El pasado 7 de diciembre en la Universidad del Azuay, doña Sara Vanégas Coveña se incorporó en calidad de miembro correspondiente a la Academia Ecuatoriana de la Lengua. Reproducimos a continuación su discurso de incorporación.
La poesía ecuatoriana del siglo XX en su contexto histórico-literario
Ubicados ya en la tercera década del siglo XXI, lo que nos permite una buena perspectiva del siglo pasado, podemos esbozar un rápido análisis de lo que fue este en lo que respecta a nuestra literatura, concretamente, a nuestra poesía.
Empiezo con dos epígrafes que me parecen sumamente importantes y que, de alguna manera, reflejan la esencia del quehacer poético.
1.-
Si la prosa es una casa, la poesía es alguien
envuelto en llamas corriendo por ella.
Anne Carson
(La fuerza ígnea de la poesía para despertarnos al mundo de los sueños)
2.-
La poesía es un caracol nocturno en un triángulo de agua.
José Lezama Lima
(La poesía en cuanto creadora de mundos inéditos, extraños muchas veces)
En el principio era el Verbo, rezan las Sagradas Escrituras. Es decir, la Palabra; es decir, la Poesía. Ciertamente, la poesía ha convivido desde siempre con el ser humano. Ya lo decía Dávila Andrade, es “el dolor más antiguo”.
Siguiendo esta línea, podemos citar una frase atribuida a Percy Shelley, quien manifestaba que no existe en el mundo sino un solo poema, que va creciendo con la aportación de nuevos textos escritos por vates de todos los tiempos. Lo que daría como resultado una especie de cadáver exquisito muy peculiar, desde luego, casi infinito.
Y es que, a pesar de la conocida y repetida opinión de Bertolt Brecht sobre el hecho de que para la lírica siempre serán malos tiempos —que en buena parte es cierto—, la verdad es que los poetas han sabido resistir y sobrevivir a toda situación adversa que se les presentara (el poco interés de las editoriales en sus obras, la preferencia generalizada por la narrativa, prohibición de algunos libros, etc.).
Aun en épocas tan duras para la humanidad como la actual, materialista y colérica; cuando el entorno ya no solo parece “líquido” (en palabras de Zygmunt Bauman) sino incluso “gaseoso”, puesto que la moral, los valores, el buen gusto se volatilizan y van quedando rezagados como piezas arqueológicas; y más todavía, con el avance implacable de la inteligencia artificial, aun así, sostenemos que la poesía sigue siendo un pilar de humanidad para muchos.
Nadie desconoce —si bien, no siempre de manera consciente— el poder de las palabras que, cuando no son manipuladas y sometidas a dudosos intereses —políticos, sociológicos, religiosos—, logran despertar en el lector, de poesía en este caso, emociones íntimas; pueden transportarlo a mundos diferentes, quizá utópicos, justo en esta tremenda época de las grandes distopías.
Solo de este modo logramos entender la supervivencia —yo diría permanente— de la poesía.
* * *
Ahora bien, me gustaría compartir con ustedes algunas reflexiones sobre nuestra poesía, la ecuatoriana, ubicándola dentro de la patria grande, es decir, la latinoamericana, pero sin ignorar los grandes acontecimientos geopolíticos mundiales que han marcado la sensibilidad de la sociedad del siglo XX; sensibilidad asumida, vivida y expresada por nuestros poetas.
El modernismo
Vamos a enfocarnos inicialmente en el modernismo, por ser este el primer movimiento literario surgido en Hispanoamérica, a finales del siglo XIX, y que marca definitivamente el comienzo de una actividad poética seria, dejando de lado su carácter otrora ocasional cuando no de mero pasatiempo.
Para ponernos en contexto, recordemos que en la última década del siglo XIX —que es el punto de partida de nuestra exposición— se suceden acontecimientos como los siguientes: Por una parte, España pierde Cuba, Filipinas y Puerto Rico tras su derrota militar frente a Estados Unidos.
Por otra, aparecen el cinematógrafo, la radio, la aspirina y varios otros inventos que favorecerán hasta hoy a la humanidad.
En el terreno de la literatura, que es el nuestro, persisten el realismo y el romanticismo, siendo este último el movimiento que va a incidir en el modernismo; si bien las influencias más directas provendrán de los simbolistas y parnasianos.
