pie-749-blanco

Discurso de incorporación de doña María Helena Barrera en calidad de miembro correspondiente

El pasado 21 de noviembre, doña María Helena Barrera-Agarwal se incorporó a la Academia en calidad de miembro correspondiente. Compartimos el discurso de orden que leyó en la ceremonia.

Artículos recientes

Doña Susana Cordero de Espinosa, directora, don Fabián Corral Burbano de Lara, subdirector, don Francisco Proaño Arandi, secretario, señoras y señores miembros numerarios y correspondientes de la Academia, queridos familiares y amigos todos, quienes me honran con su presencia.

Escribía yo hace muy poco en las redes sociales, sobre mi gratitud al recibir este honor inesperado. Si bien salí del Ecuador en el año de 1996, y a pesar de las décadas transcurridas, jamás me he alejado de éste, mi país, intelectualmente. Agradezco a la Academia por este honor. La medida de su generosidad tiene su mejor representación en este día, al permitirme acceder a tan alta institución.

Y tomo la oportunidad para expresar mi gratitud a todos quienes impulsaron mi trabajo, haciéndolo posible. Destaco en esta hora de alegría la memoria de mis padres, Helenita Balarezo Arandi y Euclides Barrera Carrasco, quienes nunca me negaron un libro y a quienes debo todo. Mi madre, mi primera y mejor lectora y correctora. Mi padre, el mejor ejemplo de honestidad y afecto. La memoria de ambos continúa a guiarme, junto con aquella de mis abuelos, Lolita Arandi Flores y Pablo Balarezo Moncayo, y Etelvina Carrasco y Emiliano Barrera.

Mi afecto para mis padres políticos, Sudhir Chandra Agarwala y Devrani Agarwal, mi gratitud para mi esposo, Kanishka Agarwala, y para mis hijos, Aradhana y Adhyatman, quienes en más de una ocasión me han impulsado a seguir mi búsqueda cuando la energía apenas si bastaba.

Acepto esta admisión con la certeza de que hay muchos responsables de la misma. Maestros, mentores, compañeros de vida y de labores. Bibliotecarios, archivistas, amigos en el Ecuador, América, Europa y Asia. En el tiempo en que vivimos, marcado por luchas y fanatismos, las bondades que he recibido en tantas latitudes son la demostración de que, más allá de fronteras y distinciones, nuestra común humanidad se equilibra hacia la hermandad. Ustedes son responsables de la llegada de este día.

He elegido el tema para mi discurso de esta noche conforme un hecho exacto: el descubrimiento más inesperado de mi carrera de investigadora independiente es aquel relacionado a Dolores Veintimilla. He aquí una pequeña relación de las circunstancias del mismo:

En el 2007, me hallaba efectuando un análisis filológico sobre las poesías de autoras ecuatorianas del siglo diecinueve – Dolores Sucre, Dolores Veintimilla y Ángela Camaño, entre otras. En razón de mi formación jurídica, buscaba evidencia documental que me permitiese establecer una cronología exacta de publicación de esos trabajos. Al considerarlos, constaté variaciones en las ediciones de los algunos poemas de Sucre, debidas, en mi opinión, a la evolución de su intención respecto de los mismos. En el caso de Veintimilla, se apreciaban también modificaciones, en ocasiones sorprendentes. A diferencia de lo ocurrido con sus contemporáneas esos cambios no podían haber surgido de la voluntad de la poeta, ya que su publicación no precedía a su muerte. Me pregunté entonces, ¿quién introdujo esas variaciones y en qué momento?

