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«El microcuento como fase de expresión artística dentro de la literatura ecuatoriana», por Luis A. Aguilar Monsalve

Ponencia presentada en el XVI Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española que se realizó de 4 al 8 de noviembre en Sevilla.

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Hay una innumerable manera de llamar a un minirrelato: cuento breve, brevísimo, hiperbreve, microcuento, microrrelato, minicuento o de cualquier otra forma que atestigüe nimiedad. Pero al definir este género, lo mejor que hemos encontrado lo debemos a la escritora estadounidense Lydia Davis. Ella afirma que “… incluso si la cosa es solo una línea o dos, siempre hay allí un pequeño fragmento de narrativa, o el lector puede voltearse e imaginar una más grande” (La traducción es mía). Otra definición pertinente y que compartimos en toda su magnitud semántica, el minirelato es un “texto breve en prosa, de naturaleza narrativa y ficcional, que usando un lenguaje preciso y conciso […] sirve para contar una historia sorprendente a un lector activo»”. (Tomado de Gilles s/n).

Por otra parte, uno de los atributos de esta minificción es expresar que “[a]unque la brevedad no sea, ni con mucho, el único rasgo que es necesario observar en estas brillantes construcciones verbales, resulta lógico que para el lector común, e inclusive en cierta medida para el escritor, resalte de manera especial” (Lagmanovich, s/n)

Fue, en efecto, la característica que llamó la atención de lectores y críticos de esta forma literaria: la que produjo desconcierto y, a partir de allí, admiración. Muchos de los escritores se sintieron atraídos por este modo de contar historias usando un mínimo de palabras y dejando al lector una interpretación compartida, dinámica y original a la vez. Rebuscando los cánones históricos debemos aclarar que no es cuestión reciente el empleo y la ubicación del relatomínimo. Desde la Edad Media ya se encuentran en varias culturas alegorías, composiciones sacras, ironías y sátiras que servían de instrumento de comunicación para un determinado fin.

Sin embargo, hay que tener presente en este tipo de narrativa la elipse que juega un papel fundamental. La supresión de palabras tiene que darse y las que quedan son motores de poder que mantienen y definen con exactitud todo un cosmos de actividades y valores que especifican y dan vida al sentido último de este hiperrelato.

Por otro lado, cuando este ajuste se ha concretado y el cuento breve está reducido a su mínima expresión, es el lector atento, cómplice y participante el que se adueña del momento y va rellenando las omisiones, los silencios y los vacíos que faltaban para una nueva perspectiva –autor-lector- que se ha generado como una duplicidad criptica, inherente y sutil, de una manera de hacer, tratar y ver una pieza literaria. Si su estructura es exigua en su apariencia, una metamorfosis toma lugar y el fin último del cuentista, circulo jónico en su esencia, ha llegado a su fin.

Hay que tener presente, sin embargo, que el minicuento no es, de ninguna manera, una síntesis de un relato de mayor contenido en su forma y substancia, ya que, la condensación no debe ahogar el rasgo de la narratividad. Pero tampoco podemos desconocer su inmediata unión al compartir características con el tradicional y, aún con ciertos elementos poéticos. Esto establecido, trasciende lo difícil que es, muchas veces, distinguirlos en un todo completamente independiente y libre.

Asimismo, vale la pena hacer hincapié y traer de regreso la vieja teoría sustentada por Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) en la que señalaba cómo está estructurada la narrativa: novela, novela corta y cuento. A este enunciado, forzosamente, tenemos que añadir un puntal más para sostener a este mundo aclaratorio, expresivo y revelador completo: la existencia del microrrelato que, hoy en día, tiene presencia y prestigio mundiales.

Para justificar el porqué se añade esta miniliteratura, apuntalemos la gran contribución y diferencia que hace y sustenta el microrrelato: este, busca la afirmación sustancial de un clímax, llevándolo a ello como entidad textual autónoma y emancipada. No se afinca a esto tampoco, como podría pensarse, el resultado de una mezcla de géneros literarios, sino es la implosión desarrollada y lógica que alberga entereza, estado propio e integridad. Cada segundo tiene su precio y cada minuto su ganancia. Trascribiendo esto al lenguaje nos damos cuenta y, justificamos a la vez, la demanda de minimizar, pero nunca de comprometer la excelencia con la mediocridad. Su orden estructural apunta al perfeccionamiento brevísimo que unifica avenencia, forma y sustancia en un tono unísono y totalizador.

David Lagmanovich nos señala que “La brevedad, el trabajo delicado de la prosa, las construcciones anafóricas que le dan un tinte poemático, y, sobre todo, la reescritura o revitalización de un texto clásico, nos dicen que estamos ante un auténtico microrrelato […]”. Otra visión definidora del minicuento indica que “El texto es un universo en sí mismo y todo se resuelve dentro de este espacio y tiempo” (Rodríguez Pappe s/p).

