«El modernismo y su difusión musical», por Julio Pazos Barrera

Julio Pazos Barrera

                                                                        Miembro de Número de la Academia

Ecuatoriana de la Lengua

Quito, 23 de noviembre de 2017

          Corto preámbulo

          Carlos Bousoño, en su Teoría de la expresión poética (Carlos Bousoño,  1979) expone que, sustancialmente, el romanticismo literario comienza en las primeras décadas del siglo XIX y concluye en los años de la Segunda Guerra Mundial. En este largo período surgen el simbolismo, el parnasianismo, el becquerianismo, el modernismo, las vanguardias y el posmodernismo. Bousoño argumenta que estas tendencias de la poesía lírica difieren en cuanto a las formas métricas, pero que tienen algunos contenidos semánticos comunes.

          El crítico español estudia la evolución de la individualidad que parte del “impudor romántico”, es decir, de la franca manifestación del “yo”. Como en el caso de Dolores Veintimilla que en su poema Sufrimiento dice: ¡Madre! ¡Madre! No sepas la amargura / que aqueja el corazón de tu Dolores, […] En mi nombre mi sino me pusiste! / Es tu Dolores ¡ay! tan desdichada!!!”, hasta llegar al ocultamiento del “yo”, mediante el uso del impersonal o de la primera persona del singular. En poemas vanguardistas y posmodernistas ya no aparece la primera persona del singular.

          De la preeminencia del “yo” se desprende la idea del poeta que lo define como un ser solitario y distinto. El poeta es un ser especial y alejado del vulgo, de tal manera aparece en El albatros, poema de Charles Baudelaire. El alejamiento condujo, a la postre, al desdén por el lector común, circunstancia que se evidencia con gran énfasis en la vanguardia.

          Por cierto, los poemas del modernismo rubendariano complican el distanciamiento mencionado. El lenguaje refinado y las alusiones cultistas del modernismo parecían oponerse al lenguaje del romanticismo inicial, más próximo a la lengua de uso colectivo. El patetismo romántico, menos ampuloso en los textos de corte becqueriano, puede observarse en los versos de Brumas, del poeta quiteño Antonio Clímaco Toledo. Dicen los versos: “Cuanto es de breve el plazo de la vida, /inmensa es la distancia de ti a mí. / ¡Hablemos del amor de los extraños/ que nos hará reír!”. Las estrofas de Toledo dieron lugar al pasillo Brumas que se oye de vez en cuando.

          La distancia entre el romanticismo del siglo XIX y el modernismo no es muy grande. El mismo Rubén Darío confirmó la proximidad en su poema Canción de los pinos. Escribió: “Románticos somos… ¿Quién que Es, no es romántico? /Aquel que no sienta ni amor ni dolor, / aquel que no sepa de beso y de cántico, / que se ahorque de un pino; será lo mejor…” (Rubén Darío, 1952) Para no ir más allá en la poética romántica, solo diré que entre sus varios rasgos caracterizadores se encuentra el tema de la mujer. El romanticismo deificó a la mujer, la sublimizó. Si la mujer se corrompía, el autor romántico no la condenaba, la salvaba mediante el sacrificio. Un ejemplo es La dama de las Camelias de Alexander Dumas, (hijo).

          Este prolegómeno me sirve para acercarme a la literatura del Ecuador. En los años del modernismo ecuatoriano que van desde 1890 hasta la muerte de Medardo Ángel Silva, en 1919, la elite apreciaba más los textos románticos de Sábados de mayo de Miguel Moreno, los becquerianos de Leonidas Pallares Arteta, Alfredo Baquerizo Moreno, Adolfo Benjamín Serrano; leía los poemas parnasianos de César Borja y Francisco Fálquez Ampuero.

          De hecho, hubo alguna difusión de los textos de Los Decapitados, especialmente de Medardo Ángel Silva. Las cortas ediciones de Arturo Borja, Ernesto Noboa y Caamaño y Humberto Fierro circularon después de 1920.

          Cuando digo, se leyeron, cabe anotar que la lectura fue muy limitada. La población del Ecuador era de un millón y medio de habitantes, en esos primeros años del siglo XX. Los lectores eran muy pocos, un lector por cada diez mil o veinte mil habitantes. La gran mayoría era analfabeta. Medardo Ángel Silva vendió un ejemplar de su El árbol del bien y del mal, de la edición entregada a la única librería del Puerto. El reducido número de lectores provenía de la también muy reducida clase alta.

          ¿Cómo se conocieron los poemas, de qué modo llegaron al público y  quién fue ese público? Los medios fueron la radio y las grabaciones en discos, después de 1920. Llegaron apoyados con la forma musical pasillo y otras formas como el danzante, el yaraví, el pasacalle, etc.

                             Poemas y pasillos

          Antes de comenzar con la lista, anoto que El aguacate, letra de César Guerrero Tamayo, ya circulaba en 1918. Prosigo con la información que extraje del excelente libro de Wilma Granda, El pasillo, identidad sonora, (Granda, 2004:121- 135). Selecciono los más conocidos, algunos de los cuales todavía se interpretan. Inicio la lista a partir de 1920, año del comienzo de las grabaciones y la cierro en 1941, año de la guerra con el Perú

