pie-749-blanco

«Dos novelas de Alfredo Astorga», por don Diego Araujo Sánchez

La obra trae dos novelas cortas: La primera se inicia con un hecho sangriento: en la tienda de Don Elio —el minimarket El Porvenir— entra un individuo que insulta a la cuñada del propietario del negocio...

Artículos recientes

Texto con el que el académico Diego Araujo Sánchez intervino en la presentación de la obra Solo es morir de Alfredo Astorga en Librería Rayuela el pasado 22 de julio.

Al leer las palabras afectuosas que había escrito Alfredo Astorga en el ejemplar que llegó a mis manos, se me vinieron a la memoria sus exámenes y trabajos colegiales cuando, décadas atrás, lo conocí en las aulas del San Gabriel: en los trazos de unas letras firmes y claras, recordé al alumno brillante, al joven que exponía con un desarrollo riguroso, diáfano y ordenado su pensamiento y que, en el grupo de sus compañeros, se distinguía por su gran talento y sensibilidad. Años más tarde, supe de su vocación por la investigación educativa y sus aportes novedosos en este ámbito tanto en el Ecuador como en otros países. En alguna de sus intervenciones como educador, le he escuchado afirmar que el aprendizaje no se circunscribe al aula, a la escuela, al sistema; que el aprendizaje es una inclinación natural de los seres humanos a la cual, por desgracia, se reprime al limitarla de forma exclusiva al aula. Entre los ingredientes de esa predisposición al aprendizaje, señala la curiosidad, la creatividad y el esfuerzo. Más allá de la escuela, son otros factores clave del aprendizaje la familia, los amigos, el barrio, los amores y desamores, el deporte, el juego, la ciudad, entre otros.

He recordado algunas características del estudiante y ese pensamiento del especialista no formal en educación porque me parece que anticipan también algunas cualidades de Solo es morir[1], su primera incursión como escritor en el género narrativo.

La obra trae dos novelas cortas: “El cadáver de todos” y la que da título al libro “Solo es morir”. La primera se inicia con un hecho sangriento: en la tienda de Don Elio -—el minimarket El Porvenir-— entra un individuo que insulta a la cuñada del propietario del negocio, arremete furioso contra ella y le corta el cuello. En el local se hallan, además, Ana Lorena, la mujer de Don Elio, la cual ante el hecho de violencia criminal queda junto a la caja sin habla y petrificada, y un adolescente asustado, que había llegado al local a realizar alguna compra.

El narrador se coloca a distancia temporal del hecho inicial: han transcurrido cuatro años desde cuando aconteció ese crimen horrendo que marcó un antes y después en la vida del barrio, dio lugar a múltiples comentarios y se convirtió en una suerte de leyenda urbana.

Uno de los hilos principales de la trama es esclarecer el móvil y descubrir al autor o autores del crimen.

No voy a referir los detalles que son parte del interés de la lectura. Solo destacaré la estrategia que utiliza el narrador para mantener ese interés: es la técnica del dato oculto. En algunos casos, el desarrollo del relato consiste en la progresiva revelación de aquel dato. Esta modalidad es frecuente en la narrativa policial, pero no solo en ella. Pienso en el teatro; por ejemplo, en el Edipo Rey de Sófocles, obra en la cual el poderoso Edipo, que se propone descubrir al asesino de Layo, terminará aniquilado y destruyendo con las propias manos sus ojos al constatar que es él mismo el criminal causante de la peste que azota a Tebas. En este progresivo descubrimiento se sustenta el desarrollo de la tragedia.

Sin embargo, en otros casos, esa información central no termina por revelarse del todo. Pienso, como ejemplo, en un conocido cuento de Hemingway, “The killers,” “Los asesinos”, en el que nunca sabemos a ciencia cierta por qué dos individuos persiguen y quieren dar muerte a un boxeador sueco retirado, a quien esperan en el restaurante del pueblo al que suele acudir habitualmente hacia las seis de la tarde, pero que en esa ocasión no acude. Aunque la víctima revela que esa muerte resulta inevitable, no se narra el asesinato; el texto solo sugiere de forma tangencial que se ejecutará como castigo por una traición. El cuento termina con el dato oculto en la penumbra.

“El cadáver de todos” cobra la densidad propia de una novela con el trazo de la historia del barrio en donde se produce el asesinato y con el relato de la historia de Elio, el dueño de la tienda, que parecía haber nacido en el barrio: desde los inicios, cuando se hizo conocer de muy chico como ayudante de otra tienda, la más grande y próspera del vecindario, la de la prepotente y avara señora Bertha, hasta cuando emprende en su propio negocio y, gracias a un trabajo sin descanso, se convierte en Don Elio, un personaje próspero .

