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«El Quito de los modernistas», por Carlos Freile Granizo

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Carlos Freile

Quito, 24 de noviembre de 2017

 

Después de escuchar las sesudas y eruditas intervenciones de mis colegas, confieso que lo mío solo se reducirá no a pintar un fresco sobre el Quito de los modernistas sino a dar unos cuantos brochazos con brocha gorda.

Primer brochazo:

“Por los muros desconchados y grises trepa la hiedra y se desploma el cansancio. De los viejos aleros claudicantes cae una pertinaz garúa de tedio que va a formar una verdosa ciénega de angustia” (Raúl Andrade).

Estas palabras del conocido escritor nos llevan a la ciudad de Quito de hace cien años: Su ambiente urbano no lucia alentador, sobre todo para personas de sensibilidad exacerbada: contaba con 100.000 habitantes, mucha población pobre, de sobrevivir diario,  economía poco desarrollada, incipiente industria primaria, la mayoría de la clase media vivía de los cargos públicos, muchos campesinos indígenas llegaban a los mercados a vender escasos productos chacareros y a comprar sal, velas de sebo… Los cual disgustaba a algunos bienpensantes (fotógrafo hubo que borraba a los indígenas de las fotos porque las afeaban). Todavía se veían animales por las calles, no solo las acémilas de carga, ni los omnipresentes perros callejeros, sino puercos, borregos…

Segundo brochazo:

Se dieron, sí, innovaciones técnicas que mejoraron la calidad de vida de los quiteños de los estamentos medios para arriba (la luz eléctrica ya se había instalado, hacia 1900 daba servicio a 600 focos incandescentes, antes se usaban de arco voltaico); el primer automóvil (un De Dion-Bouton Vis-á-vis, traído por Carlos Álvarez Gangotena) llegó a la capital, parte en ferrocarril, parte, muy pequeña en mulas, y parte por la carretera Nacional, abierta por de García Moreno, debo recalcar la total ausencia de las reacciones adversas inventadas por Raúl Andrade de parte de curas y beatas, aunque alguna señora de postín averiguaba si Carlos Álvarez saldría en su auto, para no salir ella; se abre el mercado de Santa Clara (1904), se fundan la Cámara de Comercio, el Banco del Pichincha, el Diario El Comercio (todos en 1906),  llega el ferrocarril (en 1908 con un año de atraso con respecto al contrato), se sabe que el último clavo, de oro, clavado por una de las hijas del presidente Alfaro, desapareció a la media hora, por eso dicen que decían los quiteños: “No era de que inviten al Águila Quiteña”, el famoso ladrón; en 1910 se fundó el primer club de fútbol: Club Sport Quito, y se instalaron los tranvías eléctricos,  el primer cine, el Variedades lo fundó el empresario riobambeño José Cordóvez Ricaurte en 1914; Abel Guarderas inauguró la plaza de toros Belmonte por primera vez en 1917 y por segunda en 1920, así consta en las crónicas;  este mismo año llegó el primer avión, piloteado por el italiano Elia Liut,  egregio rompedor de corazones de señoras de sedas y pieles, dos de ellas se dieron de paraguazos a la salida de la misa de 12 de San Agustín por su culpa, justo es decir que una de ellas se casó con el aviador después de enviudar; en 1921 se comenzó a embotellar y comercializar el agua de Güitig tan ligada a la vida de los quiteños, la doméstica y la fiestera. También hubo intentos de industrializar la producción de alimentos, con fines de exportación: por ejemplo, la leche en polvo por la familia Gangotena, y la mantequilla por la Fernández Salvador.

 

Tercer brochazo:

Algunos hitos históricos acaecidos en la ciudad en esos años: Se habían convertido en malsana costumbre los fraudes electorales con los cuales los liberales mantenían el poder y los pronunciamientos militares porque los altos oficiales a veces no estaban de acuerdo con el ungido por la cúpula liberal y bancaria; ello dio como resultado la matanza de varios estudiantes en 1907, con el agravante de que la policía robó varios de los cadáveres para disminuir el crimen de estado; en 1909 se inauguró con toda pompa la Exposición por el centenario del Primer Grito de la Independencia, se instaló en los locales de la Escuela de Manualidades para niñas pobres, pedidos en préstamo a las Señoras de la Caridad, las cuales todavía esperan su devolución…, ni se los compró y peor edificó como aseguran algunos autores, los documentos están allí para probarlo; ese mismo año ocurrió la solemne inauguración del monumento a la Libertad en la Plaza de la Independencia, diseñado por el hermano salesiano Lorenzo Minghetti por encargo del ilustre, sabio y honrado presidente Luis Cordero en 1892, quien deseaba que estuviese listo para el primer día del nuevo siglo, pero no pudo ser por el golpe de estado de 1895, cuyo amargo colofón fue el asesinato y horrendo arrastre de los Alfaro en 1912.  Para el pueblo de Quito alcanzó una importancia sin comparación el milagro de la Dolorosa del Colegio en 1906, algo visto como un mensaje del Cielo en una la ciudad sin procesiones, sin celebraciones externas, sin solemnes vísperas de las fiestas religiosas, con toda su parafernalia de voladores, castillos, vacas locas… En el mismo plano religioso en 1906 asumió como arzobispo de Quito Mons. Federico González Suárez, defensor de la libertad de la Iglesia y de la vigencia de la verdad; en 1909 fundó la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos, hoy Academia Nacional de Historia; murió el 1º de diciembre de 1917.