Al momento de formular esa inquietud, pensaba que la respuesta estaba a mi alcance, pronta a hallarse en base a algunos meses de búsqueda. Lo cierto, sin embargo, es que con esa pregunta se iniciaron ocho años de investigaciones. Como parte de la debida diligencia necesaria al inicio de una investigación, leí todo libros publicados sobre la poeta o incluyendo su historia aun periféricamente. Aquel de Gonzalo Humberto Mata, Dolores Veintimilla asesinada, no era nuevo para mí, al haber formado parte de mis lecturas de infancia y primera juventud – el propio Mata obsequió un ejemplar a mi madre, Helenita Balarezo Arandi. Al releerlo en Nueva York, décadas más tarde, la historia continuó a fascinarme, y un elemento más me impactó de modo más profesional: la seriedad de la sección de no ficción incluida por Mata era remarcable. Nadie había creado un libro similar. A pesar de que Mata no tuvo acceso a una variedad de documentos indispensables, sus dudas sobre la narrativa tradicional respecto a Veintimilla resonaban auténticas. Su intuición sobre las fabulaciones de Guillermo Blest Gana y Remigio Crespo Toral, de cuyos escritos siempre desconfió, habría de probase correcta, eventualmente.

Por varios años seguí la pista de todo texto relacionado con Veintimilla, incluyendo hojas volantes, panfletos y libros. Poco a poco el panorama de cómo su legado arribó hasta nosotros se fue clarificando, en base a una exploración filológica de sucesivas versiones. Adicionalmente, las circunstancias históricas que rodeaban esas publicaciones se tornaban menos opacas. Así, entre varios errores y omisiones, se ignoraba la existencia de dos ediciones del libro de Celiano Monge, editadas en 1898 y 1908, y el modo en que las tres ediciones por él creadas incluían importantes variaciones, jamás mencionadas o estudiadas con anterioridad. Aún más grave, comprobé el modo en que apenas si se daba importancia a la intervención de Ricardo Palma, por asumirse erróneamente que su estudio sobre Veintimilla se había publicado en la década de los 1880 o 1890, que no en 1861. Se ignoraba también la intervención esencial de Federico Proaño, y el modo en que la misma introducía nuevos textos al canon, sin que explicación alguna fuese ofrecida sobre sus fuentes.

El punto esencial de mi investigación llegó en 2015, con el descubrimiento de los originales de una parte de los procesos penal y canónico, seguidos luego del suicidio. Descubrimiento en el que tuvieron parte esencial mis queridos amigos el muy recordado Juan Castro y Velázquez, y Leonardo Valencia, además de Gladys Cisneros, superba bibliotecaria, archivista. A pesar de no estar completos, esos documentos permitieron establecer con veracidad absoluta las circunstancias del suicidio de Veintimilla, en base a las declaraciones de testigos presentes, tomadas pocas horas luego de su muerte. Ello tornó evidente la gravedad de las falsedades creadas por Blest Gana y, especialmente, por Remigio Crespo Toral, repetidas por más de una centuria en los comentarios y libros de sus sucesores en calumnia. El descubrimiento de la verdad judicial de lo sucedido fue la culminación de mi investigación y culminó en la publicación de mi libro Dolores Veintimilla, más allá de los mitos, cuya presentación única en el Ecuador se diese gracias a la generosidad de mi querida amiga Cristina Burneo.

Linajes literarios decimonónicos:
una investigación filológica

Introducción

El concepto que el presente trabajo propone no es común. Se centra, específicamente, en explorar las líneas de contacto existentes entre autoras decimonónicas, buscando determinar el modo en que las mismas interactuaron y el tipo de influencia que ejercieron sobre sus contemporáneas y sus sucesoras. Este tipo de interacciones apenas si se halla documentado, en razón del ámbito en que laboraban: a diferencia de los autores, las mujeres intelectuales laboraban en un ámbito de extrema dificultad y de sospecha, que las obligaba a de permanecer dentro de un estricto círculo de familia y de amistad. De la ruptura de esa limitación resultaba no solo el escándalo público, sino consecuencias personales muy reales. Circunstancias todas que dificultan toda investigación.

