Dos episodios marcan el cambio civilizatorio que está leudándose en el siglo, según sustentan varios pensadores: la caída del Muro de Berlín, 1989, y los atentados del 11 de septiembre de 2001 en el imperio más poderoso del planeta, Estados Unidos. Ocurrido el primero, las instituciones tradicionales o actores clásicos pasaron a terapia intensiva. Estado, iglesias, democracia, estado de bienestar, imperialismos, fuerzas armadas, universidades, partidos políticos, sindicatos, intelectuales… zozobran de manera catastrófica.
El segundo mutó la extensión geopolítica de los conflictos, gestando una ‘metropolítica’ encauzada por el desequilibrio que origina el miedo. Paul Virilio habla de la ausencia de un enemigo declarado y la concentración del terror en las ciudades que funda el pánico urbano que desplazó a la forma militar de la guerra y al carácter político de la ciudad.
Este cambio de época, cuya esencia radica en la mundialización, se debió, entre otras causas, al vertiginoso desarrollo de las tecnologías que han subordinado a la humanidad mediante sus insólitos artefactos. “Nuestra deshumanización no está lejos, está ya en nosotros”, sostiene Roberto Esposito. Las actuales generaciones son informadas, pero analfabetas; sumidas en sus ‘smartphones’, cuyos servicios son excepcionales en tanto en cuanto no mutilen la capacidad de pensar y crear, semejan legiones de mutantes que encarnan la abulia y la apatía (reuniones familiares o sociales atiborradas de personas silentes concentradas en sus “otros cerebros”.
Tiempo y espacio difuminados por la información. “El medio es el mensaje”, alertó McLuhan. Las redes enceldan y corroen las sociedades. A los treinta años de la caída del Muro, apenas hay sitio en el planeta Tierra en el cual no estallen avalanchas de protestas. Irrumpen el instante menos pensado y ponen a temblar el ‘statu quo’. El siglo XX asistió a las dos más grandes conflagraciones de la historia; la sepultura del marxismo como sistema actuante de ideas: arraigo y circulación de postulaciones en instituciones y sociedades, y la conmoción del ‘estado de bienestar’ que en muchos casos fue desmantelado.
Vivimos en un tiovivo para peleles. Grado cero de lo que fue la política. Los ‘políticos’ causan repulsión en todas partes. El relato marxista pasó —salvo para algunos tardomarxistas obcecados por el poder para fagocitarlo en su exclusivo beneficio—; el relato liberal ya no convence sino a las élites: ¿qué hacer?
Las muchedumbres se desplazan a veces, sin saber por qué, con ira y frustración. Acaso nunca ha cobrado mayor vigencia Charles Fourier: “¿Puede haber algo más imperfecto que esta civilización que arrastra consigo todas las plagas?, ¿hay algo más digno de duda que su necesidad o su permanencia en el futuro?” El caos siempre precedió los cambios civilizatorios: ¿estamos en el umbral de otro?
Este artículo se publicó originalmente en el diario El Comercio en esta dirección: https://www.elcomercio.com/opinion/opinion-marco-antonio-rodriguez-caos.html