pie-749-blanco

«Decir el mundo también en femenino», por Raquel Rodas Morales

Artículos recientes

Raquel Rodas Morales

La teoría feminista ha puesto en cuestión la voluntad de universalidad y totalidad implícita en la concepción del Sujeto. Al deslegitimar la pretensión del Hombre que asume hablar en nombre de la Humanidad la teoría feminista ha desafiado su autonomía y  pulverizado su coherencia[1].

I

La existencia real y la desaparición simbólica de las mujeres

En alguna remota edad después de haber sobrevivido a cataclismos y espantos La Tierra empezó a albergar seres humanos. Para el caso no importa la precisión de la fecha. Solo admitamos que la continuación de la especie humana requirió de la pareja formada por una mujer y un hombre. Cada cual con su función particular. Quién tuvo preeminencia en el tiempo y cómo se fueron distanciando los roles que cada uno cumplía en la conservación de la especie humana no tiene respuestas apodícticas. Hay especulaciones, teorías, acercamientos conceptuales hacia esa comprensión.

Alrededor del inicio de la humanidad se puede hablar de un posible matriarcado,  del gobierno de las mujeres en la vida cotidiana y en el control de la comunidad en vista de que las funciones reproductivas del nacimiento, la crianza y la supervivencia familiar  las obligarían a permanecer en un lugar determinado antes que a vagar. Los hombres en cambio deambularían en busca de  presas de caza, de territorios y  este desplazamiento que lleva consigo otros saberes y otras expectativas  devendría en pasión por el poder, en competencia entre hombres, en dominio de los unos sobre los otros, con la consecuente intermediación de las armas y la derivación de las guerras entre grupos.

La mujer, asentada en un lugar y responsable de la supervivencia de su prole habría descubierto la agricultura, la cerámica y otras artesanías. Y paralelamente habría estructurado mediante el uso referencial y afectivo aquello que llamamos la lengua materna. Esas ignotas y sabias mujeres son la trama de un tejido femenino que  prevalece.


[1] Guillia Collazi, Feminismo y Teoría del Discurso, Cátedra, 1990

Tenemos noticias de culturas ancestrales en la India y en otras partes del mundo donde perdura hasta nuestros días la sociedad matriarcal basada en el cuidado de las comunidades y la participación pacífica de los hombres.

Pero en el resto del mundo llegó el tiempo en que en las llamadas culturas desarrolladas la mujer lo perdió todo. El poder acumulado por la fuerza de las armas la redujo a esclava,  a objeto de uso y objeto de negociación entre los hombres. No solo que perdió su autonomía física sino que la lengua materna fue devaluada. Desde entonces la mujer fue identificada con la Naturaleza y, la Cultura, entendida como acción y saber acumulado, se adjudicó al sujeto masculino.

Un particular ejemplo se encuentra en la Grecia del siglo V a. c.  cuando el cuerpo humano deja de ser reconocido como obra de la madre y es la polis la que concede valor al cuerpo,  a través de la categorización de ciudadano. La polis pasa a ser el núcleo referencial de la vida humana. El hombre se convierte en un animal político mientras se excluye a las mujeres y a los esclavos del privilegio de la ciudadanía. Por consiguiente, la palabra de las mujeres deja de tener valor en la constitución del individuo. Incluso las filósofas son acalladas y sepultado su saber.

La sociedad imperial romana recogió esa tradición clásica de la mudez y lo transmitió a Europa en su proceso invasor y ese estado de desvalorización de la mujer tuvo sus propias características durante el largo período del medioevo con todo el peso de la doctrina cristiana. Al someterlas se proclamó el silencio como ornato de las mujeres y se agravó su dependencia basándose en el mito bíblico de Eva ser apenas la costilla de Adán. La cultura medieval enajenó el cuerpo femenino a través del cinturón de castidad y la privó del uso de la lengua. A pesar de que en el evangelio de San Juan, Dios es la Palabra, la Palabra que está al principio de todas las cosas, la palabra estaba negada a las mujeres. Para ellas estaba prohibida la transmisión y por consiguiente la predicación. Incluso el acceso a la palabra sagrada estaba mediatizada por los hombres.