Puede asumirse que el legado literario e intelectual que poseemos representa apenas una fracción de lo que esas creadoras escribieron. El beneficio del archivo – la noción misma de que sus trabajos fuesen dignos de ser conocidos y atesorados – se hallaba ausente a su respecto. Un texto de tal proveniencia era una anomalía digna de escarnio, que no una obra apta a ser conservada. Incluso cuando la aceptación comienza a hacerse sentir, gracias a una paulatina inclusión en antologías líricas, tales textos se comentan como si se tratasen de meros accidentes literarios. La idea de examinar sus trabajos con miras a descubrir posibles interacciones e influencias está ausente, no solo entre sus contemporáneos, sino también en los análisis de críticos modernos, habituados a percibir esos trabajos como fenómenos aislados.

¿Cómo confrontar tal óptica? La estrategia es dual. En principio, requiere una labor de archivo centrada en recuperar trabajos aún existentes, tanto publicados como inéditos. Una vez obtenidos, esos textos deben analizarse histórica y filológicamente, de modo a establecer su evolución y sus posibles vínculos con otros trabajos. Emerge así, paulatinamente, un panorama de linajes literarios decimonónicos de sorprendente profundidad y de expansivo alcance geográfico. Devela el mismo no solo lecturas comunes, sino también filosofías concordantes, de una modernidad sorprendente. De ese material se pueden colegir no solo las estrategias de adaptación y de supervivencia que empleaban, sino también la inspiración generacional que invocaban y los vínculos intertextuales, trazables y comprobables, que las unían.

a. Contexto

Las primeras mujeres ilustradas de la época republicana en América Latina no actúan dentro de un ámbito social que acepte sus aspiraciones y labores. Las limitaciones bajo las cuales viven son claras. A menudo, tanto desde las páginas de revistas y periódicos, como desde el púlpito, se les recuerda qué tipo de conducta están obligadas a guardar. En un artículo escrito en 1861 para El iris, bajo el título Reflexiones para las señoritas, el neogranadino Belisario Peña afirma.

La inmovilidad expresamente vegetal que Peña sugiere como ideal no es cuestión extraña o controversial. Incluso entre intelectuales de la corriente liberal, la educación de la mujer está justificada únicamente de modo proporcional al beneficio que los conocimientos prácticos a ella impartidos susciten dentro del ámbito doméstico: todo se justifica en la medida en que sea útil al cuidado del hogar y a la atención a la familia. Cualquier exceso que deje a la mujer con demasiado saber es perjudicial y debe evitarse. Cinco años más tarde, en1866, Montalvo escribe sobre el tema en El Cosmopolita:

Hablo de aquel arte sublime por el cual la mujer sabe ser hija desde luego,
esposa, en seguida, y después madre. En esta triple y tierna faena se envuelve todo lo que ella debe aprender y saber.

Montalvo, Juan, El Cosmopolita, No. 1, Quito, enero 3 de 1866, Oficina Tipográfica de F. Bermeo, por J. Mora, p. 7.

De ese contexto doméstico se hallan excluidos, automática y naturalmente, las ciencias y todo tipo de saber abstracto o interés literario. Montalvo lo explica de modo a no dejar lugar a dudas:

No hablo de ciencias; lo abstruso nada les importa, más aún, casi siempre las adorna en su perjuicio.

Ídem, Ibídem.

¿Qué importa ese barniz de sabiduría con que de cuando en cuando han pretendido malamente brillar las mujeres modernas?

Ídem, ibídem, p. 14-15.

Al leer tales afirmaciones, resulta poco sorprendente el constatar que pocas autoras fuesen admitidas a la esfera pública en la era primigenia de las repúblicas. En el Ecuador, específicamente, ninguna ecuatoriana pudo publicar texto literario alguno antes del año de 1860, en nombre propio o bajo seudónimo semi identificable. Los riesgos de una difusión tal eran elevados. Las palabras de Montalvo pueden leerse como una advertencia: las mujeres que se pensaban intelectuales no estaban instruidas en la virtud, no apreciaban la honra, no eran, en fin, dignas del respeto de los hombres. De tornarse su aspiración ilustrada noticia pública, perdían también públicamente tal consideración, quedando en situación de indefensión parcial o total, dependiendo del estatus social y de los medios económicos con que contasen.

