«Artículos», por doña Susana Cordero de Espinosa

Habiendo escrito sobre todo lo imaginable, los que, de entre mis textos, me enorgullecen hasta hoy, son los que, a propósito de un crimen ocurrido en Quito, cuando la policía apresó a tres muchachos del Comité del Pueblo, entre ellos...

Leo, en ‘El País’, el artículo ‘Sonríe, no eres yo’, de Andrés Barba; y en plena conmoción estética me pregunto si en días como estos, de incertidumbre, dolor y muerte, cabe gozar de la belleza de un texto, repetir su lectura y volver a gustarla; y me digo que sí, que la belleza se agradece siempre y más aún, en momentos como los que vivimos. ¿Es vanidad anhelar artículos hermosos, intentar escribirlos? No. Todo escritor aspira a entregar sus ideas y sueños en palabras bellas, pero hay temas y temas: unos se prestan para la búsqueda de la hermosura y otros, no. En el periódico importan más los trabajos que critican, juzgan, iluminan la terrible política, la economía, más terrible aún. La belleza difunde otra luz y, a veces, sin que nos demos cuenta, se introduce y nos llama.

El artículo referido no es de tema feliz, ¡pero es tan hermoso! Me ocurrió, al leerlo, como cuando releo, casi de corrido, esa novela magníficamente breve, El coronel no tiene quien le escriba. Sus temas son el hambre, el olvido oficial, el desamparo, la muerte del hijo; su única esperanza, el gallo, aquel que los muchachos del pueblo han llevado a entrenar y al cual el coronel, cuando acude a rescatarlo a la gallera, lo encuentra intimidado, flaco y tembloroso, hasta que al enfrentarse al adversario saca fuerzas de flaqueza y ataca, y el coronel se lo lleva, latiente de alborozo su pequeño corazón. Fascina esta obra de arte, quizá la más sintéticamente bella que yo haya leído jamás. ¡Y su humor? Consuela y estremece de tal modo su lectura, que me ilusiona la aspiración a escribir algo bello contra el dolor, la muerte, la desesperanza; contra la pandemia, aunque me falte tanto… Quizá cuanto he buscado en mi vida de articulista, ya larga, es, precisamente, lograr un artículo bello.

Habiendo escrito sobre todo lo imaginable, los que, de entre mis textos, me enorgullecen hasta hoy, son los que, a propósito de un crimen ocurrido en Quito, cuando la policía apresó a tres muchachos del Comité del Pueblo, entre ellos, a un incapacitado mental bondadoso y tierno, escribí indignada, obligada a protestar. Yo conocía a otro de los tres acusados, porque Aura, su buenísima madre, trabajó en casa unos años. No abundaré en detalles, pero denuncié la mentira atroz. En los, al menos, cuatro artículos escritos en El Universo, defendía con convencida pasión a los muchachos, después de haber hablado con su familia, sobre detalles de esa tarde maldita. Me llamó a una entrevista una autoridad judicial, ¿el fiscal general de entonces? y llamó, al mismo tiempo, al juez del caso. Hablamos.

No se dijo nada, pero se dijo todo y, a los pocos meses, los tres muchachos fueron liberados. Fui a la puerta de la cárcel con Aura y esperamos horas en la calle, hasta que tuve que volver a casa, porque aún no se cumplía la orden de que salieran. Pero salieron esa tarde. Y fui feliz, como si hubiera escrito los artículos más bellos de este mundo: ¡hay tantas formas de desafío y de belleza!

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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