         “Cállense las mujeres porque a ellas no les toca hablar sino vivir sujetas  como dice la Ley. Si quieren saber algo pregunten a sus maridos”[1].

[1] Corintios 14.

En los textos sagrados difundidos por el cristianismo la divinidad estaba representada por tres figuras masculinas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La madre de Jesús era el prototipo de la mujer sumisa. Durante dos milenios sería la figura modélica de las mujeres preparadas para  todos los renunciamientos.

En resumen la cancelación de la genealogía materna en las sociedades patriarcales  es el matricidio que está en los orígenes de nuestras sociedades. Es el pacto no firmado por las mujeres, sino entre hombres, para asegurar la supremacía patriarcal. A estas relaciones de poder establecidas para hombres y mujeres en razón del sexo,  Kate Millet[1] las ha definido como el Contrato  Sexual, un pacto anterior al Contrato Social propuesto por Rousseau para normar la democracia.

Sin embargo desde el susurro o el grito las mujeres intentaron  recuperar su presencia en el mundo. Hipatia de Alejandría  esparcen calladamente su pensamiento y su saber.a pesar de los silos que transcurren.snas axexudas sexofuerte toiene  y Hortensia de Roma son luminarias que no se apagan a pesar de los siglos que transcurren. Eloísa e Hildegarda de Bingen, monjas medievales, esparcieron subrepticiamente su pensamiento y su saber.

Cristhine de Pisán[2] que vivió en la Francia carolingia alentó con una original defensa de las mujeres al imaginar un lugar donde vivir en felicidad y completud fuera de la severidad o torpeza de los hombres y los juicios vejatorios contra las mujeres.

De ahí en adelante las mujeres fueron probando recursos nuevos para devolver su presencia, para decir el mundo en femenino

Mary Wostonecraf[3] escribe sobre la igualdad de derechos  para las mujeres en el ámbito público. Olimpia de Gouges[4] forma brigadas y escribe un manuscrito en el que proclama los derechos de la mujer y la ciudadana. Su derecho a pensar y hacer uso del lenguaje lo paga en la guillotina. Ella es parte de la primer ola del feminismo Ilustrado que cuestiona el pensamiento esencialista de Rousseau.

En las décadas siguientes la subversión de las mujeres se vuelve voz multitudinaria. Se suceden  movimientos y nombres que nos son conocidos. El feminismo socialista con figuras icónicas como Rosa Luxemburgo, Clara Setkin, Alejandra Kollontai militantes lúcidas e intensas que  luchan contra

[3] Kate Millet, Política Sexual, 1970

[4] Cristhine de Pisán, La Ciudad de las Damas, 1405

[5] Mary Wollstonecraf, Vindicación de los Derechos de la Mujer, 1592

[6] Olimpia de Gouges, Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, 1780

“la explotación del hombre y el capital” y terminan decepcionadas de una práctica política en contradicción con la ideología predicada por los jerarcas.

Paralelamente, finales del siglo XIX y principios del XX, se impone el feminismo sufragista conocido también como feminismo liberal o reformista. Luego las feministas de la segunda ola (1960-1980) feministas radicales que reclaman el derecho al trabajo, los derechos reproductivos y el control de sus cuerpos. Luego viene el feminismo negro y  las feministas de la tercera ola que amplían el espectro de sus demandas hacia la libertad del cuerpo femenino inspiradas en el concepto de género formulado por Judith Butler y la teoría queer. 

En este arduo camino de ascenso pensadoras  como Virginia Woolf, con su Cuarto Propio, Simone de Beauvior, con el Segundo Sexo, Carla Lonzi con su obra Escupamos sobre Hegel, Luisa Muraro con el Orden Materno,  Betty Friedman con La Mística de la Feminidad,  Kate Mitchel con su libro Política Sexual , Lucy Irigaray con Yo, tú, nosotras y Espéculo de Otra Mujer en el cuestiona las teorías freudianas marcadamente misóginas, son algunas de las pensadoras que impulsan la emancipación de las mujeres y el cuestionamiento a un mundo dominado por la razón patriarcal y la violencia institucionalizada. Con todos esos aportes el tejido de la resistencia femenina continúa porque la trama es irrompible y la urdimbre resistente, creativa y necesaria.

