Quiero comenzar con un agradecimiento a la Academia por el honor que significa dar la bienvenida a la gran poeta Sara Vanégas, además porque esta invitación ha sido para mí la ocasión de leer con detenimiento y emoción el conjunto de su poesía, tan intensa y poderosa, y de emprender junto a ella ese apasionante viaje de descubrimiento del mundo y del fluir de la vida.
Sara Vanégas inicia su escritura poética en los años 80, y pertenece a una generación ecuatoriana que ha dado estupendos poetas —como Javier Ponce, Iván Carvajal, Alexis Naranjo o Julio Pazos en Quito; Fernando Nieto o Sonia Manzano en Guayaquil; y en Cuenca Catalina Sojos, para mencionar solo algunos nombres. Y si bien es posible advertir ciertas afinidades con algunos de ellos, en una línea que viene de lejos —desde Carrera Andrade, Escudero, César Dávila o Efraín Jara— la de Sara es una voz propia, muy personal y distinta. Desde sus poemarios iniciales como Luciérnagas, Entrelíneas o Indicios, (todos de los años 80) su mundo poético ha ido creciendo a lo largo de los años y los libros como un universo en expansión, ganando en consistencia y densidad, enriqueciéndose con cada nuevo poemario, pero sin perder el núcleo fundacional de sus comienzos.
Los motivos del mar, el desierto, el viaje, las ciudades, la memoria, son algunos de los centros gravitacionales en cuyo torno giran, se expanden y transforman sus reflexiones sobre nuestro estar en el mundo, sus luces y sus sombras, y el siempre renovando asombro —repleto de gozo y dolor— que significa el enigma desafiante de la vida.
Esos motivos tan antiguos y siempre nuevos de la poesía. La originalidad, declaró Borges en cierta ocasión, es imposible; quizá cada generación esté escribiendo el mismo poema, pero con una pequeña y preciosa diferencia de entonación, de voz y basta con eso. Quizá la historia universal —dice Borges— no sea más que la historia de la diversa modulación de unas cuantas metáforas.
Yo creo que la reverberación perdurable de la poesía de Sara Vanégas precisamente está en su voz; cuando leo sus poemas desde los primeros hasta los últimos siento que puedo reconocer su dicción: me refiero a sus repertorios léxicos, a sus imágenes, a su tonalidad expresiva, a esos ritmos construidos con tanto rigor y precisión, tanto si se trata del ritmo sincopado y milimétrico de sus poemas aforísticos de los primeros libros, como de la respiración más caudalosa de esos versos largos cercanos a la prosa poética que aparecen a partir de PoeMAR (publicado en 1994)y que continúa en Versos Trashumantes, Al andar, Mas allá del agua, De la muerte y otros amores, o Catedral sumergida.
La singularidad de la voz poética de Sara Vanégas viene de una larga trayectoria de viajes, memorias y lecturas.
El tema del viaje, tan esencial en su poética, no es un solo un motivo retórico sino una experiencia vital que marca también su biografía intelectual: su alimentarse de múltiples voces antiguas y contemporáneas. En 1971, apenas terminados sus estudios en la Universidad de Cuenca, viaja a Múnich para estudiar filología germánica durante cuatro años; aquí comienza un largo itinerario que se prolongará entre idas y regresos durante los siguientes treinta años, recorriendo periódicamente ciudades, geografías, culturas, tradiciones, bebiendo en cada estancia todo aquello que pudiera saciar su inmensa sed de mundo, afinando su sensibilidad y recogiendo en el trayecto todos los materiales con los que irá edificando pacientemente su personal universo poético. Las huellas de ese nomadismo han quedado inscritas de diversas maneras en su poesía: nombres de ciudades consignados al pie de sus poemas, impresiones de lugares, epígrafes, diálogos, alusiones, memorias.
A mediados de los 90, una beca de investigación en España le permite acercarse a la libertad estética, el experimentalismo, el rigor técnico y conceptual practicados por “los novísimos”, poetas que —como Gimferrer o Leopoldo Panero— desde los años setenta produjeron una renovación sustancial de la escritura poética en ese país, y que incidieron significativamente en la poesía en lengua española. Como producto de esta estadía, publica el libro Lírica española contemporánea con una muestra de cinco poetas españoles de los setenta, precedida por una mirada panorámica del periodo y algunos comentarios sobre las particularidades de cada autor.