En 1855, en Guayaquil, una adolescente de quince años, Dolores Sucre, se vería involucrada en el primer episodio de escarnio bajo tales circunstancias: la existencia de uno de sus textos se haría pública, no por medio escrito sino por mera referencia verbal. Bastaría ello para que fuese blanco de una serie de ataques anónimos vía pasquín. La defensa que de ella haría su círculo social, su edad y la prosapia de sus raíces familiares evitarían que los abusos culminasen en tragedia.[1] En otros casos, el arquetipo no tendría atenuación alguna. Ello torna aún más enriquecedor el comprender que, a pesar de tales obstáculos, los vínculos intelectuales entre escritoras existieron y fueron cultivados, como veremos a continuación.

b. Silveria Espinosa

El 20 de junio de 1815, la Nueva Granada es aún parte del imperio español. En la hacienda de Zamora, cerca de Sopó, nace una niña – Silveria Espinosa de los Monteros. Pertenece a una familia profundamente involucrada la vida intelectual del virreinato. Su padre, de nombre Bruno Espinosa de los Monteros, también momposino, era ya en ese tiempo uno de los más importantes impresores de la ciudad de Bogotá. La vocación le venía de ancestro: su progenitor, Antonio Espinosa de los Monteros, de origen sevillano, lo había precedido en esas artes con éxito.

El 26 de noviembre de 1837, Silveria contrae matrimonio con José María Rafael Camacho y Lago.[2] Luego del fallecimiento de éste, se casará con el antioqueño Telésforo Sánchez Rendón. Su mayor interés, empero, es la literatura. Esa vocación emergerá públicamente del modo más abierto, cuando, en noviembre de 1840, durante la Guerra de los Supremos o de los Conventos, Silveria se destacará en la escena conmocionada de Bogotá. El testimonio de sus actividades durante esos días fue originalmente publicado en la Revista Literaria de Bogotá, y reproducido en la Biografía del general Joaquín Acosta, de autoría de Soledad Acosta de Samper:

Era aquel un momento solemne en la apática vida de esta metrópoli; más como en todo evento histórico de tal naturaleza surge siempre una mujer a darle animación, aquí se presentó la señora doña Silveria Espinosa á conmover a las multitudes con los primeros acentos de su lira…… La musa recién aparecida ofrendaba las primicias de su numen en la paráfrasis de un canto bíblico, en donde el salmista pide á Jehová la salvación y amparo de su pueblo…. El mismo día del alborotado comienzo de la gran semana (aquellos días se llamaron la gran semana), doña Silveria Espinosa en persona nos dio a los adolescentes de la guarnición la estampa con el monograma de Jesús, la cual, á breve rato, o casi de súbito, se adoptó como cucarda entre la tropa. Esta divisa, en forma circular, llevaba al rededor un mote que decía: “ Quien no está conmigo, está contra mí,” lema entresacado de la Santa Escritura.

Luego de ese inicio marcante, y durante más de cuatro décadas, hasta su muerte acaecida en 1886, Espinosa dará a imprenta en diversas revistas, folletos y antologías una serie de composiciones originales. Al habitar el dintel entre la experiencia colonial y aquella republicana, refleja ésta última con particular ardor. Más allá de sus composiciones patrióticas, será su poesía de carácter religioso e intimista la que le brindará renombre: el contenido místico y la preocupación espiritual no se veían con el tipo de sospechas dedicadas a lírica de carácter profano y romántico.

En 1848, José Joaquín Ortiz publica en Bogotá la primera antología poética colombiana, El parnaso granadino. Incluye la misma a quince poetas, de entre los cuales dos son mujeres – Silveria Espinosa y Josefa Acevedo. De Espinosa aparecen ocho poemas, incluyendo su ya famoso poema a Simón Bolívar, y otro intitulado La ilusión de la vida. Este último posee treinta y seis estrofas, divididas en cuatro secciones, y no ha sido publicado con anterioridad ni lo será luego en su totalidad – apenas un fragmento aparecerá en 1866, en Buenos Aires, en la antología Poesía Americana, de Juan María Gutiérrez.