Siguiendo a Octavio Paz, “El período moderno se divide en dos momentos: el ‘modernista’, apogeo de las influencias parnasianas y simbolistas, y el contemporáneo”1, es decir, las vanguardias y postvanguardias, de muy larga proyección en el tiempo y en las estéticas literarias.
El modernismo, sabemos, no fue un movimiento uniforme, pues sus cultores van desde el individualismo romántico (melancolía, hastío, evocación de lo tenebroso, la muerte…) hasta la anarquía. Tampoco fue antiamericano, como en ocasiones se ha afirmado. Fue, sí, cosmopolita, esto es, una forma de entender el mundo, el mestizaje de América; lo que no quita, sin embargo, el amor a lo foráneo, notorio en buena parte de los textos, tanto como la glorificación del arte por el arte (herencia del Parnasianismo).
Quizá la mejor caracterización de este grupo de poetas la encontramos en las palabras de Hernán Rodríguez Castelo:
Dignos nietos de los más exaltados románticos y de ahí su extremo subjetivismo, su agobiadora carga sentimental; pero el parnasianismo les ha enseñado contención formal y condensación lírica, y del simbolismo han aprendido el arte de la sugestión, las extrañas resonancias, los ambiguos silencios2.
En 1888 aparece Azul, del nicaragüense Rubén Darío, considerado el mayor representante del movimiento. Otros escritores importantes de la época son, sin duda, el cubano José Martí, el mexicano Amado Nervo, el argentino Leopoldo Lugones, el uruguayo Julio Herrera y Reissig…
En el Ecuador —conforme las investigaciones de Michael Handelsman— se empieza a escribir según el modo modernista y a publicar en revistas literarias ya en los últimos años del siglo XIX, aunque los primeros libros datan de finales de la segunda década del XX. Así, Medardo Ángel Silva da a conocer su El árbol del bien y del mal recién en 1918. Este retraso se debería, probablemente, al hecho de que en las postrimerías del siglo se agudizaron los conflictos internos con el triunfo del liberalismo y sus reformas. Los escritores tenían entonces otras urgencias, a más de las literarias propiamente.
Si bien el grupo de los “Decapitados” (Medardo Ángel Silva, Arturo Borja, Humberto Fierro y Ernesto Noboa y Caamaño) y sus obras son lo más conocido de nuestro modernismo poético, esto no implica la ausencia de otros autores relevantes. De hecho, en las revistas de entonces (Letras, Patria, Renacimiento, Altos Relieves) y en algunos periódicos (El Telégrafo, especialmente) aparecen otros nombres ilustres, tales como Alfonso Moreno Mora, José María Egas, Rafael Romero y Cordero, Laura Borja, Julio Isaac Espinosa…
Los poetas de entonces, aunque excéntricos, también clamaron por reivindicaciones sociales y políticas.
En palabras de Handelsman, nuevamente, “Mientras los políticos se mataban y los nuevos capitalistas se enriquecían, el modernista cuestionaba los valores de su sociedad”3.
(Sin embargo, desencantados de las guerras liberales, tanto como de la situación política y económica del país, muchas veces se consolaron con una vida apegada a la bohemia y las drogas).
No es, pues, coincidencia que en la misma época se desarrollara en la prosa ecuatoriana un verdadero retorno a lo nacional y lo popular (buen ejemplo de ello es Los que se van, obra publicada en 1930).
* * *
Un dato interesante del modernismo es que, pese al elitismo del grupo, muchos de sus poemas fueron musicalizados, llegando así a un público amplio. Tal es el caso de Alma en los labios (Silva), Para mí tu recuerdo (Borja), Invernal (Sonetos de la tarde, II, de Egas), Lamparilla (basado en el poema Dulce es llorar, de Elisa Borja Martínez), Romance de mi destino (Abel Romeo Castillo), Ángel de luz (Benigna Dávalos), Viajera (César Andrade Cordero). Esto, en Ecuador.
A nivel internacional: Horas de pasión (Juan de Dios Peza), Sombras (Rosario Sansores), autores mexicanos. De Neruda se ha musicalizado el Poema XX; del español Gustavo Adolfo Bécquer, Volverán las oscuras golondrinas. Por citar unos cuantos ejemplos.
El modernismo devendrá luego, como sabemos, en el postmodernismo y las vanguardias.