 

Cuarto brochazo:

Tal vez el más esperado dadas las características personales de varios de los modernistas: la vida bohemia: esta se vivía un poco cuesta arriba, pues la ciudad carecía de salones elegantes; los bohemios solían reunirse en uno que otro bar semi cantina. Muy frecuentados por los poetas, músicos, pintores fueron El Murcielagario, El Figón de la reina Patoja, La Palma, Fígaro, La Copa de Oro, locales ambiguos, pues allí no solo se bebía;  tal vez los más respetables o de alguna manera los menos sórdidos, el Café Central con su reservado Nº 8, centro de reunión de los poetas, y el bar Royal; como lo testimonian todos los cronistas de la época ellos también solían visitar casas de mala nota, como “La Verbenita”, cerca de la Plaza de Toros, no se sabe si la propietaria dio origen a una conocida canción o esta inspiró el nombre de combate de la famosa mujer, por diversas razones, imposible relatar cuales, varias mujeres de la vida fueron conocidas como ella y pasaron a la crónica de la ciudad:  “La Piedras Negras”, “Rosa la Hermosa”, “La Pájara” y “La Pajarita”… Todavía no llegaba la época de Mademoiselle Satan ni de La Landines, ambas objeto y sujeto de obras literarias de amplia difusión, aunque la primera tuvo inicios muy duros.

Los bohemios bebían “chingueros” (licores hechos en casa con aguardiente de caña filtrado, purificado con carbón y al que se añadían cáscaras de cítricos, ciruelas…), sobre todo anisados; dada la demanda, en 1911 se fundó la fábrica de Mallorca Flores de Barril, con alambiques fabricados en Quito desde 1906  por Alfonso Romero; los quiteños no aceptaban el canelazo, así como tampoco jugaban al “cuarenta”, reputado como “juego de chagras” –se aclimatará a finales de la década de los treinta-, jugaban tresillo, mus, brisca. A propósito de chagras: aquilatemos el texto satírico publicado en Caricatura en mayo de 1919 que expresa un rasgo muy marcado de la ciudad capital: “Gesta del Chagra. Y el sexto día dijo Dios: hagamos al hombre a semejanza nuestra para que sea el rey de la creación, y lo sacó Dios amasando un poco de barro. Y vio que era bueno. Y como le sobraban retazos de animales, de aves, de peces y del hombre. (sic) Pensó Dios con estos desperdicios destinados al montón de basura (sic) y dijo: todo es útil en la naturaleza cuando se sabe aprovechar. Y reunió todo el desperdicio de la creación animal. Y juntando un montón vio que era bastante. Por lo cual calló y luego dijo: haré un nuevo ser con los caracteres más variados de los animales, aves y peces que ya existen; y del hombre la daré la figura, mas, no será el hombre mismo. Y para que no se confunda, le daré del tigre la fiereza, de la hiena la crueldad, del lobo la perversión; del cordero la candidez; del asno la torpeza; del buitre la rapiña; de la tórtola la ridiculez; del gamo la montaracidad; del hipopótamo el tamaño; del ornitorinco (sic) la desidia; en fin no le faltará el espíritu de ningún animal y hasta le daré la forma humana. Y será solo un animal. Amasó los desperdicios de los demás seres; diole forma humana y le infundió un soplo de vida, diciendo: sea este animal el que más se parezca al hombre y se llamará chagra, y vivirá en provincias, se aclimatará en ciudades y le atraerá el monte como a la cabra. … Está escrito sobre quinientos cueros de chagra mismo…” Cabe señalar que en el tan repetido año de 1906 se había fundado la primera asociación de provincianos residentes en Quito, la de Riobambeños, por José M. Falconí M..

Pero volvamos a la bohemia, ¿como se “asentaba el chuchaqui”? Todavía no regían ni el ceviche ni el encebollado, la costumbre era tomar helados, por eso solían devorar “sorbetes” donde la Zamba Teresa Zaldumbide, heredera de la Negra, en cuyo local degustaban  estas delicias desde mediados del siglo XIX, tanto los presidentes de la república como los artesanos. La Zamba tuvo un hijo, el Zambito Zaldumbide; este contaba siempre con un buen almuerzo en todos los zaguanes de casa grande, pues era el galán incontrastado de las cocineras de percal y lana; contaba doña Piedad Larrea Borja, de tan grata memoria en esta Academia, que alguna vez alguien le preguntó al joven chulla “Oye Zambito, ¿y ustedes qué son para Don Gonzalo Zaldumbide”? Y rápido respondió: “¡Ah no! ¡De otros zambos somos!”