La ilusión de la vida es una composición en primera persona, que recoge las reflexiones de una mujer que confronta los males de una existencia plena de sinsabores. A pesar de navegar tiempos repetidamente difíciles, no ceja la misma en aferrarse a su dignidad, y a rechazar las falsas promesas de quienes buscan aprovecharse de su situación invocando el amor como la más importante de las virtudes. El uso de la palabra ilusión respecto a esa emoción en el título y en la primera estrofa es particularmente importante:

Amor es ilusión. E ilusión, por su raíz latina, señala e implica engaño. La idea de afecto es un espejismo que oculta protervas intenciones. El poema desarrollar esa noción central, develando gradualmente cómo la presunta oferta de devoción es en verdad un llamado a la degradación. El tono es altivo, recurrente en su imaginería espiritual, y particularmente efectivo en denunciar la indefensión social de las mujeres de su tiempo, obligadas a guardar estándares de perfección en un ámbito que no permite otra resistencia activa más que el clamar inocencia frente a calumnias y acosos. Concluye con una estrofa, que resume su contenido, al mismo tiempo que lo expande:

Estos versos finales no pueden resultar ajenos para quienes hayan estudiado la obra de otra poeta: fueron invocados en 1857 por la ecuatoriana Dolores Veintimilla, en un documento esencial de su legado, escrito poco antes de su muerte.

c. Dolores Veintimilla

En algún momento de las semanas que transcurren entre el 22 de abril y el 22 de mayo de 1857, la intelectual ecuatoriana Dolores Veintimilla Carrión escribe un texto que intitula Al público. Del mismo se conserva un manuscrito de su puño y letra, parcialmente conservado dentro del expediente canónico seguido después de su muerte. La parte superior de la hoja utilizada se encuentra perfectamente conservada, mientras que aquella inferior es fragmentaria. Luego del título, aparece como epígrafe una estrofa de cuatro versos. Es aquella final de La ilusión de la vida.

La transcripción incluye el nombre de Espinosa, y no es exacta. Además de ligeras variaciones de puntuación, una errata en el texto impreso en El parnaso granadino se halla corregida, y en el segundo verso se omite una palabra. Del modo en que esos cambios aparecen puede colegirse que Veintimilla cita a Espinosa probablemente de memoria. El uso del apellido de la poeta colombiana con la grafía Espinoza en lugar de Espinosa, añade a tal impresión.

El texto de Al público nunca fue impreso en vida de la poeta. En el expediente canónico, Ramón Garzón, vecino de Veintimilla, menciona cómo ésta le dijo que su confesor le había prohibido que lo publicase, probablemente para evitar que los ataques en su contra fuesen aún más encarnizados. La primera edición impresa apareció tan solo en abril de 1874, gracias a la intervención del periodista Federico Proaño, en su periódico La nueva era. La transcripción de Proaño, probablemente efectuada de otro borrador o versión final de puño y letra de Veintimilla, constante en el proceso canónico, es idéntica a la del manuscrito parcial, salvo por correcciones ortográficas incluyendo la del apellido de Espinosa.

Múltiples reediciones de Al público se han efectuado durante el siglo y medio subsiguiente. Ninguna, empero ha suscitado comentario específico sobre el interés que la cita de Veintimilla posee, no solo desde un punto de vista histórico, sino también literario. Al respecto, debe afirmarse que, nada es casual o accidental en el legado textual que de Veintimilla se conserva. En un momento de gravedad extrema, la joven poeta no recurre a algún ponderado y famoso intelectual, o a algún pasaje bíblico en el que sustentar sus argumentos. Invoca, por el contrario, la visión humana y la autoridad moral de una de las poquísimas poetas a quienes se les había por entonces reconocido esa calidad en Latinoamérica.