El postmodernismo
A comienzos del siglo XX, (es imposible datar exactamente los períodos literarios) la poesía se encuentra a caballo entre el (post)modernismo y las vanguardias, circunstancia que le concede gran variedad y riqueza tanto formal como temática, pero también un cierto hibridismo que no deja de aparecer, a momentos, conflictivo.
Refiriéndose a esta situación, la poeta ecuatoriana Aurora Estrada y Ayala (1902-1967) nos dice: “Seguíamos escuchando con placer las músicas de Darío pero nos emocionaba hallar en la estatua marmórea de su jardín la palpitación de la carne viva”4.
Y el crítico chileno Guillermo Sucre expresa lo siguiente:
Entre el modernismo y los movimientos de vanguardia habría que situar a un grupo muy heterogéneo de poetas que, sin embargo, tenían ciertos puntos en común. Muchos de ellos eran contemporáneos de los modernistas y habían recibido su influencia —incluso algunos provenían directa e inicialmente de su estética— pero todos parecían haber cobrado conciencia de la necesidad de un cambio5.
Cambio que consistiría, acotamos nosotros, en hacer más sencilla la voz poética y fijarse más en las cosas, en el mundo circundante. Se vivía, pues, la época postmodernista.
El Ecuador continuaba por entonces siendo escenario de profundas transformaciones políticas. Citamos, nuevamente, a Rodríguez Castelo:
La Revolución Liberal, democratizadora de la enseñanza y propugnadora del progreso, daba sus frutos, a pesar de haberse quedado a medio camino en sus postulados de liberación popular. […] Años fueron aquéllos en que el sociólogo se convirtió en el más importante ideólogo […] en que obreros y campesinos tentaban sindicalizarse; en que nacía, con cuadros jóvenes y entusiastas, el Partido Socialista6.
En este ambiente, un grupo de poetas empieza a conceder gran peso a las causas sociales junto a lo estrictamente literario. Muchos de ellos se involucraron directamente en acciones políticas.
Destacamos cuatro nombres señeros de entonces: Jorge Carrera Andrade (que un tiempo se desempeñó como secretario del Partido Socialista Ecuatoriano), Gonzalo Escudero, Alfredo Gangotena y Aurora Estrada y Ayala, quienes comparten el posmodernismo latinoamericano con poetas de la talla de Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou, Delmira Agustini…
A estos reconocidos nombres nacionales del posmodernismo se suman paulatinamente otros, que también darán realce a las letras ecuatorianas: Miguel Ángel Zambrano, Miguel León, Mary Corylé, César Andrade, Remigio Romero, Carlos Bazante, Augusto Arias, Augusto Sacoto,Carlos Suárez, Atanasio Viteri, y muchos más.
Las vanguardias
El escenario político en que surgen las vanguardias está marcado por hechos que sacudieron profundamente la conciencia humana; destacamos la revolución de México (1910), la de Rusia (1917) y, sobre todo, la primera Guerra Mundial (1914-1919).
En el terreno de la literatura, la crítica especializada coincide en que durante esta época, la segunda década del siglo pasado, Latinoamérica se convierte en semillero de una gran variedad de movimientos, muchos de ellos con influencia europea, francesa especialmente —pues a Francia solían migrar los poetas de entonces—. Aparecen, así, Vicente Huidobro y su “creacionismo”; la “Semana de Arte Moderno”, en Sao Paulo; los “estridentistas” mexicanos, con Maples a la cabeza; el “ultraísmo” de Borges; el “nadaísmo” del colombiano Gonzalo Arango…
Otros nombres importantes de entonces: Vallejo, Neruda, Villaurrutia, Gorostiza…
Es también el momento en que surgen diferentes grupos literarios (en Colombia, los Nuevos —a los que pertenecería León de Greiff, entre otros—; Viernes, en Venezuela…). Y revistas literarias (Orfeu, fundada por Luis de Montalvor y Ronald de Carvalho, en Brasil; Los Raros, creada por Bartolomé Galíndez, en Argentina; Amauta, fundada y dirigida por José Carlos Mariátegui en Perú, etcétera, etcétera).
En Europa, desde luego, ya habían hecho presencia y continuaban en escena muchos “ismos” que ejercían gran influencia en los latinoamericanos: dadaísmo (Tristán Tzara), futurismo (Marinetti), surrealismo (Bretón).