A este mismo ámbito pertenece su Antología esencial de la Poesía ecuatoriana, un libro de 600 páginas con un estudio introductorio que examina los contextos culturales de diversos momentos de la historia literaria del Ecuador durante el siglo XX y hasta comienzos del XXI; contiene una selección de 87 autores pertenecientes a seis generaciones, desde los modernistas hasta los nacidos en 1975, con una concisa valoración individual. Y más recientemente Poetas de la mitad del mundo. (Antología de poesía escrita por mujeres ecuatorianas), compuesta en colaboración con Ana Blum. Mencionaré también sus otras antologías como la del Cuento Cuencano, la de Poesía Y Cuento Ecuatorianos o la de Literatura Infantil (publicadas entre 1995 y el 2000).
Decía antes que la figura central de la poética de Sara es el viaje, —por el mar, el desierto, las ciudades— pero pienso que cada uno de estos libros es también, a su manera, un viaje, un recorrido atento y minucioso por los parajes de la poesía, con el oído abierto para escuchar sus voces múltiples y dejar que sus ecos resuenen en su propia escritura.
Con todo, sus más de 10 libros de poesía, varios de ellos con premios nacionales e internacionales, publicados dentro y fuera del país, en su lengua original o en traducciones, le acreditan como una de las más notables poetas contemporáneas.
De entre todas las entradas posibles, he elegido para esta bienvenida hablar brevemente de tres aspectos de su poética que me parecen admirables: el poema como lugar de encuentro; el silencio como productor de sentido; y la imaginación mitopoética.
1. El poema como puente y lugar de encuentro con la ajenidad del mundo
susurro de alas
(Mas allá del agua)
tú esperas el mensaje con el pecho
(abierto
y una trompeta llueve hojas doradas:
la luz es el mensaje
Paul Celan atribuye a la poesía un carácter inquietante, porque produce un efecto de extrañamiento: el poema nos acerca al mundo familiar y cotidiano y lo enrarece, nos obliga a verlo de otra manera, nos abisma ante su verdad oculta.
Cada noche el mar llega a lamerme como un perro
(PoeMAR)
me envuelve en sus cántaros y sus fantasmas. yo
alcanzó a extender las manos y toco voces. Toco
siluetas inflamadas
borbotea la ciudad con todas sus lunas rotas
El mundo existe más allá de nosotros reposando en su ajenidad indolente; podría desaparecer nuestra especie y el mundo seguirá su curso indiferente por millones de años. Pero el poema tiende hacia el mundo con su “pecho abierto”, dirige su atención a todo lo que sale a su encuentro: su espectro visible pero también su palpitación secreta, tiende su mano abierta para ir al encuentro con eso otro que está afuera, que es tan ajeno e inasible, con la esperanza de desocultar su secreto. Cada cosa, cada persona, cada ser viviente, es una figura de eso otro que se nos escapa.
el oleaje al retirarse deja en la arena
(“Signos”; en Catedral sumergida)
trazos indescifrables
como huellas de pájaros
caminas sobre esos signos
y ensayas
ausente
tu propio vuelo
En el conjunto de su obra poética Sara Vanégas parece preguntarse una y otra vez: ¿cómo capturar esos trazos indescifrables —huellas de pájaros en la arena, un destello de luz en el oleaje, el viento que aúlla en las dunas doradas del desierto, las ciudades perdidas hechas de bruma y siglos, la vibración de un pensamiento, de una reflexión, de una memoria que conmueve las fibras más vitales de la existencia? Cómo apresar esos estremecimientos que supone el encuentro con la inmensidad ajena del mundo, en una breve red de palabras que lo contengan sin traicionarlo, con el renovado asombro de la primera vez.
No se repetirá el arrobamiento de la primera vez en París
(Catedral sumergida)
del primer vuelo sobre el Atlántico
la mirada limpia que contempló la nieve en Los Pirineos
las aguas verdes del Danubio
los campos de lavanda las catedrales
¿qué queda de ese temblor ya antiguo?
Quedará el poema. Los poemas de Sara son un espacio para el encuentro con el mundo, con los otros, con ella misma; pero también con nosotros sus lectores. Salen a explorarlos atentos a sus señales, a su “susurro de alas”, advertidos de las limitaciones que le impone el lenguaje, pero también de todas las posibilidades que le abre la escritura poética.
noche que crece desde los ojos de los ahogados
(De la muerte y otros amores)
se riega sobre tu lengua
te deja palabras oscuras
para nombrarla
para nombrarme…
Cada poema es una apertura al mundo, un puente que no existe todavía sino que se va construyendo a medida que avanza, un puente que lleva a territorios desconocidos, donde todo es tan extraño y a la vez tan familiar.
en el gran estanque
(De la muerte y otros amores)
la sombra de una ciudad aún no erigida
sus ventanales y murallas
sus gentes venideras su melancólico final…
solo la sombra
de su futura sombra
ya pasada
El poema sale de sí mismo y se abre como una puerta de entrada a lo inaccesible, no para explicarlo, sino para dar testimonio de su oscuro resplandor, para dar noticia de él a sus posibles lectores.