La elección de Espinosa confirma que Veintimilla conocía su obra y que la admiraba. Brinda además indicios sobre sus lecturas, ya que la única fuente impresa de La ilusión de la vida tuvo que ser, necesariamente El parnaso granadino. Se puede afirmar, por tanto y sin lugar a dudas que Veintimilla ha tenido acceso a ese volumen. Paradójicamente, la presencia de Espinosa y de Josefa Acevedo en el libro de José Joaquín Ortiz prefigura también la aparición de la propia Veintimilla en La lira ecuatoriana, de Vicente Emilio Molestina – la primera publicación que determina su ingreso póstumo al canon literario del país. Un ingreso que nadie habría podido anticipar en 1857, puesto que, al momento de su desaparición física, Veintimilla es una totalmente inédita como poeta.

d. Felisa Moscoso

Al momento de su fallecimiento, el único texto de Veintimilla que ha llegado a imprenta es Necrología, su alegato contra la pena de muerte, editado como respuesta a la ejecución de Tiburcio Lucero. Sus lectores probablemente se cuentan en algunas decenas, con acceso exclusivo vía manuscrito original o transcripciones manuscritas. Este no es un tipo de difusión única: puede asumirse que otras antecesoras y contemporáneas suyas han escrito y compartido sus creaciones de modo similar, para sumirse luego en el silencio de cartas y papeles perdidos, sus memorias abandonadas.

No sucederá lo mismo con Veintimilla: apenas nueve años más tarde, en 1866, es incluida en la primera antología poética del Ecuador, la Lira ecuatoriana, editada por Vicente Molestina.[3] Dicha inclusión habrá de constituirla en parte esencial del canon literario del país, en un sitial desde entonces jamás denegado.

La accesión al canon establecido por Molestina tiene dos antecedentes directos. El primero, la publicación el 2 de junio de 1857, de un artículo anónimo, conmemorando su memoria, en el periódico La Democracia, de Quito.[4] Es un texto que lleva incluida una transcripción exacta de la nota de suicidio de la poeta, dirigida a su madre, el texto de Necrología, y La noche y mi dolor, el primer poema que de ella se edita. Con este artículo, se inicia la posteridad pública de Veintimilla, y la saga de los cambios a sus poemas, con la inclusión de dos estrofas apócrifas, de autoría de Antonio Marchán García, quien buscaba crear la impresión de que La noche y mi dolor fue escrito poco antes de su fallecimiento.

Al momento de la publicación de La Democracia, en Cuenca se prosigue con un proceso penal que establecerá las circunstancias de su muerte. Luego de concluido, el legajo pasará a formar parte de un segundo juicio, esta vez canónico, iniciado por Antonio Galindo, esposo de Veintimilla con el fin de conseguir sepultura en sagrado para sus restos mortales y, debería afirmarse de acuerdo a la evidencia, de vindicar al mismo tiempo su memoria en la misma ciudad que ha sido escenario de sus días más aciagos. Ambos procesos habrán de recopilar material indispensable al legado de Veintimilla, como parte de los autos probatorios. Comprobarán también los detalles exactos del suicidio, incluyendo el hecho innegable de que la poeta no destruyó sus documentos y diarios, los mismos que se encontraron en sus habitaciones en orden suficientemente claro para que fuesen incorporados de inmediato a los autos del proceso penal.

El segundo antecedente directo de la accesión al canon es un estudio escrito por el intelectual peruano Ricardo Palma. El interés de Palma por la poeta ecuatoriana habíase originado en una visita suya a Guayaquil, en 1855. Conoció allí a amigas de Veintimilla. Una de ellas, anónima aún hoy, fue parte activa del círculo de difusión de las obras de la poeta. Como tal, haría llegar más tarde al peruano varias poesías de la quiteña. Gracias a ese esfuerzo, el nombre de Veintimilla se tornará indispensable para de la historia literaria del Ecuador y Latinoamérica.