Podemos aseverar también, basándonos en nuestra investigación que este cuento conciso, hiperbreve y sucinto, volvemos a repetirlo, en muchos casos era usado ya en tiempos inmemoriales, por la admiración y el deseo de desafío, rapidez, simplicidad o suspense que se ha querido mantener a través de la historia. Esto no quiere decir tampoco que se desmerezca o se ponga de lado y, aún se maltrate, el uso de relatos tradicionales. Además, recordemos que el cuento como tal, fue mal visto en épocas en las cuales los relatores eran considerados ciudadanos, artesanos de la literatura de menor prestigio, a pesar, se dice, de ser el género literario más antiguo de la humanidad. Esto definitivamente cambiará en el ocaso del siglo XIX, con la presencia y el tratamiento que dio Guy de Maupassant al cuento, con él, el relato se cambió de vestimenta y, por ende, de destino.

Regresemos por un instante a través del tiempo y del poder de la imaginación histórica a unos cuantos siglos de ayeres creadores y visiones enredadas en el laberinto de la existencia. El uso verbal breve, espontaneo y primitivo es tan arcaico como nuestra humanidad y, la usanza ficcional, va de la mano. En nuestra indagación hemos encontrado ya por escrito en chino, egipcio e hindú. Más cerca de nosotros está

Calida y Dima (1265), que llega al castellano desde el persa a través del árabe, hay estupendos relatos de poca extensión, y a lo largo de los siglos posteriores, sin hablar de la fábula ni del aforismo, se multiplican las colecciones de relatos muy cortos de autores como Juan Timoneda, Luis Zapata de Chaves, Esteban de Garibay, Juan de Arguijo o Bernardino Fernández de Velasco, además de algunos libros misceláneos proscritos inquisitorialmente, como el Jardín de flores curiosas, de Antonio de Torquemada. Sin duda, tales colecciones buscaban esa «sobremesa y alivio de caminantes» que proclama Timoneda en uno de sus libros, y se adscribían al entretenimiento instantáneo, fácilmente comunicable, fomentado por medio de anécdotas chistosas, fabulosas o pintorescas”.

(Gutillas…)

Como una inquietud que puede sostenerse en medio de la estructura tradicional del relato que, ya en sí es corto comparándole con su hermana mayor la novela –no necesariamente en antigüedad, sino en longitud- El hiperbreve de ninguna manera, su intensión, es competir con el relato tradicional, por el contrario, su existencia va a ir a la par y sin interferencias con el cuento. Su única posición es dar al autor una avenida de comunicación, más breve por cierto y, este, ofrece al lector una nueva vía de comunicación, cooperación e intercambio.

Para nuestro interés en Hispanoamérica, parece que dentro de su curiosidad creativa y renovadora, Rubén Darío, entre los periodos literarios del romanticismo y modernismo, pasando por el realismo de la segunda mitad del siglo décimo nónico, el escritor nicaragüense, con su Azul, (1888) “el libro precursor del género, quizá como una evolución lógica de los Petits poemes en prose – también conocido como Le Spleen de París – (1862)” (Gutillas ), perteneciente a Charles Baudelaire buscador de una estética nueva, maestro de la escuela parnasiana y simbolista.

Sin embargo, recurrimos nuevamente a Lagmanovich quien nos alerta que el Prometeo (1931) escrito por Franz Kafka basado en un mito tradicional va aún más allá y llega a la concepción de que con esta obra el hombre está visto como una alegoría de una sociedad en vías de la desesperación y de fracaso. Al mismo tiempo que, presenta una realidad absurda a lo que se suma la deshumanización y la cosificación del individuo. En su afán de conectar el mundo kafkiano con el hispano parlante, ve en la figura de Jorge Luis Borges un inicio substancial de los microrrelatos contemporáneos y agrega que “no puede entenderse a Borges sin Kafka”.

Iniciándose la segunda mitad del siglo XX en nuestro continente, el escritor y profesor chileno Juan Fernando Epple indica que “el primer microrrelato nace con autonomía propia con la aparición de los primeros libros predominantemente minificciones: Varia invención (1949) y Confabulario (1952) de Juan José Arreola, Cuentos fríos (1956) de Virgilio Piñera o Falsificaciones (1966) de Marco Denevi”.

Asimismo, uno de los primeros en emplear un título para este uso mínimo en longitud es el de microrrelato usado por el mejicano José Emilio Pacheco al referirse a su trabajo creativo Inventarios (1973 y 1975). También podemos añadir a esto a una pléyade de literatos valiosos “Inserto en la corriente del microrrelato o microficcion, inaugurada en Hispanoamérica por el mexicano Julio Torri y que llega hasta el guatemalteco Augusto Monterroso, pasando por los argentinos Marco Denevi y David Lagmanovich, entre otros con brevedad certera y eficacia del lenguaje…” (Serrano, contratapa de If Winter Comes).