De todos esos “ismos”, ultraísmo y surrealismo cobrarán mayor vigencia en la poesía hasta el día de hoy. (En prosa, el realismo y sus variantes).
En esencia, las vanguardias quieren mostrarse muy distantes de la estética modernista. Sus cultores dejan las torres de marfil y bajan a las calles. Abandonan los temas de antes, las formas estróficas convencionales, el lenguaje artificioso… Privilegian, en cambio, nuevos usos lingüísticos (neologismos, jitanjáforas…); la temática, acorde a esos tiempos: la ciudad, el avión, los obreros y sus reivindicaciones; la imagen irracional y múltiple, consciente o subconsciente.
Esta liberación fue su mayor aporte a la poesía posterior.
En este punto tenemos que anotar que, a más de los elementos enunciados, las vanguardias latinoamericanas se cuestionan el americanismo mismo, el indigenismo, los productos de la cultura popular, entre otros elementos; los cuales, obviamente, no tienen espacio en el vanguardismo europeo.
En el Ecuador, dentro de este movimiento descuella Hugo Mayo, espíritu rebelde e iconoclasta, cuya obra, publicada en revistas y periódicos, no fue admitida (y menos, valorada) en su tiempo. Y junto a él, la poco conocida figura de María Luisa Lecaro.
Los años 50
A mediados del siglo pasado la sociedad humana está marcada por los desastres de la segunda Guerra Mundial (1939-1945), la proclamación del estado de Israel, el asesinato de Mahatma Gandhi; tanto como las fatídicas empresas bélicas en Corea, Vietnam, Argelia… Por otro lado, la ex Unión Soviética pone en órbita el primer satélite artificial (1957), y un año después lo hacen los norteamericanos. Ecuador pierde gran parte de su territorio con el Tratado de Río de Janeiro (1942).
Como es natural, todos estos sucesos inciden en la creación poética. Las grandes aventuras vanguardistas dan paso a movimientos varios: se conserva de aquellas el espíritu de libertad y renovación radical (Lezama Lima), o se asumen tintes existencialistas (Octavio Paz); mientras, por otro lado, continúa imperando la fuerza de Neruda y la crítica de Nicanor Parra y Nicolás Guillén.
En nuestro país, además de todo lo mencionado ocurren dos hechos que serán importantes en el tema que nos ocupa: la creación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana (1944), institución que en sus inicios jugó papel primordial en el quehacer artístico y literario; y el surgimiento de grupos poéticos, entre los que destacamos: “Madrugada”, “Presencia”, “Elan”, “Umbral”, “Caminos” (todos ellos en Quito), “Club 7” (Guayaquil), el “Elan” cuencano… Grupos que se impusieron como misión, en buena parte, visibilizar el trabajo de poetas de las diferentes ciudades del país.
Se elevan entonces las voces de grandes vates, destinados a constituirse en referentes obligados de la lírica ecuatoriana posterior: César Dávila Andrade, uno de los mayores poetas nacionales, Jorge Enrique Adoum, Efraín Jara Idrovo, Rubén Astudillo, Carlos Eduardo Jaramillo, Fernando Cazón, Eugenio Moreno, Jacinto Cordero, Teodoro Vanegas, Enrique Noboa, Hugo Salazar, Antonio Preciado, Francisco Tobar, Francisco Granizo, Euler Granda,Ileana Espinel, David Ledesma, Rubén Astudillo, Ana María Iza y muchos más.
Marcados por los hechos que acabamos de citar, las poéticas de estos autores giran alrededor de la nostalgia, la paz, la guerra, Dios, el sentido de la vida y la muerte…
La segunda mitad del siglo
En el transcurso de los años 60 confluyen varios hechos históricos de gran relevancia, como son la recién iniciada revolución cubana, la construcción del muro de Berlín, el asesinato de J. F. Kennedy, el famoso discurso de Martin Luther King (“I have a dream”)…
En el tema literario, ya a inicios de la década, tenemos el surgimiento del “boom” latinoamericano, con sus grandes figuras: Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Clarice Lispector, Elena Garro, Miguel Ángel Asturias, Juan Carlos Onetti, Guillermo Cabrera Infante, Augusto Roa Bastos…
En el Ecuador, un grupo de literatos forman en Quito los “Tzánzicos” (tzanza, conocemos, es la cabeza del enemigo reducida, en un ritual del pueblo shuar). Son personajes revolucionarios que claman por una vuelta a la literatura social (siguiendo el modelo de Los que se van y otras obras de los años 30). Su poesía es colérica, iconoclasta, de protesta social y política. Si bien este movimiento dejó huellas más en la escena política que literaria, podemos mencionar algunos poetas representativos del mismo: Ulises Estrella, su fundador e ideólogo, Raúl Arias, el único sobreviviente del tzantzismo, Humberto Vinueza…
En estos autores y textos es evidente la impronta antipoética en auge, presente en la obra de ciertos autores latinoamericanos, especialmente de Nicanor Parra, pero también de Enrique Lihn y Nicolás Guillén.
