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«El Samurái», por don Marco Antonio Rodríguez

Alain Delon, El Samurái, mito y leyenda, ídolo de generaciones, cree en la eutanasia. Cumplidos sus 86 años ha pedido a su hijo que vigile su proceso. Hace poco murió Jean Paul Belmondo, su único amigo.

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«No hay soledad más terrible que la del samurái. Salvo, tal vez, la del tigre en la selva». Con esta frase se abre El Samurái, una de las creaciones emblemáticas de Jean-Pierre Melville. En ella Alain Delon, hermético, solitario, silencioso como felino, es un asesino a sueldo y se llama Jeff Costello (guiño al cine negro norteamericano del cual Melville fue devoto), superando a los más afamados actores del mundo. Melville y Delon supieron retratar lo desmedido con lo imperceptible, transfigurar la soledad en himno, la violencia en ráfagas de vida, el misterio en artilugio de la esencia humana.

Poema existencial y desgarrador. Blanco y negro, vida y muerte con salpicaduras de colores mortecinos, El Samurái retrata un París hostil y sombrío. Moviéndose sigiloso, Delon cuida sus trajes, su gabardina, su sombrero, sus pasos furtivos, su trabajo con un implacable código de honor. (El Samurái tiene un solo juez, él mismo; puede ocultarse de todos, menos de él).

Jeff, en su último encargo, es visto por posibles testigos. Policías y clientes lo persiguen. El sistema ruge detrás del Samurái, cuya temeridad roza la grandeza.

Hilvana su coartada, sin mover un músculo, mientras como una voluta de humo se desvanece su novia, esquivo vínculo con la vida. Calles deshabitadas sirven de escenario para la fuga de un hombre solo que nunca supo adónde ir.

Alain Delon, El Samurái, mito y leyenda, ídolo de generaciones, cree en la eutanasia. Cumplidos sus 86 años ha pedido a su hijo que vigile su proceso. Hace poco murió Jean Paul Belmondo, su único amigo. «Estoy completamente devastado —dijo Delon—, voy a intentar aguantar para no hacer lo mismo en cinco horas».

El Samurái urbano quedó ‘triste, solitario, final’, esperando el momento de irse, discreto y digno, eludiendo la parafernalia puesta al servicio de vidas artificiales. Ahí quedan en clínicas o mansiones, despojos humanos sin un ápice de conciencia de lo que es vivir. ‘Soy un fue, un será y un es cansado’.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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