2. El silencio
Sara Vanégas hace del silencio una poderosa estrategia de construcción de sentidos en el poema. Sobre el fondo blanco de la página, unas cuantas palabras trazan signos precisos como pinceladas en un lienzo blanco, un poco a la manera de las estampas japonesas, y revelan una imagen a la vez sutil y poderosa. Oigamos este poema de apenas tres líneas:
Pájaros sin voz
(De Luciérnagas y otros textos)
planean
sobre cuadernos vacíos
El sentido surge de la tensión entre el decir y lo no dicho, de las elipsis, de los espacios en blanco, de las pausas internas, de todo lo que se ha despojado al poema, al paisaje, al lenguaje. La extrema condensación de los poemas produce reverberaciones de sentido, poemas que no se abren ni se cierran, sino que aparecen como puñados de palabras colocados sobre la página con la rigurosa precisión de un jardín de arena.
caminas a tientas bajo un cielo negro. luna inmensa y ausente. solo el aullido salobre de la mar. fiera que clama por sus hijos extraviados. y un fuego negro te va quemando las huellas. tú vuelves la mirada: siluetas informes agitan pañuelos de brea
(“Inconclusa” De la muerte y otros amores)
O este:
cuando los pájaros se fueron
quedaron huecos oscuros
en el viento
Todos sus poemas prescinden de las mayúsculas iniciales como si surgieran de pronto desde un silencio previo; no hay nada antes, solo un poema flotando rodeado de espacio en la página y un verso final que devuelve el poema a su hundirse en el silencio.
Hay una estética minimalista en estos poemas que tienden a la brevedad, que suprime los nexos lingüísticos, la puntuación, que aligera las técnicas de enlace entre los versos, que prescinde de la adjetivación cuando no es estrictamente necesaria, con plena conciencia de aquello de que “el adjetivo cuando no da vida, mata” (Huidobro). Condensación, precisión, rigor, es lo que Hernán Rodríguez Castelo ha llamado la “esencialidad lírica” de Sara Vanégas.
NADIR
la sombra de un poema
perpendicular
recrea el sol
El poema se titula “Nadir” es decir el punto en el que el sol es invisible porque está en el lado opuesto de la tierra; pero además evoca la palabra “nada”. La brevedad del poema se sostiene apenas suspendido en medio del silencio. Aquí no hay nada. Ni el mundo, ni el yo, ni el poema. El sol es una intuición apenas perceptible por la leve sombra que ha dejado el poema; el rumor del mundo y el rumor del lenguaje que se tienden para encontrarse en el poema.
Para terminar esta parte voy a leer un poema breve que —como muchos otros— contiene algunos indicios de su poética. El poema se titula ACERAS.
pero no respondiste
yo … en la otra acera
pintando jeroglíficos en el viento
tú
agitaste la mano
y partiste
no supe más de ti
los jeroglíficos casi oxidados en el viento
aún esperan
El primer verso del poema es “pero no respondiste”. Se inicia intempestivamente con algo que se no se ha dicho: con una pregunta que alguien ha formulado pero que está ausente del poema, una pregunta de la que solo sabemos que no tuvo respuesta, es decir más silencio. Ella, el yo poemático, desde la otra acera permanece a la espera de alguien que no responderá, un tú que se escapa irremisiblemente, mientras su mano dibuja jeroglíficos que el viento desvanece. Señales mudas, indescifrables, perecederas, pero que sin embargo continúan abiertas a la espera.
3. La imaginación mitopoética
El mar y el desierto —ya lo he dicho antes— son la fuente de donde Sara Vanégas extrae los materiales que sostienen su imaginería. El mar del origen, (el “edén primigenio” lo llama en un poema), el desierto que evoca también su nombre (Sara / Sahara), son espacios elementales fecundos, repletos de significación, que evocan los sentidos del viaje, de la infinitud, del tiempo, de la memoria, de las despedidas. Nunca son —como quizá podría parecer a una lectura desatenta— meras descripciones del paisaje natural, son más bien microcosmos, espacios de soledad y silencio que propician el encuentro del yo con el mundo y con su propio ser.
