún tiempo, porque si no ¿de dónde saldrían esas hojas?”  El cielo, las estrellas, el gallo, los perros, los árboles son referencias muy concretas, pero involucradas en visiones metafóricas: la noche como una envoltura, días de aire, pueblo lleno de ecos. La misma Damiana dice: “Y lo peor de todo es cuando oyes platicar a la gente, como si las voces salieran de alguna hendidura”. El lugar sugiere abandono y los habitantes son ecos.

                Estas pocas aproximaciones a los enunciados que muestran aspectos de la ambigüedad, de la expresión de los sentidos y  de la noción del espacio son las causas de los efectos emocionales que produce la lectura del arte narrativo de Juan Rulfo. En verdad son pocas, puesto que mucho se puede decir de la manipulación del tiempo, de las características de las acciones, de los puntos de vista, en fin, de la construcción misma de la novela.

                De la enunciación

                La realidad y la irrealidad se involucran y crean una dimensión que remite a un pasado que la historia puede documentar, porque se ha dicho que la novela Pedro Páramo reconstruye la figura del hacendado que protagonizó un período de la historia de México y de otros países. Pero, no es una novela de intención testimonial realista o de argumento lineal: se podría señalar que comienza por el final. Las acciones no se desarrollan en un lugar determinado ni se ejecutan en un tiempo convencional de horas ni días. Pedro Páramo es una de las primeras novelas hispanoamericanas que manipula el tiempo de la manera que se denomina sicológica.

                En otro sentido, la narrativa de Rulfo se caracteriza por su vinculación con la poesía: frecuente presencia de la metáfora, amplias yuxtaposiciones, prosopopeyas, etc. En cada caso la descarga emocional es intensa porque, además, se vincula con los contextos americanos que describió Alejo Carpentier. Las almas en pena, el recoger los pasos, las creencias constituyen el contexto del inframundo. Por último, esta es una alusión a la creencia difundida en el ámbito rural y se la cita por su descarga emotiva. Juan Preciado comenta: “Mi madre siempre fue enemiga de retratarse. Decía que los retratos eran cosas de brujería”, y prosigue: “Y así parecía ser; porque el suyo estaba lleno de agujeros como de aguja, y en dirección del corazón tenía uno muy grande donde bien podía caber el dedo del corazón”.

                No obstante, pese al vacío en la fotografía, la narrativa de Juan Rulfo es de hecho un gran corazón en la literatura hispanoamericana.