En 1861, Palma publicará en Chile, en dos ocasiones, un trabajo en el que da cuenta de la vida de Dolores Veintimilla. Más fundamentalmente, considerará su poesía desde un punto de vista crítico – una óptica sin precedentes a su respecto. Es una intervención decisiva, en la que se aúnan conservación, recuperación y análisis. El ensayo aparecerá en las páginas de la Revista de Sud América, intitulado Doña Dolores Veintimilla (Poesías),[5] y, más tarde, en un folleto de circulación independiente, que, bajo el título Dos poetas, apuntes de mi cartera,[6]contendrá también un estudio sobre Juan María Gutiérrez.[7]

El impacto de la publicación de Palma es extraordinario. Se ve multiplicado, a lo largo de las décadas finales del siglo diecinueve y principios del veinte, por su reedición constate como parte de las Tradiciones peruanas. En el Ecuador, impone la ruptura del silencio que los críticos literarios ecuatorianos han guardado respecto de Veintimilla. Fuera del Ecuador, implica el inicio de la fama internacional de la poeta, y, por tanto, de su influencia sobre otras mujeres interesadas también en la literatura.

Una de esas escritoras nace en Arequipa, Perú, en 1847. Lleva por nombre Felisa Moscoso. Desde niña, se distingue por ser una formidable autodidacta – característica indispensable, que sin duda comparte con Espinosa y de Veintimilla. Como en el caso de Espinosa, la primera intervención pública de Moscoso ocurre en el contexto de una protesta política, aquella suscitada en Arequipa contra la constitución promulgada bajo el régimen Manuel Ignacio Prado, en 1867. En los años a venir, la poeta se torna conocida por sus trabajos líricos. Buen número de ellos son de carácter místico. Empero, sería un error pensar que se limitaba a tal género, empeñándose también en otros de variado tono.

En 1887, Moscoso se incorpora como socia del Ateneo de Lima. En 1887, Moscoso se incorpora al Ateneo de Lima. El 19 de noviembre de ese año, lee ante el Ateneo un estudio sobre Dolores Veintimilla. Los periódicos de la época se hacen eco de la ocasión: el Comercio de Lima lo caracteriza diciendo que es un estudio es un “trabajo mixto en el que se mezcla la elegante prosa con la sentida poesía.” El texto parece no haberse conservado. La sección poética del trabajo parece haberse conservado gracias a otra invaluable antología regional, la Lira arequipeña, editada por Manuel Rafael Valdivia y Manuel Pío Chávez, en 1889. En ella aparecen sesenta y seis poetas, de los cuales cuatro mujeres – Felisa Moscoso, Luisa Salazar, Adriana Buendía e Isabel de la Fuente.

De Moscoso aparecen ocho poemas, incluyendo su composición más aclamada, Arequipa, y un poema a Bolívar. Siemprevivas, con la dedicatoria “A la memoria de la poetisa Dolores Veintimilla”. La primera estrofa da la medida del ímpetu que imparte a su homenaje:

Las metáforas iniciales, “hija del Cotopaxi, alma de fuego”, están muy alejadas de cualquier visión romántica. Reconoce Moscoso en Veintimilla una vasta voluntad, que se aleja de todo papel preconcebido, clamando para ella el sitial que habría debido corresponderle en justicia. Esa intención se confirma en dos estrofas de una intensidad poco común en poemas de duelo y remembranza, a la época:

Nadie puede dudar de la profunda convicción religiosa de Moscoso – su vida entera estuvo marcada por hitos relacionados a la misma, desde el primero, ya mencionado, de 1867, centrado en la defensa de la fe frente a la norma constitucional. El que, a sus cuarenta años de edad, tuviese la energía y la fortaleza de reconocer el “alma superior” de Veintimilla y de llamarla “noble heroína”, resulta asombroso, cuando se considera que, aún en 1889, el suicidio es un concepto tabú. Moscoso no solo transmuta ese tabú en un clamor heroico, sino que especifica que las acciones en vida y las circunstancias de la muerte de Veintimilla le confieren “la palma del martirio”:

La capacidad de arrostrar a los enemigos de la poeta – reconocidos por Palma y otros comentaristas como sacerdotes – por “el error y el fanatismo” del que hicieron gala contra ella, y de calificar a sus degradantes labores de “despotismo”, es aún más extraordinario, si se piensa en el contexto social que continúa a perdurar en su tiempo.