A finales de la década se suceden nuevos decisivos movimientos político-sociales a nivel mundial: Primer trasplante de corazón en la historia, La Primavera de Praga; manifestaciones estudiantiles en París, México, Brasil, China y otras latitudes. En otro ámbito, la aparición de las primeras computadoras, la llegada a la luna…
En los 70 y 80 somos testigos del escándalo de Watergate, el desastre nuclear de Chernóbil, la Caída del Muro de Berlín. Estos y otros acontecimientos tuvieron, obviamente, gran incidencia en las relaciones geopolíticas de las naciones.
En términos literarios, adquiere plena vigencia la literatura postmoderna (o postboom), con Alfredo Bryce Echenique, Manuel Puig, Severo Sarduy, Isabel Allende, Reinaldo Arenas, Antonio Skármeta…
La sociedad ecuatoriana también se va adentrando en la postmodernidad. Los poetas no escapan a sus designios. Si bien los nombres más representativos continúan siendo Adoum y Jara Idrovo, a ellos se suman nuevos poetas, con importantes aportes. Asistimos entonces a la convivencia y aun combinaciones de estilos y poéticas diferentes. La escritura marcha acorde con las novedades del momento, asimilándolas y matizándolas con reflexiones personales en contra —generalmente— de las ideologías dominantes. Muchos autores se imponen el desafío de adentrarse en las zonas más íntimas del ser humano y su condición de ente social.
Nombres señeros de estos años son: Iván Carvajal, Marta Lizarzaburu, Javier Ponce, Fernando Nieto, Julio Pazos, Sonia Manzano, Ramiro Oviedo, Violeta Luna, Iván Oñate, Bruno Sáenz, Jorge Dávila, Alexis Naranjo, Simón Zavala…
Temas preferidos del grupo serán el cuestionamiento de la vida y del lenguaje, la cotidianidad, la sensualidad, la cuestión religiosa, básicamente.
Y en la última década del siglo pasado se producen nuevos hechos trascendentales a nivel geopolítico, como son, la reunificación de Alemania, la guerra en el Golfo Pérsico, el final del “telón de acero” y la desintegración de la Unión Soviética. Por otro lado, no podemos dejar de mencionar la aparición de internet, y la clonación de la oveja Dolly, entre otros sucesos.
Todos estos acontecimientos impactarán profundamente en la sociedad, que avizora con optimismo la esperada reunificación tras la caída del muro en Alemania (noviembre de 1989). Optimismo que, sin embargo, poco después dará paso a la revisión de los procesos anteriores y a la negación de las utopías.
En el ámbito literario asistimos a la concesión del Premio Nobel de Literatura a escritores como Octavio Paz y José Saramago. Es el momento de la difusión masiva de las obras tanto de estos como de otros autores (muchos de ellos, extranjeros, traducidos al castellano), gracias a la importantísima ayuda de la naciente internet.
En cuanto a la lírica nacional es importante señalar, entre otras, la influencia “culturalista” de la poesía española, la liberación de tabúes en la producción poética erótica (en manos femeninas, especialmente); una nueva revisión de la historia y de los mitos clásicos, tanto como la inclusión permanente de hablas populares, junto al lenguaje culto y formal; y, así mismo, la persistencia del humor, generalmente con tonos irónicos y aun sarcásticos.
Por otra parte, ya han empezado a dar fruto los talleres literarios impulsados por Miguel Donoso Pareja, sobre todo en Quito y Guayaquil, lo que se manifiesta en la aparición de textos escritos con una fuerte conciencia autocrítica.