Como respuesta a la ancestral opresión de origen androcéntrico  el feminismo se constituye en una elección filosófica y una elección política a ejercerse a nivel privado y en el ámbito público sin mediaciones  ni usurpaciones. Desde esta posición filosófica las feministas mantenemos una mirada de sospecha sobre la razón patriarcal para identificar sus trucos e inconsecuencias  y lograr a cualquier  plazo romper las pautas de identificación que impone la gran teoría insensible al pensamiento y al deseo femenino. Las feministas  mantendremos  la deslealtad al proyecto civilizatorio que se impone en el mundo dominado por la razón patriarcal.

Es importante resaltar que en medio de esta larga jornada también dejaron oír su voz algunos pensadores que delataron las trampas, los lapsus del poder ancestral: Hobbes, Stuart Mill, F. Engels, Auguste Bebel, Pierre Bordieu, Alain Touraine y otros.

II Parte

El sexismo lingüístico

En la actualidad la mayoría de la población rechaza la violencia física, emocional, económica y sexual contra las mujeres pero aún no hace conciencia o se resiste a cambiar en cuanto a la violencia simbólica que, personalmente creo, que es la matriz de los otros tipos de violencia.

Es violencia simbólica la representación utilitaria o denigrante de las mujeres en el mercado, especialmente en la publicidad y en la política. Y es violencia simbólica la omisión de la referencia femenina en el lenguaje o la indiferencia frente a la voz femenina y a los supuestos transgresores del feminismo.

 El lenguaje hablado, escrito, icónico transmite una determinada concepción del mundo. Asigna un lugar a mujeres y hombres en el entramado de las relaciones simbólicas. El lenguaje otorga significación o  lo niega. Por lo tanto puede reproducir la discriminación o contribuir a desplazarla del uso de los hablantes. La lengua puede inscribir y simbolizar en el interior de su misma estructura, la diferencia sexual de forma jerarquizada y orientada a la permanencia, o, puede contribuir a desplazar el desequilibrio.

Parte de la protesta feminista contra el orden socio simbólico patriarcal se centra en el uso cotidiano de la lengua y en la reivindicación de lo femenino frente al referente viril como medida de la corrección. G Collazi es terminante al decir que: “las sociedades patriarcales no son solamente regímenes de propiedad privada de los medios de producción sino también de propiedad  lingüística  y cultural, sistemas en los que el nombre del padre es el único nombre propio, el nombre que legitima y otorga autoridad y poder, el logos que controla la producción de sentidos y determina la naturaleza y cualidad de las relaciones, el modus propio de interacción humana”.

En esta discordancias de sentidos entre la razón patriarcal y la razón feminista,  la categoría lingüística clave  es el género gramatical. La discriminación principal consiste  en el uso del género masculino como genérico referencial para los dos sexos. Al ocultar el género femenino se impone la marca social de un solo género, el masculino y con ello afianza su poder social, cultural y político como único constructor de sentidos. Esta demanda no implica recargar el lenguaje con la duplicación constante de sustantivos, pronombres o adjetivos porque si se cuida la pertinencia de la lengua con el mismo rigor se debe cuidar su estética.[1]

¿Por qué la RAE se empeña en invisibilizar lo femenino en  la lengua?  Porque la sociedad sigue siendo patriarcal, porque el poder de decidir está en manos de los hombres. Y en su exceso de celo con la formalidad del lenguaje  los ilustres académicos no quieren darse por vencidos, siguen sosteniendo un sexismo lingüístico, ideológico.