¿Qué conceptos dedicó Moscoso a Veintimilla en prosa, en su charla del Ateneo de Lima? Es imposible saberlo. En ausencia de ese texto, la influencia de la ecuatoriana en las labores poéticas de la peruana es indudable gracias al poema de ésta. De todos los trabajos incluidos en la antología, aquel en honor a Veintimilla es el que fluye más auténtico y personal.

Conclusión

Dentro del proceso canónico seguido luego de la muerte de Dolores Veintimilla, se hallan no solo originales de su puño y letra de Veintimilla, sino también un ejemplar impreso de Necrología, con una nota marginal suya, que constituye, en mi opinión, el manifiesto feminista fundacional de nuestra historia:

“Me ha hecho reír la bulla que ha hecho mi pobre papel aquí! – por ser escrito de mujer; es decir de un semi animal que es lo que creen que somos.”

Esas dos líneas contrastan con aquellas de los autores citadas al principio de este trabajo. Lo hacen, no solo por su sobriedad, sino también, fundamentalmente, por su objetividad. A la discriminación orlada de piadosas intenciones paternalistas, responde la dignidad elocuente e incólume. Y al aislamiento impuesto por la inmovilidad de las expectativas patriarcales decimonónicas, responde la interacción, a veces difícil pero siempre real, de las poetas e intelectuales decimonónicas. Espinosa, Veintimilla, Moscoso y otras tantas, cuya palabra continúa a ser transformativa, más allá de los mitos.


[1] Vid. Barrera-Agarwal, María Helena, Dolores Sucre Lavayén: la poesía como manifiesto autobiográfico de la mujer ecuatoriana en el siglo XIX, en Bernardita Llanos y Ana María Goetschel (Eds.), Fronteras de la memoria: cartografías de género en artes visuales, cine y literatura en las Américas y España, Editorial Cuarto Propio, Santiago, Chile, 2012

[2] Vid. Restrepo Sáenz, José María & Rivas, Raimundo, Genealogías de Santa Fé de Bogotá, Tomo I, Librería Colombiana, Bogotá, p. 194

[3] Molestina, Vicente (Ed.), Lira ecuatoriana: Colección de poesías liricas nacionales, escojidas i ordonadas con apuntamientos biográficos, Guayaquil, Empresa tipográfica y encuadernación de Calvo i Ca., 1863.

[4] La Democracia, Época segunda, Año I, Trimestre I, martes 2 de junio de 1857

[5] Ricardo Palma, Doña Dolores Veintimilla (Poesías.), en Revista de Sud-América, Anales de la Sociedad de Amigos de la Ilustración, Año II, No. 4, Valparaíso, Imprenta del Universo de G. Helfmann, diciembre de 1861, pp. 201-211

[6] Ricardo Palma, Doña Dolores Veintimilla (Poesías.), en Ricardo Palma, Dos poetas, apuntes de mi cartera. Valparaíso, Imprenta del Universo de G. Helfmann, 1861.

[7] Debe anotarse que la publicación de Palma probablemente fue el vínculo que permitió a Isidore Ducasse, conde de Lautréamont, enterarse de la existencia de la poeta ecuatoriana. Vid., Barrera-Agarwal, María Helena, Veintemilla et Lautréamont, en Cahiers Lautréamont, 6 de diciembre, 2015, Paris, France


0 0 votes
Article Rating
0
Would love your thoughts, please comment.x