El lector se entera de las distintas teorías elaboradas por algunos de los habitantes del vecindario acerca del porqué del crimen que, finalmente, se mantiene en una zona de ambigüedad, mucho mayor cuando al cierre del relato los vecinos del barrio ven la camioneta vieja verde agua, que había sido vista el día del crimen en el minimarket El Provenir, pero ahora la ven delante de la tienda de la señora Bertha, en donde Elio hizo su esforzado y competitivo aprendizaje para la prosperidad.

El trazo del barrio muestra la evolución no solo de este, sino de toda la ciudad desde las vecindades recoletas en las cuales se conocen todos sus moradores hacia los lugares de desconfianza, hostilidad e incertidumbres. Es una pintura con trazos gruesos de la transformación de la ciudad por obra de la modernización del Estado que trajo al país el advenimiento de la producción petrolera.

El narrador escribe: “El vecindario era un primor. Ubicado en una de las lomas laterales de Quito, mostraba algunas ventajas. Cierto aislamiento que invitaba a la cohesión. Los rituales colectivos se mantenían, en particular los cariñosos saludos, no importaba cuántas veces en el día. Así lo reconocían los visitantes”[2].

“Es un barrio acogedor, tiene un no sé qué…”

“Tiene algo de pueblo y algo de ciudad…ojalá se mantenga igual[3]son voces anónimas que se leen a continuación del fragmento anterior. Las voces van entrecomilladas y en letra cursiva o itálica. Este es un procedimiento propio del autor utilizado en las dos novelas: una forma peculiar de presentar de manera directa las voces de los personajes, la materia oral del relato.

En el barrio se practicaba la solidaridad y las fiestas y actos religiosos estrechaban las amistosas relaciones entre los vecinos. Sin embargo, todo empieza a cambiar: se levantan edificios, se multiplican los automóviles, surgen nuevas carreras profesionales, el barrio se llena de estudiantes y familias jóvenes. “Y con ellos -—refiere el narrador-— las necesidades de alojamiento, alimentación, servicios de apoyo y diversión se dispararon, alterando lo rituales del vecindario. A muchas casitas les crecieron habitaciones, suites, garajes adaptados. También se multiplicaron comedores, lavadoras de ropa, cabinas, licorerías, tiendas, farmacias, salas de belleza, mecánicas, cajeros, puestos policiales. Al poco tiempo, llegaron también los sitios alternativos, espacios para yoga, talleres de arte, alimentos orgánicos, comedores veganos…[4] El relato consigue una buena caracterización del personaje central, Don Elio; pero la fuerza mayor de la pintura de los personajes se desplaza hacia el barrio, hacia lo colectivo, a los habitantes del vecindario, que asumen un papel protagónico.

En la segunda novela, “Solo es morir”, esa fuerza se centra en Carlos Andrés Salgado Riofrío, el protagonista individual, aunque también el autor consigue una acertada caracterización de los integrantes de la familia, de su padre, madre y hermanos.

El tema de esta novela podría estar motivado en las palabras de Albert Camus que, en las primeras líneas de El mito de Sísifo, escribe: “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no vale la pena que se la viva es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”[5]. Pero el trabajo creativo de Alfredo Astorga no elige los caminos del ensayo, sino los del relato, en los que se suman una historia narrada, un punto de vista desde el cual se la narra, el desarrollo de un acontecimiento, personajes, ambientes o un espacio y tiempo que se configuran a lo largo de la obra.

En “Solo es morir”, Carlos Andrés es un hombre obsesionado desde siempre por el suicidio. Después de cavilar innúmeras veces sobre la forma de cumplir con su anhelo de autodestrucción, un jueves de octubre, cuando ha cumplido cuarenta y cinco años, entra al edificio del Seguro Social para ver a su hermano que trabaja allí, no pude reunirse con él, que se halla en una sesión burocrática y, en lugar de dejar el edificio, asciende hasta el último piso, va a la terraza, se dirige hacia el filo que da a una de las calles laterales y se lanza al vacío.

