«Día de ira» (Bruno Sáenz Andrade)

Con la impaciencia del Verbo, / aprieta Dios la garganta inspirada del profeta. / El alarido quebranta la soledad del desierto, / hiere la oreja del sordo, el pie alado del viajero, / descerraja las aldabas del burdel, / echa por tierra los géneros...

Con la impaciencia del Verbo,
aprieta Dios la garganta inspirada del profeta.
El alarido quebranta la soledad del desierto,
hiere la oreja del sordo, el pie alado del viajero,
descerraja las aldabas del burdel,
echa por tierra los géneros del mercado,
resta valor a la ofrenda de oro, de pan, de plegarias
al salario del levita.
El patrón de la morada deserta de las alcobas.
(El eco no deja sitio al huésped ni al equipaje).
Olvida la mesa puesta. Queda abierta la alacena.
Pierde la llave del cofre, las sedas y los manteles,
la fina cubertería…
Cava el vientre de la tierra.
Devuelve al suelo el metal de los doblones, el filo
ya mellado de la espada,
y el precio, la tinta, el pliego del pacto de compraventa.
(¿Solo se trata de un préstamo, de una rendición de cuentas?
¿Quién fija el plazo, quién tasa el monto y los intereses?
¿Guarda alguno la evidencia de la deuda y de la falta?).

El ángel de la venganza sigue el rastro de la presa.

Fuente: Sáenz Andrade, Bruno. El viento del espíritu desata los legajos. Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2021, p. 40.

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