Posiblemente, el más famoso y del que más se ha hablado sea el brevísimo “El dinosaurio” (1959) de Augusto Monterroso, guatemalteco de origen hondureño. Es, en realidad, una especie de manifesto sencillo y simple de siete palabras que abarcan todo un concepto negativo y totalizador: Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. Analizar esto, es otra cosa. Encontraremos en él un fondo ambiguo y pesimista. ¿Quién despertó? No se sabe. Creemos que se refiere a la humanidad concupiscente y llena de maleficencia. ¿Para qué decirlo más?

Hay otros: “El destino” (¿1917?) Una jaula salió en busca de un pájaro de Franz Kafka, checo, “El emigrante” (2005) – ¿Olvida usted algo? – Ojalá. de Luis Felipe Lomelí, mexicano. Quizás uno más, “Luis XIV” (2006) de Juan Pedro Aparicio, español. Nótese, asimismo, la cortedad y la sencillez en ellos. El creador de estos minirrelatos dilapida la abundancia y obliga u ofrece un mutuo trabajo interpretativo al lector, dueño absoluto del momento al leer y meditar en estos aforismos de fuerza microcuentista. Con estos “fragmentos de narrativa, […] el lector puede voltearse e imaginar una más grande”. Usando este apotegma, decimos con el primero que este sentido absurdo e inverso, se lo acepta por lo artístico y original de la frase. El segundo, el título da una pauta esperanzadora al emigrado que abandona un país en busca de mejor vida: ayer la mía era un caos y, para mañana, “ojalá” olvide todo lo malo. El tercero, corre entre líneas el axioma: el Estado soy yo. Absolutismo sobredicho en su máxima expresión de arrogancia y descalabro; antítesis, a la vez, de un principio democrático.

Hay varios escritores en Ecuador que se han dedicado a los microcuentos entre su versátil trabajo literario en diferentes épocas, por una razón u otra, entre ellos: Manuel Antonio Chávez, Jorge Dávila Vázquez, Francisco Delgado Santos, Gilda Holtz, Luis Salvador Jaramillo, Lucrecia Maldonado, Francisco Proaño Arandi, Marcela Ribadeneira, Vladimiro Rivas Iturralde, Augusto Rodríguez, Marco Antonio Rodríguez, Huido Ruales, Juan Valdano, Raúl Vallejo y la lista sigue.

Sin embargo, el primero en usar la narrativa hiperbreve es Oswaldo Encalada Vásquez en los inicios de la década de los setenta del siglo anterior. En 1976 origina la microficcion, pero por 1972 y 1973 ya se entretiene con juegos narrativos mínimos que madurarán y luego se convertirá en parte de su creación literaria. Solange Rodríguez Pappe afirma que “Oswaldo Encalada, quien inaugura, con Los juegos tardíos y La muerte por agua, los primeros tomos exclusivamente de microrrelatos en Ecuador”. Aquí unos ejemplos: “Espacio” El hombre, cuya vida demoraba en el último piso, siempre había procurado ocupar el menor espacio posible. Se había acostumbrado a vivir encogido. Por eso, cuando lo hallaron, ya no podía tenerse en pie. Era un montoncito como una rana grande que ya no podía despegar ni los ojos del suelo. Marcelo Báez Meza: “La mujer de Lot”. Cuando se volteó, no fue ella quien se convirtió en sal, sino la ciudad que iba dejando atrás. Marcela Ribadeneira: “La infiel” Tiene demasiados cepillos de dientes, en demasiados lugares. Por mi parte he incursionado en este género con dos libros: Mínimo Mirador (2010) y If Winter Comes (2019): “Contrastes y paradojas” El fuego apagó el agua.


OBRAS CITADAS

Aguilar Monsalve, Luis A. If Winter Comes. Madrid: Editorial Verbum, 2019.

_____________________. Mínimo Mirador. Madrid: Editorial Verbum, 2010.

Cutillas, Ginés S. El microrrelato: una introducción al género. Quimera: Revista de literatura Número 386 Número 386, 2016.

José Enrique Martínez. El juego de los cuánticos. Los microrrelatos de Juan Pedro Aparicio. Otro Lunes 24, 2012.

Merino, José María. El microrrelato. Teoría e historia. RdL Revista de libros. Segunda Época. La mirada del narrador. # 127, 2007.

Rodríguez Pappe, Solange. Guayaquil: Microrrelato: género apocalíptico en la literatura ecuatoriana. Ediciones impresas Manual de estilo Rss Búsqueda Cartón Piedra Ecuatorianistas (19 de diciembre de 2016 – 00:00).

Serrano, Pío. If Winter Comes. Microcuentos.Luis A. Aguilar Monsalve. Madrid: Editorial Verbum, 2019: (contratapa).

Luis Aguilar Monsalve presenta su Antología de escritores ecuatorianos del microcuento en el XVI congreso de la ASALE
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