          1920  Alma en los labios                    Medardo Ángel Silva

          1920  Invernal                                   José María Egas

          1920  El reproche                              Julio Flores

          1922  Anhelos                                   Juan de Dios Peza

          1924  Mis Flores Negras                    Julio Flores

          1926    Lamparilla                             Luz Elisa Borja

          1926    Corazón que no olvida             Emiliano Ortega

          1927   Sendas distintas                       Jorge Araujo Chiriboga

          1928   Nunca                                     Ángel Leonidas Araujo

          1928   Rosales mustios                       Vicente Amador Flor

          1928   Esperando                               Alfredo Blasio y Cristóbal Ojeda

          1928  Horas de pasión (Lirio Blanco)  Juan de Dios Peza

          1928  Como si fuera un niño               Maximiliano Garcés

          1929  Cenizas                                    Alberto Guillén Navarro

          1929  Al morir de las tardes                Publio Falconí

          1930  Guayaquil de mis amores          Lauro Dávila

          1930  Sombras                                   Rosario Sansores

          1930  De hinojos                               Maquilón Orellana

          1930  Vaso de lágrimas                      José María Egas

          1931  Arias íntimas                            José María Egas

          1931  Adoración                                Genaro E. Castro

          1932  A unos ojos                              Julio Jaúregui

          1933  Imploración de amor                Rosario Sansores

          1938  Rosario de besos                      Libardo Parra

          1941  Romance de mi destino             Abel Romeo Castillo

          Tres grupos de poetas aparecen en la lista. En el grupo de los autores extranjeros se ubican el colombiano Julio Flores, nacido en 1867 y fallecido en 1923, el mexicano Juan de Dios Peza (1852-1910), el mexicano Amado Nervo (1870-1919) y la mexicana Rosario Sansores (1889-1972). Los tres primeros son románticos y la última es posmoderna neorromántica.

          En el segundo grupo constan los poetas ecuatorianos Medardo Ángel Silva (1898-1919), José María Egas (1896-1982) y Abel Romeo Castillo (1904- 1996). Otros poemas de Silva y de Egas se musicalizaron después de 1941. En el mismo caso se encuentran dos poemas de Arturo Borja (Para mí tu recuerdo y Bajo la tarde), además de tres textos de Ernesto Noboa y Caamaño (Fatalismo, Cómo podré curarte y Emoción vesperal)

          El tercer grupo es el de letristas; aunque tres de ellos publicaron poemarios. Elisa Borja (1903-1927), a quien se atribuye Lamparilla. Sus libros se publicaron póstumamente. Ángel Leonidas Araujo (1900-1993) editó el poemario Huerto Olvidado en 1945 y Vicente Amador Flor (1903-1925) dio a la imprenta Romanza de Ausencias y motivos de ayer y  Motivos de ayer y hoy.

          En el grupo de letristas, es decir, de quienes escribieron textos solo para ser cantados se incluyen el colombiano Libardo García (1895-1954), autor de Alma Lojana, y los ecuatorianos Alberto Guillén (1899-1990), Emiliano Ortega (1898-1974), Jorge Araujo Chiriboga (1892-1970), esposo que fue de Carlota Jaramillo; Rafael Blacio Flor, Lauro Dávila, Maquilón Orellana, Genaro Castro, César Guerrero Garcés, Maximiliano Garcés y Julio Jaúregui.

                   Los usuarios

          ¿Quiénes fueron los usuarios de los textos románticos y modernistas y de la forma musical pasillo? La estructura social del Ecuador, en la primera mitad del siglo XX, tuvo los siguientes componentes: una cúpula de poder integrada por banqueros de Guayaquil, ricos comerciantes y terratenientes. Una clase media, compuesta por profesionales, burócratas,  profesores, militares de baja graduación, artesanos. La clase media iba en aumento debido a los centros educativos creados por el liberalismo alfarista.

 Pero las condiciones económicas, en general, no mejoraron, debido a factores internos – inestabilidad política, presencia de nuevos partidos políticos, caída del precio del cacao- y a factores externos: la gran depresión económica de los Estados Unidos, la Segunda Guerra Mundial y otros.

          El romanticismo y el modernismo encontraron usuarios en los miembros de una clase media en crisis. Los motivos del desengaño amoroso, de la soledad, del destino, vistos como símbolos, pueden explicar la difusión de formas artísticas que ya eran anacrónicas. Sin embargo, su persistencia se proyectó hasta la década del sesenta como un sustrato cultural histórico y en ocasiones tradicional.

          Una pequeña fracción de la clase media, la de poetas, novelistas y ensayistas buscaron expresarse de otro modo, pero sus obras llegaron a pocos lectores, penosa situación que también se evidencia en el tiempo presente, según señalan las encuestas de lectura.

          Para concluir, de un registro tomado de una fuente bastante insegura (Alberto Morlás Gutiérrez, 1961), extraigo los poemas modernistas que fueron musicalizados; algunos de ellos ya no se oyen:

Medardo Ángel Silva: Llamé a tu corazón, El alma en los labios, palabras de otoño, Amanecer cordial, Soledad.

Ernesto Noboa y Caamaño: Fatalismo, Cómo podré curarte, Emoción vesperal.

Arturo Borja: Para mí tu recuerdo, Bajo la tarde.

José María Egas: Arias íntimas, Vaso de lágrimas, Estancia de amor, Invernal.

Referencias bibliográficas

Carlos Bousoño, Teoría de la expresión poética, 5a ed.,Madrid, 1979.

Dolores Veintimilla de Galindo, Poetas Románticos y Neoclásicos, Quito, BEM, 1960, p. 191.

Antonio Clímaco Toledo, Poetas Románticos y Neoclásicos, Quito, BEM, p.638.

Rubén Darío, Poesías Completas, 7a ed., Madrid, Aguilar, 1952, pp. 818-819.

Wilma Granda, El pasillo, identidad sonora, Quito, Ediciones Conmúsica, 2004, pp. 121-135.

Alberto Morlás Gutiérrez, Florilegio del Pasillo Ecuatoriano, Quito, Editorial Fray Jodoco Ricque, 1961.