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«Carta breve con final para Lupe Rumazo», por Leonardo Valencia

Este artículo sobre Lupe Rumazo, miembro correspondiente de nuestra Academia, escrito por Leonardo Valencia, apareció en el diario El Telégrafo. Lo reproducimos a continuación

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Foto tomada del diario La Hora

Este artículo sobre Lupe Rumazo, miembro correspondiente de nuestra Academia, escrito por Leonardo Valencia, apareció en el diario El Universo. Lo reproducimos a continuación:

Estimada Lupe:

Inspirado en el título de su gran novela, aunque modificándolo, me permito escribirle. No recurro a los canales habituales por los que nos hemos comunicado los últimos años. Más bien me valgo de esta carta pública porque lo que aquí se refiere, a partir de su obra y mi lectura, implica a muchos lectores y nos supera.

Cuando publiqué mi recopilación de ensayos, El síndrome de Falcón, en 2008, no había leído todavía su novela Carta larga sin final. Suele ocurrir así: cerramos proyectos y entonces aparece lo que necesitábamos o pedíamos. Ahora que se reeditará mi libro incluiré esta carta y también un subtítulo necesario: Nacionalismo y literatura inasible. Reparo así, de algún modo, lo que fue mi sorpresa al entrar en su gran novela. Sorpresa también cuando supe que de Carta larga sin final solo hay una única edición, la de 1978. Fue un milagro encontrarla en la Biblioteca de Cataluña, cuando yo vivía en Barcelona. La leí con esa mezcla de asombro y fascinación por su destreza para combinar novela, ensayo y autobiografía en medidas proporcionales. Su obra se adelantaba a lo que hoy en día llaman no-ficción autobiográfica, o ensayismo narrativo, atravesado todo esto por una prosa singular, exacta y fulgurante, y una experiencia vital desgarradora, sin concesiones. Se ubicaba, para mí, en una órbita que llamo literatura inasible, es decir, la que no se somete a ninguna instrumentalización, la que resulta escurridiza frente a los tópicos, la que problematiza a académicos previsibles o demagógicos, y que no es un mero puente de contenidos sino de formas coherentes y expresivas. También sentí un poco de indignación por la precaria crítica ecuatoriana que no supo dármela a conocer temprano en toda su dimensión. Ese descuido era la manifestación de un estamento cultural y literario atravesado de inseguridades frente a la obra realmente única de una escritora como usted, que no puede ser utilizada para programas nacionalistas, ni para otros igual de victimistas, sino para hablar de gran literatura. O quizá todo eso se debió a que hombres y mujeres de Ecuador no tuvieron la curiosidad por leer a una mujer y, sobre todo, hablar de ella en voz alta. Benjamín Carrión, un gran hombre, fue la excepción, entre tantas extranjeras que la han admirado. Prologó su novela un año antes de morir, a los 81 años, y dijo lo esencial: “Lupe Rumazo es la mujer que, en estricta justicia, realiza la obra más cabal y plena de nuestras letras femeninas”, y de inmediato añadió algo, una sospecha maravillosa en la mente de Benjamín Carrión, que debió dejar temblando al medio literario de aquel entonces: “Acaso pudiera decirse de nuestras letras tout court”. Por más que lo atenuara en francés (y con la cortesía de ese “acaso”) señalar que su obra es el punto más alto, a secas o sin rodeos —es decir, tout court—, no pasaría desapercibido. Carrión podía ser arbitrario con los consagrados como Borges, no lo fue nunca con quienes iniciaban, más bien visionario, desde Pablo Palacio a Vargas Llosa, o usted misma. Sus palabras no pasaron desapercibidas: vino un estruendoso silencio. Por supuesto, esto a una escritora de su talante no le preocupa demasiado, porque siguió su trayectoria tal como lo había hecho con sus libros previos: En el lagar (1962), Sílabas de la tierra (1964), Yunques y crisoles americanos (1967), Rol beligerante (1974).

Qué alegría me dio cuando usted misma me hizo llegar desde Caracas a Barcelona un ejemplar dedicado de Carta larga sin final. Su única edición es preciosa. Los últimos diez años he insistido a distintos editores para que se interesen por su obra para reeditarla. Quizá decir hoy en día que su obra la sitúa, dentro de un contexto latinoamericano, como nuestra Josefina Vicens (México), nuestra María Luisa Bombal (Chile), nuestra Clarice Lispector (Brasil), para dar a entender que se trata de una obra original y exigente, y que en su escritura hay ese pulso barroco, próximo a autores inasibles como José Lezama Lima. Debí dejar perplejos a mis interlocutores, todavía hoy me ocurre (aunque hay varios estudiosos que están volcados a recuperar su obra y que deberían apresurarse en dar sus análisis). Exageras, me decían. Sí, necesito exagerar entre tanta medianía. ¿Acaso debí decir que su novela está protagonizada por dos mujeres, madre e hija, y habla del amor materno y de la muerte? ¿Que habla de problemas de su exilio en un país, Venezuela, que tanto dio a los ecuatorianos que emigraron allá y que nos compete ahora que debemos recibirlos por la desgracia de sus políticos? ¿Que su escritura, desde hace 40 años, quiebra en nuestro país muchos tópicos del género novelístico?

En esa década de transición de los años setenta en Ecuador, se publicaron novelas que querían sacudirse el síndrome del peso representacional por una mala conciencia identitaria y justificar una escritura irregular. Lo intentaron provocadoramente novelas como Entre Marx y una mujer desnuda (1976) de Jorge Enrique Adoum, y otras que buscaban nuevas brechas, turbadoras y enigmáticas, como La manticora (1974) de Alfredo Pareja Diezcanseco, o Día tras día (1976) de Miguel Donoso Pareja, o diáfanamente narrativas, como Polvo y ceniza (1979) de Eliécer Cárdenas. Pero Carta larga sin final abrió el futuro grande de la novela ecuatoriana luego de las fisuras radiantes de Pablo Palacio y Humberto Salvador. Tout court.

Y hay mucho más en su obra, Lupe, como su siguiente novela Peste blanca, peste negra (1988) y una tercera, ¡todavía inédita!, que completará su trilogía novelística, esa “novela absoluta” de la que en algún momento me escribió, por no hablar de su larga obra en el ensayo. Sus libros serán reeditados y circularán como lo hace la alegría compartida ante el verdadero talento, ante su talento. También sé que vendrá a un próxima Feria del Libro en Quito. Dicho lo dicho, allí, cuando finalmente pueda conocerla en persona, me atreveré a quedarme callado.

Cordialmente,

Leonardo Valencia (O)

La versión original del diario El Universo puede encontrarse en este enlace: https://www.eluniverso.com/opinion/2019/09/24/nota/7531930/carta-breve-final-lupe-rumazo.

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