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«Carnet de la emigrada» (César Andrade y Cordero)

Mujer blanca y dorada, bella mujer ajena / De ojos bálticos que abren un fiord de azulidad: / Tu paso en la epidermis de la angosta calleja / Va dejando de un eco wagneriano el compás. / Musical y fragante cual la brisa de Viena. / Mujer, cielo de Holanda: toda flor de cristal...

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Mujer blanca y dorada, bella mujer ajena
De ojos bálticos que abren un fiord de azulidad:
Tu paso en la epidermis de la angosta calleja
Va dejando de un eco wagneriano el compás.
Musical y fragante cual la brisa de Viena.
Mujer, cielo de Holanda: toda flor de cristal.
Mujer blanca y dorada, bella mujer ajena:
Tienes la geografía que anheló mi ansiedad.
En el barco que trajo tu pregunta de niebla
Se marchó tu sonrisa sazonada y frutal.
Mientras pasas, por eso, seria, firme y ligera
Frente al gesto mohíno de mi clara ciudad,
Los tejados mestizos te resbalan su venia
Y, por verte, a la tapia se encarama el rosal.
Espiga rubia, abeja que, encerrada, golpea
De mi cielo nativo el cerrado vitral:
Cuando el jardín propicio, con sus flores amenas
Para tu hondo abandono te da un banco de paz,
Este potro criollo de mi carne morena
Se encabrita, queriendo por tu nieve trotar.
Mujer blanca y dorada, bella mujer ajena
De ojos bálticos que abren un fiord de azulidad,
Como un pájaro loco tu rubia cabellera
Va piando en tus hombros los compases de un vals.
Eres la ola perdida que alcanzó mucha tierra
Y se fue playa adentro con un son de oquedad:
Por eso hallas volcanes bajo todas las piedras,
Aunque tus ojos tengan todo el desdén del mar.

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