El discurso narrativo se desarrolla de una manera muy hábil, en sucesivos apartados dispuestos sin seguir un orden cronológico, pero que mantienen el interés del lector y penetran de una forma totalizadora en el conflictivo mundo interior del protagonista: conocemos, primero, su fascinación desde la infancia por los trenes eléctricos y cómo las instalaciones de estos van ganando espacio y tiempo en la experiencia vital del joven; la habitación entera que destina a sus trenes y aditamentos cuando se casa; sus pocos viajes en trenes reales como el realizado de Quito-Riobamba-Guayaquil con el paso por la Nariz del Diablo, los deslumbramientos con los trenes de Antoquia, en Colombia, y el viaje hacia Machu Picchu, en el Perú, los únicos trayectos reales que realizó mientras vivía; su relación con algún veterano coleccionista de trenes y la soledad en la que vive entre el juego de luces y sombras con los movimientos de los trenes y un gran espejo en la habitación dedicada a ellos, espejo que constituye su principal interlocutor; luego, el narrador ya no es el intermediario y nos deja a los lectores con la voz del protagonista, una primera persona que relata lo que acontece inmediatamente después de que se lanza al vacío: desde la reacción y comentarios de las gentes que ven en la calle su cuerpo destrozado, el traslado a la morgue, la autopsia, el velatorio, la cremación, los restos que van a parar en una urna a la casa del mayor de sus hermanos hasta que, finalmente, esas cenizas son esparcidas al viento sin ninguna ceremonia. He aquí, entonces, sus palabras: “Para mí constituyó el verdadero fin. Hasta allí llegué como persona, como unidad, como una unidad particular, indivisible, como dicen los filósofos. De aquí en adelante empiezo a pulverizarme, se desdibuja mi perfil y sus límites. El resto llegará con el olvido. Siento un cosquilleo agradable y comienzo a atomizarme, a despedazarme, a descomponerme. Pasarán la página como en todos los finales. Me encamino a no ser nada. Los miles de partículas y vibraciones que quedan de mí, después de flotar, se integran tal vez armoniosamente o tal vez caóticamente en una nueva realidad…”[6].

El narrador retoma su papel como intermediario y nos relata las relaciones de protagonista con el padre, de quien refiere su historia y pinta su talante; el lugar de Carlos Andrés como hijo distante de los dos hermanos mayores y alejado de la hermana menor, su enamoramiento y matrimonio, el fracaso y las traiciones que sufre, sus acomodos en una función burocrática hasta llevarnos otra vez al jueves de octubre en el que se suicida. Cada uno de los segmentos del relato se halla precedido por un subtítulo que sugiere su línea temática central.

El autor muestra una apreciable capacidad para contar historias; lo hace de una forma diáfana, clara, y dispone hábilmente sus relatos para que el lector los siga siempre con interés. En las dos novelas elige, como he mencionado antes, un doble punto de vista: el de un narrador omnisciente que cuenta en tercera persona y es el intermediario entre el mundo narrado y el lector, y el de las voces de los propios personajes frente a las cuales el narrador deja a los lectores sin su intermediación. Las voces se presentan entrecomilladas y en letras cursivas o itálicas. Este recurso, me parece, es una forma de condensar el relato que resulta adecuada para la novela corta, más cerca de la intensidad y brevedad del cuento que de la morosidad y expansión de la novela larga. Regreso el inicio de mi intervención. El educador ha expuesto como rasgos de la inclinación natural al aprendizaje la curiosidad, la creatividad y el esfuerzo. Este libro de Alfredo Astorga muestra de un modo ejemplar el dominio de esas cualidades. Curiosidad o capacidad de asombro para indagar en el sentido de la existencia, las complejidades de la condición humana, sus pasiones, amores y desamores, sus fracasos y el límite de la muerte; creatividad para contar historias, dar vida a personajes, penetrar en sus emociones y trazar los ambientes en donde viven, aman, luchan y mueren; y un valioso esfuerzo creativo, que augura que el autor emprenderá en el futuro en otras experiencias narrativas. Felicitaciones a Alfredo Astorga por sus dos novelas.


[1] Alfredo Astorga, Solo es morir, Quito, Novel Editores, Rayuela Editores, 2023.

[2] Alfredo Astorga, Solo es morir, “El cadáver de todos”, Quito, Novel Editores, Rayuela Editores, p. 22.

[3] Ibid.

[4] Alfredo Astorga, Solo es morir, “El cadáver de todos”, p. 29.

[5] Albert Camus, El mito de Sísifo, El hombre rebelde, Buenos Aires, Losada, Sexta edición, 1953., p. 13.

[6] Alfredo Astorga, “Solo es morir”, p.84.

0 0 votes
Article Rating
0
Would love your thoughts, please comment.x