Algunos nombres relevantes de la época: Fernando Balseca, Mario Campaña, Vicente Robalino, Edwin Madrid, Paco Benavides, María Aveiga, Jorge Martillo, Raúl Vallejo… Hemos anotado que en estos años ocupa lugar importante la temática de la sensualidad y la sexualidad, que seduce a muchas mujeres poetas, especialmente a Maritza Cino, Carmen Váscones, Margarita Laso, Catalina Sojos, María Fernanda Espinosa y Aleyda Quevedo.
Siguiendo con esta temática del cuerpo, en la parte masculina tenemos la presencia de al menos tres poetas que construyen su obra sobre la base de Eros: Roy Sigüenza, Cristóbal Zapata y Franklin Ordóñez.
Finalizando el siglo
Ya terminando el siglo XX podemos afirmar que, a grandes rasgos, en la poesía latinoamericana —y en la ecuatoriana, por supuesto—, persisten dos grandes tendencias respecto del uso del lenguaje. Por un lado, el coloquialismo (cuyas raíces encontramos en Nicanor Parra, Ernesto Cardenal, los Tzánzicos …); y por otro, el Neobarroco (con Lezama Lima, Tamara Kamenszain, David Huerta, Ernesto Carrión…).
Las temáticas son varias e incluyentes, persistiendo la crítica social, junto a un cierto neorromanticismo; y, por supuesto, un neohedonismo (consecuencia directa del “presentismo” de hoy, en contraposición al culto al pasado o al futuro, característico de otros tiempos).
Un hecho interesante es que, desde la década de los 90 aproximadamente, empiezan a proliferar los libros plurales (antologías, muestras, selecciones), tendencia que se mantiene, y quizá con más fuerza en la actualidad; si bien se continúa imprimiendo, desde luego, obras individuales.
El arranque de la nueva centuria estará marcado, definitivamente, por el gran desarrollo tecnológico y una suerte de “tecnofilia” que incide en todas las actividades humanas, tanto personales como sociales. Sus repercusiones en la vida literaria son evidentes. Las redes sociales, las publicaciones electrónicas, la internet en general se han constituido, indudablemente, en herramientas de gran utilidad para la literatura (y la ecuatoriana no es la excepción), lo que mínimamente podría compensar, en nuestro caso, la deficiente, casi nula promoción y difusión de escritores y obras por parte de las instituciones llamadas a esa labor.
No podemos cerrar nuestra intervención sin antes citar a un admirable y admirado poeta catalán, miembro de la Real Academia Española de la Lengua, Pere Gimferrer, para quien “Solo será poesía de verdad lo que brote de algo más profundo que nuestra mera voluntad de escribir poesía, lo que, en cuanto poesía, desde más allá del designio deliberado nos imponga la necesidad de existir en el lenguaje”7.
Nota: Muchos de los temas aquí mencionados están más ampliamente tratados en el libro Poesía ecuatoriana (Antología esencial).
BIBLIOGRAFÍA
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____________, Antología de la Poesía Ecuatoriana. Línea Imaginaria. Santiago de Chile, LOM ediciones, 2015.
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Rodríguez Castelo, Hernán. Antología Esencial, Ecuador Siglo XX. La Poesía. Quito, Eskeletra, 2004.
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1 Paz, Octavio. El arco y la lira. 2ª. ed., México, Fondo de Cultura Económica, 1967, p. 92.
2 Rodríguez Castelo, Hernán. Antología esencial. Ecuador siglo XX. La poesía. Quito, Eskeletra Editorial, 2004, p. 11.
3 Handelsman, Michael. “El modernismo en el Ecuador y América”. Historia de las literaturas del Ecuador. Vol. 4. p 56.
4 Citado por Isabel Ramírez Estrada en Aurora Estrada y Ayala. Estudio biográfico literario y antología. Tomo I, Guayaquil, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1976, p. 40.
5 Citado por Rodrigo Pesántez Rodas, en Visión y revisión de la literatura ecuatoriana. Tomo 2. México. Frente de Afirmación Hispanista, 2006, p. 289.
6 Rodríguez Castelo, Hernán. Tres cumbres del postmodernismo: Gangotena, Escudero, Carrera Andrade. Tomo I, Guayaquil, Publicaciones Educativas Ariel, s. a., p. 5.
7 Citado por Sara Vanégas Coveña en Lírica española contemporánea. Poetas de los 70. Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Azuay, Universidad del Azuay, Cuenca, 2001, p. 34.