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«El Ejido y el arte», por don Marco Antonio Rodríguez

Quito vivía los remanentes de los memorables sesenta e iniciaba el decenio de los setenta del siglo XX: tiempo del auge petrolero, continuaba el jaleo de los militares en el poder...

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Foto tomada de Wikipedia

“Un palpable aire de amenaza corre por El Ejido. Una sensación de algo inminente cruza los rostros de quienes lo atraviesan”.

Quito vivía los remanentes de los memorables sesenta e iniciaba el decenio de los setenta del siglo XX: tiempo del auge petrolero, continuaba el jaleo de los militares en el poder y, en lo cultural, Tzántzicos y Caminos (vanguardia y tradicionalismo) resolvían sus proposiciones en sendas controversias en el Café 77. En este escenario apareció el Arte en la Calle. Escasos y medrosos, intrépidos después, en estampida luego, pintores y escultores poblaron el tradicional parque de El Ejido. Una eclosión de artistas de la calle que conmocionó la ciudad. Gente de toda edad acudía sábados y domingos para recrear su espíritu mirando, admirando, comprando. Los artistas de El Ejido calaron hondo en propios y extraños (me refiero a la presencia de turistas) que iban donde ellos y se solazaban contemplando sus trabajos.

Kant asentó su pensamiento respecto de lo bello en dos pilares: la belleza per se y el placer. Le siguió Hegel en ese hilo erizado de enigmas. En sus lecciones sobre filosofía del arte, filtra aquello de que lo bello podía ser extrapolado del objeto artístico, la belleza solo tiene una presencia histórica. Como quiera que fuese, será el tiempo el que dará su veredicto sobre ese manto colorido, hermoso y sencillo, con que cubrieron El Ejido, sábados, domingos y días de guardar, nuestros artistas populares.

A ellos se unieron teatristas y poetas. El arte trasuntaba identidad, verdad, honestidad. Lecciones de dignidad nos dejaron, entre otros, Carlos Michelena, que siempre rehusó suculentas ofertas de políticos; Jaime Guevara, el Juglar íntegro que desdeñó todo poder; Héctor Cisneros, el Poeta de la Lleca; Bruno Pino… Los valores del arte son los de la vida. El flagelo de la pandemia devastó el arte.

Un palpable aire de amenaza corre por El Ejido. Una sensación de algo inminente cruza los rostros de quienes lo atraviesan. Agobio. Toda época tiene enfermedades emblemáticas, señala Byung-Chul Han. La nuestra es la del miedo.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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