III Parte

El uso sexista del lenguaje

La iniciativa de las mujeres de buscar la inclusión alterando la lengua reglada ha sido objeto de rabia masculina.   En  España –lugar de residencia de la Real Academia de la Lengua­–­ país donde las mujeres han logrado construido un sistema escolar coeducativo que pretende erradicar las desigualdades, las discriminaciones por razón de sexo, origen geográfico, recursos económicos, etc.  En España, donde las mujeres  siguen luchando en la calles contra el poder opresor… los hombres más cultos  ignoran el derecho de las mujeres a la inserción lingüística del femenino y algunos intelectuales reconocidos como Javier Marías y Arturo Pérez Reverte se solazan en caricaturizar la inclusión del femenino en la lengua, afán grotesco que esporádicamente ha aparecido en algunos medios de comunicación de nuestro país.

Considerando implícitamente al  varón como sujeto, como centro y medida de todas las cosas[2],  el  sexismo lingüístico se evidencia de varias formas en el DRAE y en el habla cotidiana:

  1. Utilización del  genérico masculino para nombrar al género femenino. 

          a. Los niños de este país.

Cuando se puede decir:

 Las niñas y los niños de este 


[7] La reiteración desaprensiva o tendenciosa solo da lugar a la ridiculización de la propuesta de inclusión lingüística que demanda cualquier corriente social antidiscriminatoria.

[8] García Mesenger apunta que la elección obedece a la mayor potencia de género gramatical masculino frente al femenino.

 La niñez de este país.

b. Derechos del Hombre y el Ciudadano

  Derechos de las Personas y  la Ciudadanía

           Derechos de la Humanidad 

c. El cuerpo del hombre

    El cuerpo humano

d. Hombres de letras

    Los hombres y las mujeres de letras

e. Los profesores

   El personal docente

   El profesorado

  1. Estigmatización de la mujer al establecer la doble significación.

Ejemplos:

hombre público: hombre que tiene poder o influjo en la sociedad.

mujer pública: mujer que intercambia placer por dinero (prostituta).

cortesano: hombre que horma parte de la Corte

cortesana: prostituta

3. Un sentido de inferioridad  que acompaña al género femenino.

 gobernante:  que tiene un cargo de responsabilidad pública

 gobernanta: que administra  una casa

4. La ambigüedad de las formas femeninas utilizadas en relación al esposo  

en las que la mujer aparece como apéndice o derivación sustantiva del hombre.

Señor Carrión

Señora Carrión ó Señora de Carrión

los embajadores y sus esposas

los embajadores, las embajadoras y sus cónyuges

5. La usurpación de la genealogía femenina. La escasez de entradas en el DRAE sobre personajes femeninos.

  • Conclusiones

Desde la mirada de algunos hombres feministas se reconoce que gracias al feminismo las mujeres se definen cada vez más en relación consigo mismas y menos en relación con los hombres[1].  Se construyen como sujetos libres y no como objetos sometidos a la voluntad y los privilegios del poder masculino.

Efectivamente, el feminismo introduce una subversión titánica cuando proclama que lo personal es político. El feminismo es irrenunciablemente utópico y fundamentalmente ético y se produce en el ámbito de la relación diaria. El objeto del feminismo no es competir con los hombres ni destronarlos sino conseguir que las mujeres, desde su propia diferencia, participen equitativamente en el mundo.

Estamos seguras que el habla cotidiana superará a la lengua prescrita, formal, inconmovible que sustenta la RAE, tal como lo señala la UNESCO: “La labor que la Academia realiza es fundamental y necesaria para evitar la disgregación del lenguaje , pero tiene también sus aspectos retardatarios: el purismo a ultranza les lleva a rechazar o a tardar en aprobar términos y o expresiones sancionados ya desde hace tiempo  por el uso hablado, o incluso escrito, de la lengua”  [2].

Si la Academia no es sensible a los requerimientos de las mujeres, al uso de formas lingüísticas que hagan posible nombrar a unas y otros sin exclusiones ni privilegios no nos queda otro camino que la desobediencia lingüística.

[1] Carlos  Lomas, El Otoño del Patriarcado, 2008

[2]. Recomendaciones para el un uso no sexista del lenguaje. UNESCO-París, 1966.