En esta línea de la bohemia tuvo papel protagónico, y es de todos conocido, el uso de las drogas por nuestros modernistas, sobre todo de la morfina, vicio contagioso, pues contaminó también a personas ajenas al mundo artístico, pero vinculadas por amistad o parentesco a sus cultores. Estos solían frecuentar una vieja casona en la calle Ambato, allí un guayaquileño de proverbial fealdad, les proveía a precio de oro del veneno anhelado. También es muy sabido el apodo que Ernesto Noboa le puso a este traficante: Asmodeo, quien algún día, tal vez para parecer ingenioso como comenta Hugo Alemán, narrador de la anécdota, le dijo: “Ya sé por qué me llamas Asmodeo, para rimar con feo”, a lo cual el poeta respondió: “No te hagas ilusiones, tu fealdad no tiene consonante”.

En ese ambiente provinciano y de “pueblo gris” no faltaban los jóvenes encandilados por las conductas escandalizantes de los modernistas, ávidos de ser tomados en cuenta, de ser asimilados a los “malditos”, solían pasar un par de horas en una tina de agua helada para después salir a las calles de la ciudad amoratados y temblorosos y así provocar que las gentes medrosas les señalasen como morfinómanos, al carecer de genio para brilla con sus versos, pretendían hacerse notar por un vicio supuesto; también solían pagar al mesero de algún bar para que al pedir ajenjo, les pasase una copa con chinguero de menta y un poco de leche,  pues esta mixtura de lejos semejaba al Pernod, licor de anís francés.

 

Quinto brochazo:

Otra realidad lacerante, digna de continuo recuerdo, fue la que provocó la indignación del, por lo demás suave poeta, Arturo Borja en su misiva a Ernesto Noboa:

 

“Hermano—poeta, esta vida de Quito,

estúpida y molesta, está hoy insoportable,

con su militarismo idiota e inaguantable”.

 

Desde 1895 los soldados tenían un enorme protagonismo no solo en la política nacional, sino en la vida de la ciudad, también en los aspectos galantes, sociales y culturales; en ocasiones lo hacían con dignidad y solvencia, pero en otras se acercaban a lo grotesco. Además, no se debe olvidar que los Noboa Caamaño, Ernesto, Rosa y Pedro, perdieron su fortuna por las expropiaciones impuestas por el gobierno de Alfaro, por eso al regresar al Ecuador se alojaron donde sus parientes los Gangotena, pues Rosa se había casado con uno de ellos,  Cristóbal, también bohemio y recopilador de tradiciones de la ciudad.

Raúl Andrade toma esta referencia a la omnipresencia militar para criticar el crecimiento, después auge, de un género musical, el pasillo, que había rondado por  los cuarteles: “Las guitarras repiten su quejumbre sin consuelo. En su eco libra un pueblo sin garras bajo las botas de generales de machete”. Estos eran los oficiales que no habían hecho la carrera militar desde la vieja Escuela de Cadetes fundada por Rocafuerte y viva hasta 1895, los llamaban “generales gritados”, elevados a ese alto rango por mera proclamación de sus soldados, luego refrendada por un decreto dictatorial.

Hacia 1916 Noboa escribió su poema “Emoción vesperal” que de inmediato se convirtió en objeto de culto, por lo cual Andrade exclama: “y ¡ay! Ya comenzaban a apasillarlo guitarristas y serenateros de la época”; en estos años el pasillo se populariza en las ciudades, en los estamentos medios y altos, de su origen muy ligado a la vida militar, pues los compositores de la época solían ejercer de directores de las bandas de los diferentes batallones, por eso cambiaban de residencia varias veces a lo largo de su vida; antes del poema citado ya se cantaban los pasillos ligados a la Revolución de Concha: “Adiós blancas palomas”, “Lamentos de El Guayabo”, “El 19 de enero”; de esta época, tal vez el único compositor que también puede ser llamado “decapitado” es Cristóbal Ojeda Dávila, quiteño,  autor de “Alma Lejana”,  (con su letra: “No importa que te alejes de mí ….) convertido en “Alma Lojana” después de su muerte; a los 36 años de edad, en la cruenta “Guerra de los 4 Días”,  fue asesinado no por una bala perdida como se suele decir sino por una bala disparada a causa de una perdida, mientras tomaba su copa de ajenjo en un céntrico bar capitalino, ajeno a los avatares políticos del momento.

 

Termino con la imagen dada por Hugo Alemán de la vida citadina: “Un enjambre de gentes melancólicas” … “Almas abiertas a todas las emanaciones del cansancio. Extasis de infinito. Vértigo de eternidad. Así vive. Así ama.  Así sufre la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de San Francisco de Quito…”

Fin de la cita y de los brochazos.

Muchas gracias.