la tristeza del mar: borrachera de espejos. el planeta entero abierto // la luna: un carámbano sobre su piel huraña. sollozo imposible desde las profundidades. //y esa música de agua y noche. de vidas ignoradas y multiplicadas muertes
(Más allá del agua)
las palabras: inútiles huesecillos de pez en la inmensidad del oleaje
El desierto:
“Ese gemido bajo la arena […]
(Más allá del agua)
que balancea el talle ausente de las palmeras.
gemido de agua quemada
¿dónde están las cúpulas de plata? ¿los jardines colgantes? ¿los ojos que esperan? ¿dónde el espejismo en que perderse?
solo sueños borrados. una flauta que hace vacilar al viento. Y el largo olvido de las dunas”
Los poemas de Sara Vanégas, como sucede en general con una larga vertiente de la poesía moderna, tienen una alta carga enigmática que no apela a las facultades racionales del lector ni requieren un desciframiento del sentido lógico de cada imagen. Son poemas que, como la música, se dirigen a la sensibilidad, a la intuición, a la emoción que provoca la experiencia estética. A veces hablan con una lengua mítica, profética, ritual, que parece venir de muy lejos y que sin embargo nos convoca.
Alguien sobre el pico más alto del mundo toca una trompeta:
las criaturas más bellas y las más infames acuden al llamado
todas se miran en el agua y olvidan su rostro
una mano misteriosa señala hacia el mar
y el mar echa a andar hacia esa mano
con todas sus campanas y sus voces
dicen que cuando la luna está azul brotan ciudades enteras del fondo del mar.
que sus habitantes (ojos fosforescentes y oscuros ropajes) inician entonces una
larga danza que no cesa hasta que algún puerto se arroja a las profundidades
¿quién no ha visto arder el mar en esas noches?
El fragmento pertenece a PoeMAR, el gran poema-libro que a mi modo de ver marca el tránsito hacia su mejor poesía.
El mito es un relato fundacional que origina una comunidad, hace un llamado a las gentes para que se congreguen alrededor de su narración e instaura una lengua común. La poderosa imaginería de Sara apela constantemente a mitos antiguos y modernos, cercanos y distantes, sus imágenes y metáforas oníricas, visionarias, enigmáticas, herederas quizá del surrealismo, van configurando esa lengua común que sus lectores aprendemos a reconocer verso a verso, poema a poema, a reconocer y a hacerla nuestra.
brisa melancólica que arrastra historias perdidas de antiguos oasis. rostros velados y lunas en los balcones […]
el temblor ausente de una palmera eterna / desde hace ya tanta arena.
Final: La flor de arena
Una reciente antología poética de Sara se llama Flor de Arena. Hace unos días, en una larga charla junto a una taza de café, Sara me contó una historia que quiero repetir aquí:
En los parajes más secos del planeta existen unas rocas sedimentarias llamadas rosas del desierto. Durante el día, las ardientes temperaturas evaporan el agua de invisibles fuentes subterráneas que disuelven los minerales contenidos en la arena. Durante la noche el frío extremo condensa los materiales formando delicados cristales que se van engarzando lentamente en forma de pétalos de rosa y permanecen ocultos bajo las dunas. Tienen también agujas como espinos que se forman en los filos agudos de los cristales. El color depende de la arena que las ha formado: las rosas blancas del Sahara tunecino, otras rojizas por las arenas de color fuego del Sahara argelino; y las hay también negras en los desiertos de Argentina. Cuando el viento sopla, desplaza las capas superficiales de la arena y deja al descubierto los yacimientos de rosas pétreas. Los nómadas las llaman flores de arena.
Traigo aquí esta noticia porque me parece una hermosa metáfora del poema. Su lento hacerse de palabras como granos de arena y gotas de agua anudándose en el poema, sometidas a los ardores apasionados de la imaginación creadora, al rigor preciso de la escritura, y su permanecer secretas esperando el momento de abrirse como una ofrenda a sus lectores. El poema: una rosa del desierto, una flor de arena: roca, agua, viento, fuego, lo efímero y lo perdurable.
Termino con unas reflexiones de Celan sobre el poema: puesto que es una manifestación del lenguaje el poema es una botella lanzada al mar con la esperanza de que pueda ser arrojada a tierra en algún lugar y en algún momento; tal vez a la tierra del corazón. Los poemas están de camino: rumbo hacia algo. ¿Hacia qué? Hacia algo abierto; tal vez hacia un tú asequible, hacia una realidad asequible a la palabra (Celan “Discurso de Bremen”).
“El poema se afirma en el borde de sí mismo. Se llama y se trae de vuelta / para poder persistir incesantemente desde su Ya-no-más a su Siempre-todavía.”
(Paul Celan: “Meridiano”)
Querida Sara: por todo esto, y por mucho más, gracias y bienvenida a la Academia.